SOLEMNIDAD DEL SALGRADO CORAZÓN DE JESÚS
AMOR AL SAGRADO CORAZÓN DE
JESÚS
Salvación
del mundo, gloria de Cristo, Hijo único y gloria del Padre: otras tantas
expresiones que señalan la irradiación triunfante de la caridad divina. El
verbo de la bondad divina se ha hecho corazón humano para salvar a los hombres
inhumanos (por ser pecadores), revelándoles el corazón del Padre. El corazón
del redentor simboliza y expresa su amor misericordioso hacia nosotros, porque
significa la caridad sobrenatural y recíproca, que difunde, por medio de su
Espíritu, en nuestros corazones. Dándonos el amarnos los unos a los otros es
como nos salva. Pero esta caridad recíproca está polarizada por el ejercicio
del primer mandamiento. Amamos a los hombres por amor del hombre Jesús, Hijo de
Dios. El segundo mandamiento está finalizado totalmente por el primero, que es
mayor (cf. Mt 22, 38). Y este primer mandamiento se refiere inseparablemente al
amor debido al Hijo y al Padre, que son uno (Jn 10, 30) en el Espíritu. El
que me ama, ama al Padre (cf. Jn 14, 9).
De
este modo la caridad salvífica del hombre sigue el orden paralelamente inverso
al de Dios: sube hasta el Padre por medio del Hijo y los miembros del Hijo. Lo
primero que el amor redentor descendió del Padre por medio del Hijo hacia los
hombres.
Es
en la encrucijada de esta ascensión y de este descenso donde está el corazón
traspasado del Señor. Quiere Él que amemos a los hombres por amor suyo y del
Padre (cf. Jn 8, 42; 14, 21). Se presenta a sí mismo como el modelo de este
triple amor. ¿No es acaso el primero que nos ha amado como Él se amó a sí mismo
por amor del Padre? Si nos ordena: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22,
39), ¿no se trata de una forma de pedirnos que le imitemos? Nadie nunca amó a
su prójimo como Jesús lo ha hecho. Y ¿no le ha amado Él como Él se amaba a Sí
mismo, como Él amaba a su humanidad santa por amor del Padre?
El
amor del corazón de jesús a los demás está polarizado por su amor totalmente
desintereso de sí mismo, orientado hacia el Padre. Él es el Hijo único, que
está a la vez hacia y en seno del Padre, del que Él nace eternamente.
Y
este triple amor que “estructura” el corazón del Hombre-Dios corresponde a la
triple finalidad de su ser teándrico. El vino para que los hombres se salven
amándole; para su propia gloria que no es más que la irradiación de su amor;
alabanza de la gloria del Padre, que es Amor (Jn 14, 21; Ef I, 6. 12; I Jn
4,8).
El
mundo se ordena al corazón herido de Cristo redentor, Hijo bienamado que se
insertó en la humanidad para gloria del Amor paterno. De este modo se presenta
la primacía ontológica absoluta del Verbo divina hecho corazón humano.
Existiendo
para amar a sus hermanos, y sobre todo para ser amado por ellos, el corazón del
Cordero ofrece al Padre este doble amor, y ama de este modo a su Padre con un
amor creado de valor infinito, puesto que lo asume su amor increado de Hijo
único y eterno.
Fue
intuición genial de Duns Escoto el haber comprendido nítidamente (aunque
torpemente, con tal vez inconscientes connotaciones nestorianas) el valor
supremo glorificador de un amor finito y creado, hipostáticamente asumido por
un amor infinito. El Hijo único ama a su Padre no solamente con un amor eterno
e increado recibido de Él e insuflando con Él el Amor personal que es el Espíritu,
sino también con un amor creado; una caridad infusa y volitiva que nunca ha
cesado desde el primer instante de su inhumación y que no cesara jamás; e
incluso una caridad infusa y sensible, interrumpida entre el viernes santo y la
resurrección para abrazar sin fin, a partir de este momento, su corazón humano
y glorificado.
Este
doble amor infuso, sensible y volitivo, creado, y asumido por el Amor increado
del Hijo único, ofrece sin cesar al Padre, fuente última de todo amor, la
dilección divinizada de sus hermanos en humanidad, a la que confiere de este
modo un valor, en cierto sentido infinito. Todas las caridades creadas, todo el
amor vertido por el Espíritu del Hijo en los corazones de los hombres en el
curso de toda la historia humana, son asumidos con esta historia universal por
el Hijo único y bienamado, y ofrecidas por Él al Padre en unión de su triple
amor teándrico, lo que explica su inefable e incomparable valor.
El
corazón traspasado y glorificado del Redentor aparece, pues, ineluctablemente
como la llave de la historia universal, que es, ante todo y sobre todo, la historia
de la caridad. El corazón del Mediador es el alfa y la omega del universo. ¿No
era esto lo presentaba, con cierta oscura claridad el gran teólogo de la
Encarnación, San Máximo Confesor, en sus admirables consideraciones sobre el
adán cósmico, hombre total?
“Cristo
es el gran misterio escondido, la finalidad bienaventurada y la meta por la que
todo fue creado… La mirada fija sobre este fin Dios llama a todas las cosas a
la existencia. Este fin es el límite en el que las creaturas realizan su vuelta
a Dios… Todos los eones han recibido en Cristo su principio y su fin. Esta
síntesis estaba ya premeditada con todos los eones: síntesis del límite con el
infinito, del Creador con la criatura, del reposo con el movimiento. En la
plenitud de los tiempos, esta fue síntesis visible en Cristo, aportando la
realización de los proyectos de Dios Cristo unió la naturaleza creada a la
naturaleza increada en el amor. ¡Oh maravilla de la amistad y ternura divina
hacia nosotros!”
A
la luz del corazón del Cordero inmolado y triunfante, y del Cordero
Pantocrátor, entrevemos la posibilidad, ya en parte realizada, de una síntesis
fecunda de los puntos de vista correctos mantenidos hasta ahora por las
diferentes escuelas teológicas. Síntesis eminentemente conforme a los puntos de
vista metodológicos de los Doctores Angélico y Sutil: “debemos amar las dos
vertientes, a aquellos cuyas ideas seguimos, puesto que ambos nos ayudan a
descubrir la verdad. Por lo mismo, es justo dar las gracias a todos”.
Esta
síntesis cree poder afirmar, por medio de una profundización del dato
bíblico y patrístico, la primacía absoluta y universal del corazón del Cordero
redentor. Ella subraya tanto más el carácter último de Jesucristo, alfa que se
hace omega, siendo el Mediador por excelencia y ejerciendo incesantemente su
trascendente mediación.
Digamos
más: la Iglesia, conociendo y reconociendo siempre la primacía absoluta del
corazón del Cordero, coopera a su misión invisible y visible recibida del
Padre; por su esposa, el alfa se hace omega, el primera se hace último, y el
que era eternamente en el seno del Padre, se hace siempre más Aquel que está en
el corazón de la tierra y aquel que viene sobre las nubes del cielo; aquel que
es el Pantocrátor, el Todopoderoso (Cf. Ap, 22, 12; 1, 8. 17).
Progresando
en la proclamación, cada vez más intensa de la primacía del Cordero, la Iglesia
se hace cada vez más su Esposa fiel y fecunda. De este modo, bajo la acción y
el soplo del Espíritu, dice constantemente a Aquel que es su templo y su
antorcha: ¡Ven! (Cf. Ap 21, 22-23; 22, 17).
Bertrand
de Margerie S.J.
Transcrito por José Gálvez Krüger para Aci Prensa
Transcrito por José Gálvez Krüger para Aci Prensa
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