miércoles, 18 de junio de 2014


LAS PÁGINAS MÁS HERMOSAS DE

SAN FRANCISCO DE SALES

SOBRE EL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Y SU AMOR PARA CON NOSOTROS




(Selección de textos)


CUARTA PARTE

IV Un corazón como el de Dios. Amor al prójimo.

Sabemos que Francisco de Sales tenía la intención de hacer seguir el Tratado del Amor de Dios de otro volumen titulado: Tratado del Amor al prójimo. Para él, como para todo cristiano, la palabra del Señor es clara: estos dos amores no hacen más que uno. No es mediante un amor egoísta, un amor sensual, como intentamos vivir según el Corazón de Dios, en el corazón de Dios.


Para vivir del Amor que late en este Corazón, un amor que abraza a todos los hombres: bebemos el amor en Dios, para, posteriormente, irradiarlo sobre la humanidad entera: He aquí el objetivo de nuestra vida. “Toda alma que se eleva, eleva el mundo” -se ha escrito-. Elevándonos hasta el Corazón de Dios, atraemos allí a nuestros hermanos.

Y, para empezar veamos nuestras relaciones cotidianas con el prójimo, acostumbrémonos a ver a este prójimo en el corazón de Dios.

El alma del prójimo es el árbol de vida del paraíso terrenal; está prohibido tocarlo porque es de Dios quien debe juzgarlo y a nosotros también. Cuando nos entran ganas de enfadarnos con alguien, es preciso que inmediatamente miremos esta alma en el seno de Dios, a partir de este momento nos guardaremos de enfadarnos con ella y éste es el verdadero medio de conservar la paz en nuestro corazón y el amor del prójimo.”

Carta a Sor Adrienne Fichet

Porque, añade Francisco de Sales, con otros muchos, solo tengo un medio de mostrar al Señor que lo amo, es amar al prójimo.

La principal señal que os doy para saber si amáis a Dios, es que amáis también al prójimo, pues nadie puede decir en verdad que ama a Dios si odia al prójimo, como lo afirma el gran Apóstol S. Juan.

¿Pero cómo amareis al prójimo, con qué clase de amor? ¡Oh! ¿Con cuál? con el amor con que Dios mismo nos ama, pues hay que ir a buscar este amor en el seno del Padre eterno a fin de que sea tal como debe de ser.


Pero hay más ¿cómo pensáis que es? Es un amor firme, constante, invariable, que, no deteniéndose en nimiedades, ni en las cualidades o condiciones de las personas, no está sujeto a cambios ni a las animadversiones como el que nosotros sentimos los unos por los otros, ni de ordinario se gasta y desvanece ante un semblante frío, o que no corresponde tanto a nuestro humor como nosotros quisiéramos. Nuestro Señor nos ama sin interrupción, soporta tanto nuestros defectos como nuestras imperfecciones, es pues preciso que hagamos lo mismo con respeto a nuestros hermanos, no cansándonos nunca de soportarlos. Dios nos ama para el cielo, lo mismo debemos hacer nosotros. Amar al prójimo para el Cielo es procurarle gracias y bendiciones por medio de nuestras oraciones.


Sermón X, 200

Nosotros nos debemos regocijarnos así de los dones que Dios concede a nuestros hermanos, sin celos y sin envidia, admirando, con un corazón sinceramente feliz, lo que la gracia hace en cada uno.

Saber acoger... Saber perdonar... Imitar al Señor…

“¡Oh! qué grande era la llama de amor que ardía en el Corazón de nuestro dulce salvador puesto que en medio de sus más dolorosos tormentos, rogó para sus enemigos: “Padre perdónalos” Lo cual hizo para mostrarnos que su amor era tan grande que ningún tormento podía disminuirlo; y para mostrarnos también cuál debe ser nuestro corazón en lo que concierne a nuestro prójimo.”


Sermón

Intentar practicar las pequeñas virtudes cotidianas, las que encontramos a cada paso... No soñar en virtudes extraordinarias que sólo existen en nuestra imaginación...

La dulzura, la humildad, la dulce caridad y cordialidad para con el prójimo, son las virtudes cuya práctica debe sernos habitual, tanto más cuanto que nos es necesaria, porque el encuentro de las ocasiones nos es frecuente; pero, en lo que se refiere a la constancia, a la magnanimidad, y tantas otras virtudes que tal vez no tengamos nunca la ocasión de practicar, no nos preocupemos; no seremos por eso menos magnánimos y generosos”.

