Hablar de la Iglesia
es hablar de nuestra madre
Miercoles 18 Jun 2014 | 10:37 am
Queridos
hermanos y hermanas, y felicitaciones porque fueron valientes, con este tiempo
que no se sabe si llueve, si no llueve, ¡valientes! Esperamos que Dios tenga
misericordia de nosotros y no llueva antes de terminar.
Hoy comienzo un ciclo de catequesis sobre la Iglesia. Es un poco como un hijo que habla de su propia madre, de su propia familia. Hablar de la Iglesia es hablar de nuestra madre, de nuestra familia. La Iglesia no es una institución cuyo fin es ella misma o una asociación privada, una ONG, ni mucho menos se debe restringir la mirada al clero o al Vaticano.
La Iglesia somos todos. No de los curas. Los curas son parte de la Iglesia, la Iglesia somos todos. No la limiten a los obispos, los sacerdotes, el Vaticano, esos son parte de la Iglesia, pero la Iglesia somos todos, todos familia, de la madre. La Iglesia es una realidad muy amplia, que se abre a toda la humanidad y que no nace de repente de la nada, no nace en un laboratorio.
Está fundada por Jesús, es un pueblo con una larga historia sobre sus espaldas y una preparación mucho antes del propio Cristo.
1. Esta historia, o “prehistoria”, de la Iglesia se encuentra ya en las páginas del Antiguo Testamento. Escuchamos el Libro del Génesis, Dios eligió a Abraham, nuestro padre en la fe, y le pidió que partiera, que dejara su patria terrena y fuera hacia otra tierra, otra tierra que Él le indicaría (cfr Gen 12,1-9). Y en esta vocación Dios no llama a Abraham por sí solo, como individuo, sino que implica desde el principio a su familia, a su parentela y a todos aquellos que están al servicio de su casa.
Así empezó a caminar la Iglesia. Ya en camino, Dios ensanchará aún más el horizonte y colmará a Abraham de su bendición, prometiéndole una descendencia numerosa como las estrellas del cielo y como la arena del mar. El primer dato importante es precisamente esto: comenzando por Abraham, Dios forma un pueblo para que lleve su bendición a todas las familias de la tierra. Y dentro de este pueblo nace Jesús. Es Dios quien hace este pueblo, esta historia: la Iglesia en camino, y allí nace Jesús, en este pueblo.
2. Un segundo elemento: no es Abraham quien constituye alrededor suyo a un pueblo, sino que es Dios quien da la vida a este pueblo. Normalmente era el hombre quien se dirigía a la divinidad, intentando llenar la distancia e invocando apoyo y protección, la gente rezaba invocando a la divinidad.
En este caso, en cambio, se asiste a algo inaudito: es Dios mismo quien toma la iniciativa, oigamos esto, es Dios mismo quien llama a la puerta de Abraham, y le dice, vete adelante, vete de tu tierra, empieza a caminar y yo haré de ti un gran pueblo, y este es el inicio de la Iglesia, y en este pueblo nace Jesús. Pero es Dios quien toma la iniciativa, y dirige su palabra al hombre, creando un vínculo y una relación nueva con él.
Pero ¿cómo es esto? ¿Dios nos habla? Sí. ¿Y nosotros podemos hablar con Dios? Sí. ¿Pero nosotros podemos tener una conversación con Dios? Sí, ¡esto se llama oración! Pero es Dios quien lo hizo desde el principio. Así Dios forma un pueblo con todos aquellos que escuchan su Palabra y que se ponen en camino, fiándose de Él.
Esta es la única condición, confiar en Dios. Si confías en Dios, lo escuchas y te pones en camino, esto es “hacer Iglesia”.
El amor de Dios precede todo. Dios siempre llega antes que nosotros, nos precede. El profeta Isaías o Jeremías, uno de estos dos, no recuerdo bien, decía que Dios es como la flor del almendro, porque es el primer árbol que florece en primavera, para decir que Dios siempre florece antes que nosotros. Cuando llegamos Él ya nos espera, nos llama, nos hace caminar, siempre anticipándose a nosotros, y esto se llama amor, porque Dios nos espera siempre.
Pero Padre, yo no creo esto porque si usted supiera, Padre, mi vida fue tan fea, ¿cómo puedo pensar que Dios me espera? Dios te espera y si fuiste un gran pecador te espera aún más y te espera con mucho amor, porque Él es el primero. Esta es la belleza de la Iglesia que nos lleva hacia este Dios que nos espera.
3. Abraham y los suyos escuchan la llamada de Dios y se ponen en camino, a pesar de que no saben bien quién es este Dios y adónde quiere llevarlos. Es verdad, Abraham se pone en camino por este Dios que le habló, pero no tenía un libro de teología para estudiar quien era este Dios. Se fía, se fía del amor.
Dios le hace sentir su amor y él se fía. Pero esto no significa que estas personas sean siempre convencidos y fieles. Al contrario, desde el principio hay resistencias, replegamientos en sí mismos y en sus intereses y la tentación de comerciar con Dios y de resolver las cosas a su manera.
Son las traiciones y los pecados que marcan el camino del pueblo a lo largo de toda la historia de la salvación, que es la historia de la fidelidad de Dios y de la infidelidad del pueblo.
Pero Dios no se cansa, tiene paciencia, tiene mucha paciencia y en el tiempo sigue educando y formando a su pueblo, como un padre con su propio hijo. Dios camina con nosotros. Dice el profeta Oseas, yo caminé contigo y te enseñé a caminar como un papá enseña a caminar al niño.
Bella figura de Dios. Y así es con nosotros, nos enseña a andar. Y es la misma actitud que mantiene hacia la Iglesia. También nosotros, de hecho, aun en nuestro propósito de seguir al Señor Jesús, tenemos experiencia cada día del egoísmo y de la dureza de nuestro corazón. Pero cuando nos reconocemos pecadores, Dios nos llena de su misericordia y de su amor. Y nos perdona, perdona siempre.
Y es precisamente esto lo que nos hace crecer como pueblo de Dios, como Iglesia: no es nuestra bravura, no son nuestros méritos, nosotros somos poca cosa, sino que es la experiencia cotidiana de cuánto el Señor nos quiere y cuida de nosotros. Esto es lo que nos hace sentirnos verdaderamente suyos, en sus manos, y nos hace crecer en la comunión con Él y entre nosotros. Ser Iglesia es sentirse en las manos de Dios, que es Padre, que nos ama, nos acaricia, nos espera, nos hace sentir su ternura. Y esto es muy bello.
Queridos amigos, este es el proyecto de Dios. Cuando llamó a Abraham, pensaba en esto: formar un pueblo bendecido por su amor y que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra. Este proyecto no cambia, está siempre en acto. En Cristo tuvo su cumplimiento y aún hoy Dios sigue realizándolo en la Iglesia.
Pidamos por tanto la gracia de permanecer fieles en seguimiento del Señor Jesús y en la escucha de su Palabra, dispuestos a partir cada día, como Abraham, hacia la tierra de Dios y del hombre, nuestra verdadera patria, y así ser bendición, signo del amor de Dios por todos sus hijos.
A mí me gusta pensar que un sinónimo, otro nombre que podemos tener los cristianos sería este: son hombres y mujeres, gente de bendición. El cristiano con su vida debe bendecir siempre, bendecir a Dios y bendecirnos a todos nosotros. Nosotros los cristianos somos gente que bendice, que sabe bendecir. ¡Qué bella vocación!+
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