¿Por qué demora Francisco su visita a la Argentina?
Por: Sergio Rubin
Más
allá de que la presidenta de la Nación ignora las críticas -vengan de quien
vengan- y arremete igual con sus decisiones, es probable que le hayan importado
poco los cuestionamientos que el presidente del Episcopado, monseñor José María
Arancedo, formuló durante el último plenario de obispos por el hecho de que se
están sancionando leyes relevantes sin el debido análisis y consenso, por la
escasa reacción frente al avance del narcotráfico y por un modo de combatir la
pobreza basado en planes sociales. Es que ella cree que tiene el beneplácito
del Papa Francisco y, por tanto, lo que digan sus subalternos no merece una
especial atención.
Sin embargo, Cristina Kirchner debería hacer una lectura más fina de las palabras de los obispos y de los gestos y decisiones -siempre tan sugestivas- del propio Papa. En particular, sería bueno que se detuviera en lo que constituyó la principal preocupación que expresaron los miembros del Episcopado -según ellos mismos se lo dijeron a la prensa- durante su semana de deliberaciones en la casa El Cenáculo, de Pilar: la falta de diálogo y de reconciliación en el país. Con razón, se dirá que no se trata de una inquietud nueva. Pero no deja de ser sugestivo que la hayan deslizado ahora. ¿Es que hay un motivo novedoso?
La interpretación más probable es que los obispos temen tensiones en el último tramo del Gobierno de Cristina. Un tiempo que incluye un final de año siempre problemático en materia social y un año electoral, que potencia los conflictos. El Papa nunca ocultó su temor de que las tensiones subieran. El famoso “hay que cuidar a Cristina” es sintomático. Lamentablemente, aquella posición Francisco no fue bien interpretada por muchos de los más críticos al Gobierno. Como se dijo hasta el cansancio, el pontífice sólo quiere que la presidenta termine de la mejor manera su gestión para el bien del país.
Con todo, llama la atención que Francisco -como se lo esperaba con ocasión del plenario de obispos- no haya confirmado su viaje al país para junio de 2016, con ocasión de un religiosamente relevante Congreso Eucarístico en Tucumán, justo en el año del Bicentenario de la Declaración de la Independencia. Es sabido que Francisco es muy cuidadoso: “No puedo ir otra vez a Sudamérica después de haber estado en Brasil sin antes visitar otras regiones del mundo”, se justificó en su momento. Pero para mediados de 2016 ya habrá estado en muchas otras partes.
En la carta que le envió a Arancedo para comunicarle su imposibilidad de venir al país en junio de 2016, Francisco argumentó problemas de agenda. Que se sepa, hasta ahora, el único viaje confirmado que tiene ese año es a Polonia, para presidir una nueva edición de la Jornada Mundial de la Juventud, en Cracovia. Pero, en principio, está previsto para fines de julio. O sea, más de un mes después del Congreso Eucarístico de Tucumán. Es cierto que tiene invitaciones de muchos países, pero Juan Pablo II tardó menos de un año en ir al suyo.
Quizá haya en este análisis un exceso de interpretación y que, al final, Francisco vendrá en el segundo semestre de 2016, como muchos creen, en un periplo que –como le anticipó recientemente el Papa al arzobispo de Montevideo- incluirá a Uruguay y Chile, repitiendo el mismo itinerario que hizo Juan Pablo II en 1987.
Sin embargo, la demora del Francisco en confirmar su viaje a la Argentina invita a pensar que espera que las perspectivas en su país mejoren. Que los riesgos de conflictos bajen y que los dirigentes y la sociedad se muestren más dialogantes y reconciliados. Y así no quedar en medio de fuertes tensiones.
En ese contexto, su viaje sería sin duda más fecundo.
Sin embargo, Cristina Kirchner debería hacer una lectura más fina de las palabras de los obispos y de los gestos y decisiones -siempre tan sugestivas- del propio Papa. En particular, sería bueno que se detuviera en lo que constituyó la principal preocupación que expresaron los miembros del Episcopado -según ellos mismos se lo dijeron a la prensa- durante su semana de deliberaciones en la casa El Cenáculo, de Pilar: la falta de diálogo y de reconciliación en el país. Con razón, se dirá que no se trata de una inquietud nueva. Pero no deja de ser sugestivo que la hayan deslizado ahora. ¿Es que hay un motivo novedoso?
La interpretación más probable es que los obispos temen tensiones en el último tramo del Gobierno de Cristina. Un tiempo que incluye un final de año siempre problemático en materia social y un año electoral, que potencia los conflictos. El Papa nunca ocultó su temor de que las tensiones subieran. El famoso “hay que cuidar a Cristina” es sintomático. Lamentablemente, aquella posición Francisco no fue bien interpretada por muchos de los más críticos al Gobierno. Como se dijo hasta el cansancio, el pontífice sólo quiere que la presidenta termine de la mejor manera su gestión para el bien del país.
Con todo, llama la atención que Francisco -como se lo esperaba con ocasión del plenario de obispos- no haya confirmado su viaje al país para junio de 2016, con ocasión de un religiosamente relevante Congreso Eucarístico en Tucumán, justo en el año del Bicentenario de la Declaración de la Independencia. Es sabido que Francisco es muy cuidadoso: “No puedo ir otra vez a Sudamérica después de haber estado en Brasil sin antes visitar otras regiones del mundo”, se justificó en su momento. Pero para mediados de 2016 ya habrá estado en muchas otras partes.
En la carta que le envió a Arancedo para comunicarle su imposibilidad de venir al país en junio de 2016, Francisco argumentó problemas de agenda. Que se sepa, hasta ahora, el único viaje confirmado que tiene ese año es a Polonia, para presidir una nueva edición de la Jornada Mundial de la Juventud, en Cracovia. Pero, en principio, está previsto para fines de julio. O sea, más de un mes después del Congreso Eucarístico de Tucumán. Es cierto que tiene invitaciones de muchos países, pero Juan Pablo II tardó menos de un año en ir al suyo.
Quizá haya en este análisis un exceso de interpretación y que, al final, Francisco vendrá en el segundo semestre de 2016, como muchos creen, en un periplo que –como le anticipó recientemente el Papa al arzobispo de Montevideo- incluirá a Uruguay y Chile, repitiendo el mismo itinerario que hizo Juan Pablo II en 1987.
Sin embargo, la demora del Francisco en confirmar su viaje a la Argentina invita a pensar que espera que las perspectivas en su país mejoren. Que los riesgos de conflictos bajen y que los dirigentes y la sociedad se muestren más dialogantes y reconciliados. Y así no quedar en medio de fuertes tensiones.
En ese contexto, su viaje sería sin duda más fecundo.
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