viernes, 14 de noviembre de 2014


Asociación Hijas de San Francisco de Sales
Región Argentina
ENCUENTRO NACIONAL
Córdoba, 24 al 26 de octubre de 2014
 “Salgamos presurosas a anunciar con alegría el Evangelio”

La Paz, según San Francisco de Sales y Evangelii Gaudium

Que la paz, que procede del Padre, Don perfecto de Dios, esté con todos nosotros. Amén.
“LA PAZ COMIENZA CON UNA SONRISA” P.Francisco
Con el estudio y reflexión de la probación sobre la paz, este año hemos querido profundizar y renovar nuestro compromiso evangélico, según la espiritualidad de San Francisco de Sales, tal como nos invita nuestra consagración salesiana.
En el silencio de cada día cuando amanece, y en la presencia de Dios, lo invocamos pidiendo la paz, la sabiduría y la fortaleza. En cada jornada renovamos esta petición, y en la oración fiel, reiterada, constante, imprimimos nuestro propósito, sellamos el estilo en que deseamos vivir cada día, todos los días.
La Paz, ¿es nuestro estilo de vida?
Si tenemos la vida del Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu. Si nos hemos consagrado en Él, demos frutos según el mismo Espíritu (Gal. 5, 25). Esos frutos son: caridad, alegría y paz; generosidad, comprensión de los demás, bondad y confianza; mansedumbre y dominio de sí mismo (Gal. 5, 22).
Los frutos del Espíritu Santo son perfecciones que forma en nosotros el mismo Espíritu, como primicias de la Gloria (CIC 1832). Y el fruto de la paz, es el AMOR.
San Francisco en el libro X del Tratado de Amor a Dios, nos invita a elevar la mirada al amor perfecto y reconocer en el camino que nos lleva a ese amor, las experiencias de amor inmaduro, de niños, de jóvenes… distraídos con otros amores, con otros intereses y así imperfectos aún, no pueden producir tantos frutos como producirían si se poseyera totalmente el corazón (TAD X, 4).
La primera tierra en la que Jesús quiere reinar es en nuestro corazón, Allí en lo secreto del alma, es donde se libra la lucha con esos vicios que nos separan del Amor y que deben ser educados con auxilio de la Gracia.
Enojos, ira, inquietud, apresuramiento, impaciencia… mal espíritu que nos aleja de la comunión con el Amado.
San Francisco de Sales escribía en 1605 a la abadesa de Puits d' Orbe: "Hay que vivir en todo y en todas partes pacíficamente; y si nos sucede alguna pena, interior o exterior, hay que recibirla con paz; y si es un gozo, hay que recibirlo también con paz, sin estremecerse por ello. Hay que huir del mal, pero pacíficamente, sin turbarnos, pues de otra manera, podríamos caer al huir, y darle al enemigo la posibilidad de matarnos. Hay que hacer el bien; pero hay que hacerlo tranquilamente, pues de lo contrario, cometeríamos muchas faltas por apresuramiento. Aun la penitencia hay que hacerla pacíficamente (…).Hagamos tres cosas, querida hija, y tendremos paz. Tengamos una intención pura de querer en todas las cosas el honor de Dios y su gloria, haciendo lo que podamos con este fin, según el parecer de nuestro padre espiritual, y dejemos a Dios el cuidado de todo lo demás. Quien tiene a Dios por objeto de sus intenciones, y hace lo que puede, no tiene por qué atormentarse, ni turbarse, ni temer. No, no; Dios no es tan terrible para con los que ama; se contenta con poco, porque sabe que no tenemos mucho. Sabe, querida hija, que Nuestro Señor es llamado en la Escritura Príncipe de la Paz, y que por eso, donde es dueño absoluto, lo mantiene todo en paz. Es verdad que antes de poner paz en un lugar es necesaria la guerra, para separar el corazón y el alma de sus más caros afectos, como el amor desmedido de sí mismo, la confianza en sí mismo, la complacencia en sí mismo y otros afectos semejantes" (XII,30).
Jesús siempre presente en nuestras tempestades, nos invita a tener una fe humilde, confiada, fuerte. Jesús nuestro amado, nuestra fortaleza, nuestra fuente de sosiego y paz.
Se prueba por fin, nuestra paz interior según como nos conducimos en las actividades, en nuestras acciones.
Con marchas y contramarchas, con luces y sombras; si nuestro “estilo” en todo es de Jesús, será al modo de las Bienaventuranzas… viviremos en la realidad humana, en lo cotidiano, con serenidad, con moderación, con paz interior, amenas, alegres… vigilantes y en la lucha por ser constantes; confiadas en la Providencia y descansando en los cuidados de Dios, pero atentas a lo que sea que amenaza la caridad y el equilibrio. Seremos perseverantes en observar nuestra Regla de Vida, humildes para corregirnos una y otra vez, tanto como aplicadas en la oración y en la Eucaristía.
Ordenar nuestros días y acciones nos llevan a la paz. Poner orden en nuestra salud, en las actividades sociales, laborales, en las relaciones, en nuestras agendas es una grave responsabilidad de conciencia, pues muchos pecados y faltas hacia la caridad, provienen del desorden y desequilibrio de nuestro pobre corazón.
La paz es un don difícil de adquirir, entre otras cosas porque es fruto de la Cruz. Configurados con Cristo, purificamos nuestros deseos, nuestra voluntad al pie de la Cruz, altar donde nos unimos a Él, a su oración de adoración, de alabanza, de intercesión y ofrenda al Padre. Al pie de la Cruz rezamos nuestras limitaciones, faltas de perdón, faltas de amor y todas las actitudes negativas que nos separan de los demás. Miremos a Jesús crucificado y nos miramos, para mejor amar y servirle.
Allí, frente a la Cruz el Espíritu Santo nos irradia la Paz, y allí vamos con nuestras contradicciones, egoísmos e incoherencias; y allí, siempre bienvenidos, volvemos por consuelo, alivio, conversión. “En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la Paz” (P. Francisco).
Instalar la paz en el mundo, no está a nuestro alcance, pero Dios nos hace desear los dones que quiere darnos.
San Juan XXIII identificó cuatro condiciones esenciales de la paz, exigencias del espíritu humano: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. La verdad, constituirá la base de la paz si el hombre toma conciencia con honestidad, que además de sus derechos, tiene también deberes para con el prójimo. La justicia edificará la paz, si cada uno respeta concretamente los derechos del otro y se esfuerza en cumplir plenamente sus deberes para con los demás. El amor será levadura de la paz, si las personas consideran las necesidades de los otros como las suyas propias, y comparten lo que poseen, empezando por los valores del espíritu. En fin, la libertad alimentará la paz y le hará dar fruto si, en la elección de los medios tomados para alcanzarla, los individuos siguen la razón y aseguran con coraje la responsabilidad de sus actos” (S. Juan Pablo II, 1º enero de 2003).
Debemos sentir un gran compromiso en educarnos para la paz, como que forma parte de la esencia de nuestra religión. Para el cristiano, proclamar la paz es anunciar a Cristo que es nuestra Paz (Ef. 2, 14), es anunciar su Evangelio, que es el Evangelio de la Paz (Ef. 6, 15).
Nuestra paz ha de ser una “paz arremangada”, que se construye cada día, operativa; una paz en acción, una paz en misión y se prueba en la vida real.
Paz interior, paz en las familias, paz social, paz entre los pueblos.
Volvemos a preguntarnos: La Paz, ¿estilo de vida? Sí, definitivamente. Porque nos es propio a nuestra esencia de cristianas del mundo de hoy. La paz es un imperativo de estos tiempos, debemos ser constructores de paz. Y la paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas (EG 219). La paz se construye día a día –casi artesanalmente-, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres.
Para avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, el Papa Francisco nos propone entre otros, un principio: “La unidad prevalece sobre el conflicto”.
El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él. Perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada (EG 226). Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su vida. Lo más adecuado, es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. “!Felices los que trabajan por la paz!” (Mt 5, 9) (EG 227).
De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y miran a los demás en su dignidad más profunda. (EG 228).
Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14).  y sociedad. La señal de esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14). El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos. El primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta pacificación en las diferencias es la propia interioridad, la propia vida siempre amenazada por la dispersión. Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil construir una auténtica paz social. (EG 229)

Para finalizar, traigo a la luz de estos tiempos, a nuestra querida Santa Juana de Chantal que le escribe a una de sus superioras, consejos que nos inspirarán con toda actualidad. En la Carta Nº 11 escribe:
“Querida hija: tened gran cuidado de mantener vuestra alma en paz, en la conducta que Dios guarda con ella. Vuestro camino es bueno y seguro, aunque penoso; caminad por él lo más dulcemente que le sea posible, abandonándoos enteramente en las manos de Dios; confiando en su amor, sin esfuerzo ni violencia. Para formar actos, sufrid con paciencia vuestras penas, y miradlas lo menos que podáis. Moderad todos los movimientos de vuestra alma, y cuando la sintáis conmovida de alguna pasión, arrojadla prontamente en la voluntad divina, y que en ella mueran todos vuestros deseos y satisfacciones; por este medio poseeréis la verdadera paz que yo os deseo de todo corazón, y ruego a Dios os la de; pedidle vos que tenga misericordia de mí. Amén.”




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