Asociación Hijas de San Francisco de Sales
Región Argentina
ENCUENTRO
NACIONAL
Córdoba, 24 al 26 de octubre de 2014
“Salgamos presurosas a anunciar con alegría el
Evangelio”
La Paz, según San Francisco de Sales y Evangelii Gaudium
Que
la paz, que procede del Padre, Don perfecto de Dios, esté con todos nosotros.
Amén.
“LA PAZ COMIENZA CON UNA SONRISA”
P.Francisco
Con el estudio y reflexión de la
probación sobre la paz, este año hemos querido profundizar y renovar nuestro
compromiso evangélico, según la espiritualidad de San Francisco de Sales, tal
como nos invita nuestra consagración salesiana.
En el silencio de cada día cuando
amanece, y en la presencia de Dios, lo invocamos pidiendo la paz, la sabiduría
y la fortaleza. En cada jornada renovamos esta petición, y en la oración fiel,
reiterada, constante, imprimimos nuestro propósito, sellamos el estilo en que
deseamos vivir cada día, todos los días.
La Paz, ¿es nuestro estilo de
vida?
Si tenemos la vida del Espíritu,
dejémonos conducir por el Espíritu. Si nos hemos consagrado en Él, demos frutos
según el mismo Espíritu (Gal. 5, 25). Esos frutos son: caridad, alegría y paz;
generosidad, comprensión de los demás, bondad y confianza; mansedumbre y
dominio de sí mismo (Gal. 5, 22).
Los frutos del Espíritu Santo son
perfecciones que forma en nosotros el mismo Espíritu, como primicias de la
Gloria (CIC 1832). Y el fruto de la paz, es el AMOR.
San Francisco en el libro X del
Tratado de Amor a Dios, nos invita a elevar la mirada al amor perfecto y
reconocer en el camino que nos lleva a ese amor, las experiencias de amor
inmaduro, de niños, de jóvenes… distraídos con otros amores, con otros
intereses y así imperfectos aún, no pueden producir tantos frutos como
producirían si se poseyera totalmente el corazón (TAD X, 4).
La primera tierra en la que Jesús
quiere reinar es en nuestro corazón, Allí en lo secreto del alma, es donde se
libra la lucha con esos vicios que nos separan del Amor y que deben ser
educados con auxilio de la Gracia.
Enojos, ira, inquietud, apresuramiento,
impaciencia… mal espíritu que nos aleja de la comunión con el Amado.
San Francisco de Sales escribía
en 1605 a la abadesa de Puits d' Orbe: "Hay que vivir en todo y en todas partes pacíficamente; y si nos sucede
alguna pena, interior o exterior, hay que recibirla con paz; y si es un gozo,
hay que recibirlo también con paz, sin estremecerse por ello. Hay que huir del
mal, pero pacíficamente, sin turbarnos, pues de otra manera, podríamos caer al
huir, y darle al enemigo la posibilidad de matarnos. Hay que hacer el bien;
pero hay que hacerlo tranquilamente, pues de lo contrario, cometeríamos muchas
faltas por apresuramiento. Aun la penitencia hay que hacerla pacíficamente
(…).Hagamos tres cosas, querida hija, y tendremos paz. Tengamos una intención
pura de querer en todas las cosas el honor de Dios y su gloria, haciendo lo que
podamos con este fin, según el parecer de nuestro padre espiritual, y dejemos a
Dios el cuidado de todo lo demás. Quien tiene a Dios por objeto de sus
intenciones, y hace lo que puede, no tiene por qué atormentarse, ni turbarse,
ni temer. No, no; Dios no es tan terrible para con los que ama; se contenta con
poco, porque sabe que no tenemos mucho. Sabe, querida hija, que Nuestro Señor
es llamado en la Escritura Príncipe de la Paz, y que por eso, donde es dueño
absoluto, lo mantiene todo en paz. Es verdad que antes de poner paz en un lugar
es necesaria la guerra, para separar el corazón y el alma de sus más caros
afectos, como el amor desmedido de sí mismo, la confianza en sí mismo, la
complacencia en sí mismo y otros afectos semejantes" (XII,30).
Jesús siempre presente en
nuestras tempestades, nos invita a tener una fe humilde, confiada, fuerte.
Jesús nuestro amado, nuestra fortaleza, nuestra fuente de sosiego y paz.
Se prueba por fin, nuestra paz
interior según como nos conducimos en las actividades, en nuestras acciones.
Con marchas y contramarchas, con
luces y sombras; si nuestro “estilo” en todo es de Jesús, será al modo de las
Bienaventuranzas… viviremos en la realidad humana, en lo cotidiano, con
serenidad, con moderación, con paz interior, amenas, alegres… vigilantes y en
la lucha por ser constantes; confiadas en la Providencia y descansando en los
cuidados de Dios, pero atentas a lo que sea que amenaza la caridad y el
equilibrio. Seremos perseverantes en observar nuestra Regla de Vida, humildes
para corregirnos una y otra vez, tanto como aplicadas en la oración y en la
Eucaristía.
Ordenar nuestros días y acciones
nos llevan a la paz. Poner orden en nuestra salud, en las actividades sociales,
laborales, en las relaciones, en nuestras agendas es una grave responsabilidad
de conciencia, pues muchos pecados y faltas hacia la caridad, provienen del
desorden y desequilibrio de nuestro pobre corazón.
