lunes, 11 de mayo de 2015

LA CONCIENCIA DEL CORRUPTO




Imagen referencial. Foto: Flickr Lisa Brewster (CC BY-SA 2.0)
10 May. 15 / (ACI/EWTN Noticias).-Algunas personas creen que los corruptos no tienen conciencia y que por eso viven “felices” derrochando todo lo que se han robado y haciendo lo que les venga en gana, sin que su conciencia les diga nada.
Hace días leí en el libro: “Diálogo de la fortaleza contra la tribulación”, de Santo Tomás Moro, lo que él dice sobre la conciencia de esta gente, que sí la tienen y tratan de mantenerla callada y alejada porque sí les atormenta, y bastante.
A continuación copio las palabras textuales de Santo Tomás Moro para que nos demos cuenta que nadie que obra mal en esta vida puede ser feliz y vivir tranquilo consigo mismo, porque sabe que tarde o temprano va a morir y que Dios le pedirá cuentas de todo lo que hizo.
Dice Santo Tomás Moro: “Imagina a un hombre que abunda en prosperidad material y que está hundido en muchos graves pecados que tiene por placeres. Dios, queriendo en su bondad llamarle a la gracia, pone de vez en cuando un remordimiento en su mente, por ejemplo, al acostarse, y le hace quedarse un rato pensando. Empieza entonces a recordar su vida, y de ahí pasa a considerar su muerte: de cómo tendrá que dejar pronto toda su riqueza en este mundo y desde ese momento marchar en solitario, sin saber cuándo ni adónde tendrá que hacer ese viaje, ni vislumbrar qué compañía encontrará allí. Empieza a pensar que sería bueno asegurarse y quedarse tranquilo, mostrando de este modo ser prudente no sea que existan de verdad esos espantajos negruzcos que la gente llama diablos, y cuyas torturas solía tomar por cuentos”.
Y sigue: “Estos pensamientos, si calan dentro, son una seria tribulación, y si agarra la gracia que Dios le ofrece con ellos, una tribulación saludable. Le confortará mucho recordar que, por medio de ella, Dios le llama a casa, fuera del país del pecado en el que tanto tiempo vivió, a la tierra prometida que mana leche y miel. Si sigue esta llamada, como hacen muchos y muy bien, su pena se hará alegría. Se gozará en cambiar de vida, abandonar sus disolutos deseos y hacer penitencia por sus pecados, empleando ahora su tiempo en mejores ocupaciones. En algunos, esta llamada de Dios causa tristeza; les repugna dejar los pecaminosos deseos que cuelgan en sus corazones, sobre todo si viven de tal guisa que se hace necesario o dejarlo a caer todavía más en pecado. Si han hecho tanto daño que tendrían mucho que restituir para seguir a Dios, mermando así notablemente su fortuna, estas gentes, ay, están terriblemente angustiadas porque Dios, en su gran bondad, sigue aguijoneándoles a menudo, y el dolor del remordimiento les punza el corazón y huyen; y van a la carne buscando ayuda y ocupación, para librarse de tal pensamiento. Arreglan entonces la almohada, reclinan con mayor cuidado la cabeza e intentan dormirse y, cuando no lo consiguen, encuentran tema del que charlar con los que yacen al lado. Si esto tampoco da resultado, se quedan acostados ansiando que venga el día, y en cuanto llega, se lanzan otra vez a su mundana bajeza, al tajo de su bienestar, a los pecados que más disgustan a Dios. Y a la larga, pertinaces en su mala conducta, Dios los arroja del todo. Entonces ni Dios ni diablo les importa: cuando el pecador alcanza el abismo viene la desvergüenza, y entonces nada les importa sino sólo el miedo mundano que puede sobrevenir al azar o el que debe de llegar a la fuerza (bien lo sabe) por la muerte.”
Y cuando a esta gente le llega la muerte Santo Tomás Moro dice lo siguiente: “Mas, ay, cuando viene la muerte, viene otra vez su dolor. La blandura del lecho no servirá entonces de nada. Ninguna compañía le hará alegrarse. Tendrá que dejar a un lado el honor y el consuelo de su gloria, y yacer palpitando en su cama como si estuviera en un potro de tormentos. Viene entonces el miedo de su mala vida pasada y el de su espantosa muerte. Viene entonces el tormento de su conciencia onerosa y el temor del juicio severo. El diablo le conduce a la desesperación con la imaginación del infierno, pero ahora no le permite que se lo tome a broma. Y si lo hace, ese miserable descubre que no es un cuento. Maldito el tiempo que la gente desaprovecha sin pensar en esto”…
Sólo me queda decir que ante esas palabras de Santo Tomás Moro, que demuestran lo triste y atormentada que es la vida de un corrupto, yo sigo el consejo del Papa Francisco quien nos dijo a los cristianos: “Recemos por los corruptos para que se conviertan, pidan perdón y devuelvan ¡todo! lo robado porque si no los perros del infierno se chuparán su sangre”.


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