…Para esto, pedidle al Señor que “ablande” nuestro corazón, que lo vuelva sencillo, manejable, que sea condescendiente.

De Tratado del Amor de Dios

“Os quitaré, dice Dios, vuestro corazón de piedra”... Se llama corazón de piedra aquel que no recibe fácilmente las impresiones de la gracia, sino que permanece en su propia voluntad... al contrario se llama “corazón fundido” licuado un corazón que es dulce, amable y tratable.


Sólo el amor, que es más fuerte que la muerte, puede ablandar, enternecer y hacer moldear los corazones”.

Pedirle que nuestro corazón se impregne de la dulzura, de la paciencia, de la comprensión del Suyo.

Presentad vuestro corazón a vuestro Esposo, vacío de todos los afectos que no sean su amor; y suplicadle que lo llene, pura y simplemente, de los deseos y voluntades que están en el Suyo...y veréis como Dios os ayuda y que haréis mucho, tanto en la elección como en la ejecución.

Carta a la Santa Madre de Chantal

Y esto con toda la confianza.

Cuando sentimos que no tenemos confianza en Dios, hay que ir a alcanzarla en su Corazón, pues Nuestro Señor está lleno de ella. No nos arrebata jamás su gracia por estas pequeñas cosas; no es propenso a enfadarse con nosotros cuando faltamos, con tal de que volvamos a Él humillándonos con amor y confianza: Id junto a Él como un niño pequeño. Dejaos gobernar por Él a su según su deseo; aunque no corresponda al vuestro, siempre será según el suyo. Tenemos que emprender nuestro perfeccionamiento, no para nuestro contento, pero para complacer a nuestro Esposo que así lo quiere.


…¡Y entonces!

Entonces estaremos totalmente impregnadas de dulzura y suavidad para con nuestras Hermanas y los demás prójimos, pues veremos estas almas en el pecho del Salvador. ¡Ay! Quien mira al prójimo fuera de allí, corre el peligro de no amarlo ni puramente, ni constantemente, ni igualmente; pero allí ¿quién no lo amaría, quién no lo soportaría, quién no sufriría sus imperfecciones, quién lo encontraría con poca gracia, quién lo encontraría enojoso? Ahora bien, está allí este prójimo, queridísimas Hijas, en el pecho del Salvador está allí en calidad de muy amado y tan amado que el Amante muere de amor por él.


Francisco de Sales va todavía más lejos; no sólo nuestro corazón debe impregnarse de las virtudes del Corazón de Jesús, sino que sueña (¡porque se trata de un sueño!) que el Señor viene a poner su Corazón en el lugar del nuestro… Confía este sueño a la Santa Madre Santa de Chantal en Febrero, 1610:


Ignoro donde estaréis durante esta Cuaresma según el cuerpo; según el espíritu espero que estaréis en la caverna de la tórtola y en el costado traspasado de nuestro querido Salvador. Mucho quiero intentar estar allí a menudo con vos; que Dios, por su soberana bondad nos conceda la gracia. Ayer os vi, me parece, que viendo el costado del Señor abierto, queríais coger su corazón para ponerlo en el vuestro, como un rey en un pequeño reino;


y, aunque el suyo sea mayor que el vuestro, es de tal forma que Él lo encogería para acomodarse allí. ¡Qué bueno es este Señor, mi querida Hija! ¿Qué amable es su Corazón! Permanezcamos aquí, en este santo domicilio; que este Corazón viva siempre en nuestros corazones.

¡Y este sueño debía fascinarle, puesto que vuelve a él un año más tarde!

¡Dios mío, mi querida Hermana, Hija mía muy amada! a propósito de nuestro corazón ¿por qué no nos ocurre como a esta bendita Santa de la cual empezamos la festividad esta tarde, Santa Catalina de Siena, que el Señor nos quitase nuestro corazón y pusiese el suyo en lugar del nuestro? pero ¿no adelantará más si hace el nuestro enteramente suyo, absolutamente suyo, pura e irrevocablemente suyo? ¡Que lo haga este dulce Jesús! Lo conjuro a hacerlo por el suyo propio y por el amor que en él encierra, que es el amor de los amores. Que si no lo hace (¡Oh! pero lo hará sin duda puesto que se lo suplicamos) al menos no pueda impedir que nosotros vayamos a cogerle el suyo, puesto que para esto tiene todavía su pecho abierto. Y, si debiéramos abrir el nuestro, para, que sacando el nuestro, alojar allí el suyo, ¿acaso no lo haríamos?


¡Que su santo nombre sea bendecido para siempre!!

Porque se da cuenta de que nuestro corazón humano, tan pequeño, tan egoísta sólo puede amar si tiene un poco del Corazón de Dios... Escribe en este sentido, a una señora, siempre durante este año de 1611.

¡Qué felicidad, si un día, a la salida de la sagrada Comunión, encontrase a mi débil y miserable corazón fuera de mi pecho, y que, en su lugar estuviese instalado este precioso Corazón de mi Dios! pero, querida Hija mía, puesto que no debemos desear cosas extraordinarias, al menos deseo que, de ahora en adelante nuestros pobres corazones no vivan más que sometidos a la obediencia y los mandamientos del Corazón de este Señor.

De esta manera seremos dulces, amables y caritativos, puesto que el Corazón de nuestro Salvador no tiene leyes más queridas que las de la dulzura, la humildad y la caridad.

Carta a una señora, 1611

Y que hemos vuelto a las dos virtudes de las que hemos hablado al principio: la dulzura y la humildad, pero esta vez entra la caridad: puesto que es ella, la caridad, la única que puede ensanchar nuestros pobres corazones humanos.


¡El amor es la primera y la última palabra de todo!


EPÍLOGO




¡Cómo terminar estos textos sobre el Corazón de Jesús, entresacados de los escritos de San Francisco de Sales, sino con el epílogo de la Introducción a la Vida devota?

Estamos en esta tierra para llevar a buen fin “esta feliz empresa de la vida devota” que nos prepara a la Vida Eterna.

San Francisco de Sales nos exhorta a llevar a bien esta empresa, por medio del Corazón lleno de amor con que Dios nos ama.

En fin, querida Filotea, te conjuro por todo lo que hay de sagrado en el Cielo y en la tierra, por el bautismo que has recibido, por el corazón lleno de amor con que El te amó, y por las entrañas de la misericordia en la que esperas, continuas y perseveras en esta feliz empresa de la vida devota.

Nuestros días corren, la muerte está a la puerta: “La trompeta”, dice San Gregorio Nacianceno “toca a retirada, que cada uno se prepare, porque el juicio está cerca”.

“La madre de San Sinforiano, viendo que lo llevaban al martirio, gritaba detrás de él:”Hijo mío, hijo mío, acuérdate de la vida eterna, mira el Cielo y contempla a Aquél que allí reina, el fin próximo terminará pronto la breve carrera de esta vida.”


Filotea querida, lo mismo te diré yo, mira el Cielo y no lo dejes por la tierra; mira a Jesucristo y no reniegues de Él por el mundo; y cuando la pena de la vida devota te parezca dura, canta con San Francisco*:

“Pensando en el bien que espero

Mi dolor es placentero”



Introducción a la vida devota, 5ª parte, cap. XVIII




Terminamos con este pensamiento del Cielo, pensamiento que no abandonaba nunca a San Francisco de Sales. ¿No pedía siempre que nos durmiésemos teniendo presente el Cielo?


En el día de la Ascensión de 1612 en el que escribió a la Santa Madre de Chantal, su alegría se desborda ante la consideración de que él verá su nombre escrito en letras de amor en el Corazón del Salvador.

¡Toda su felicidad se resume en este descubrimiento!..

Os doy la alegría de que nuestro Salvador ha subido al Cielo, donde vive y reina, y quiere que un día vivamos y reinemos con él. ¡Oh! ¡Qué triunfo en el Cielo y qué dulzura en la tierra! Que nuestros corazones estén donde está su tesoro, y que vivamos en el Cielo, puesto que nuestra vida está en el Cielo.

¡Dios mío!, ¡Hija mía!, ¡Qué hermoso es este Cielo ahora que el Salvador es su sol y el pecho de Él de una fuente de amor de la cual los bienaventurados beben según su deseo! Cada uno va a mirar allí dentro y ve su nombre escrito con caracteres de amor, que sólo el verdadero amor puede leer y que el verdadero amor ha grabado.

¡Ah Dios! mi querida Hija ¿acaso los nuestros no estarán allí? Sí estarán, sin duda; pues, por más que nuestro corazón no tiene el amor, tiene no obstante el deseo del amor y el comienzo del amor. ¿Acaso el sagrado nombre de Jesús no está escrito en nuestros corazones? me parece que nada podría borrarlo. Hay pues que esperar que el nuestro esté escrito a su vez en el de Dios.


¡Qué alegría cuando veamos estos divinos caracteres como marca de nuestra felicidad eterna!

¡Así sea! ...¡Amén!

¡Dios sea bendito!


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