La paz es un don difícil de
adquirir, entre otras cosas porque es fruto de la Cruz. Configurados con
Cristo, purificamos nuestros deseos, nuestra voluntad al pie de la Cruz, altar
donde nos unimos a Él, a su oración de adoración, de alabanza, de intercesión y
ofrenda al Padre. Al pie de la Cruz rezamos nuestras limitaciones, faltas de
perdón, faltas de amor y todas las actitudes negativas que nos separan de los
demás. Miremos a Jesús crucificado y nos miramos, para mejor amar y servirle.
Allí, frente a la Cruz el
Espíritu Santo nos irradia la Paz, y allí vamos con nuestras contradicciones,
egoísmos e incoherencias; y allí, siempre bienvenidos, volvemos por consuelo,
alivio, conversión. “En el silencio de la
Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del
perdón, del diálogo, de la Paz” (P. Francisco).
Instalar la paz en el mundo, no
está a nuestro alcance, pero Dios nos hace desear los dones que quiere darnos.
San Juan XXIII identificó cuatro
condiciones esenciales de la paz, exigencias del espíritu humano: la verdad, la justicia, el amor y la
libertad. “La verdad, constituirá
la base de la paz si el hombre toma conciencia con honestidad, que además
de sus derechos, tiene también deberes para con el prójimo. La justicia
edificará la paz, si cada uno respeta concretamente los derechos del otro y
se esfuerza en cumplir plenamente sus deberes para con los demás. El amor
será levadura de la paz, si las personas consideran las necesidades de los
otros como las suyas propias, y comparten lo que poseen, empezando por los valores
del espíritu. En fin, la libertad alimentará la paz y le hará dar fruto si, en
la elección de los medios tomados para alcanzarla, los individuos siguen la
razón y aseguran con coraje la responsabilidad de sus actos” (S. Juan Pablo
II, 1º enero de 2003).
Debemos sentir un gran compromiso
en educarnos para la paz, como que forma parte de la esencia de nuestra
religión. Para el cristiano, proclamar la paz es anunciar a Cristo que es
nuestra Paz (Ef. 2, 14), es anunciar su Evangelio, que es el Evangelio de la
Paz (Ef. 6, 15).
Nuestra paz ha de ser una “paz
arremangada”, que se construye cada día, operativa; una paz en acción, una paz
en misión y se prueba en la vida real.
Paz interior, paz en las
familias, paz social, paz entre los pueblos.
Volvemos a preguntarnos: La Paz,
¿estilo de vida? Sí, definitivamente. Porque nos es propio a nuestra esencia de
cristianas del mundo de hoy. La paz es un imperativo de estos tiempos, debemos
ser constructores de paz. Y la paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto
del equilibrio siempre precario de las fuerzas (EG 219). La paz se construye
día a día –casi artesanalmente-, en la instauración de un orden querido por
Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres.
Para avanzar en esta construcción
de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, el Papa Francisco nos propone
entre otros, un principio: “La unidad prevalece sobre el conflicto”.
El conflicto no puede ser
ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él.
Perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda
fragmentada (EG 226). Ante el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen
adelante como si nada pasara, se lavan las manos para poder continuar con su
vida. Lo más adecuado, es aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y
transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. “!Felices los que trabajan por la paz!” (Mt 5, 9) (EG 227).
De este modo, se hace posible
desarrollar una comunión en las diferencias, que sólo pueden facilitar esas
grandes personas que se animan a ir más allá de la superficie conflictiva y
miran a los demás en su dignidad más profunda. (EG 228).
Cristo ha unificado todo en sí:
cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y eternidad, carne y espíritu, persona
Cristo ha unificado todo en sí: cielo y tierra, Dios y hombre, tiempo y
eternidad, carne y espíritu, persona y sociedad. La señal de esta unidad y
reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz»
(Ef 2,14). y sociedad. La señal de
esta unidad y reconciliación de todo en sí es la paz. Cristo «es nuestra paz»
(Ef 2,14). El anuncio evangélico comienza siempre con el saludo de paz, y
la paz corona y cohesiona en cada momento las relaciones entre los discípulos.
El primer ámbito donde estamos llamados a lograr esta pacificación en las
diferencias es la propia interioridad, la propia vida siempre amenazada por la
dispersión. Con corazones rotos en miles de fragmentos será difícil construir
una auténtica paz social. (EG 229)
Para finalizar, traigo a la luz
de estos tiempos, a nuestra querida Santa Juana de Chantal que le escribe a una
de sus superioras, consejos que nos inspirarán con toda actualidad. En la Carta
Nº 11 escribe:
“Querida hija: tened gran cuidado de mantener vuestra alma en paz, en la
conducta que Dios guarda con ella. Vuestro camino es bueno y seguro, aunque
penoso; caminad por él lo más dulcemente que le sea posible, abandonándoos
enteramente en las manos de Dios; confiando en su amor, sin esfuerzo ni
violencia. Para formar actos, sufrid con paciencia vuestras penas, y miradlas
lo menos que podáis. Moderad todos los movimientos de vuestra alma, y cuando la
sintáis conmovida de alguna pasión, arrojadla prontamente en la voluntad
divina, y que en ella mueran todos vuestros deseos y satisfacciones; por este medio
poseeréis la verdadera paz que yo os deseo de todo corazón, y ruego a Dios os
la de; pedidle vos que tenga misericordia de mí. Amén.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario