A las 5:50 PM, por Fray Nelson
Perdí la cuenta del número de personas que consideran el adjetivo “medieval” como un insulto, una especie de arma arrojadiza que te disparan en medio de una conversación, con la secreta o patente esperanza de producirte desconcierto o vergüenza. “¡Ya no estamos en la Edad Media!” “¡Tu postura es medieval!”: este es el tipo de exclamación que debería producir en uno una súbita oleada de confusión y dolor, dejándolo incapaz de continuar con el debate, más allá de unos balbuceos y un pronto entregar las armas.
Perdí la cuenta del número de personas que consideran el adjetivo “medieval” como un insulto, una especie de arma arrojadiza que te disparan en medio de una conversación, con la secreta o patente esperanza de producirte desconcierto o vergüenza. “¡Ya no estamos en la Edad Media!” “¡Tu postura es medieval!”: este es el tipo de exclamación que debería producir en uno una súbita oleada de confusión y dolor, dejándolo incapaz de continuar con el debate, más allá de unos balbuceos y un pronto entregar las armas.
Por supuesto, las cosas cambian cuando uno empieza
a conocer en serio qué fue y qué sigue siendo la grandeza de la llamada “Edad
Media,” que, como es sabido, ya desde ese nombre es vista como una especie de
paréntesis lamentable entre la verdadera y gran cultura de la Antigüedad, y
luego los esfuerzos y logros del llamado “Renacimiento.” Los que se
vieron a sí mismos como “hombres del renacer” pretendieron sepultar en
ignominia los siglos que les separaban del tiempo antiguo, que se les antojaba
libre, creativo y sobre todo feliz, acaso por no estar sujeto a las ataduras de
la moral católica–que por ahí van las cosas.
Sea de ello lo que fuere, un sacerdote como yo ha
recibido tantas veces el “insulto,” bien entre comillas, de “medieval” que he
terminado por asumirlo, aunque no por supuesto como un epíteto que me degrada sino
como un apelativo que me hermana con gente de talento y de talante.
Y como, por otra parte, voy acercándome a los 50 años de edad, bien está que me
considere de la “edad media,” tanto con mayúsculas como con minúsculas.
Aquí van entonces, sin más preámbulos, quince
consejos de este sacerdote medieval a sus hermanos sacerdotes. Si son
de ayuda, bendito Dios; y si no, la brevedad del lenguaje tuitero hará que no
se pierda mucho tiempo.
1. Nada puede reemplazar nunca el valor
de tu tiempo a solas con Jesucristo.
2. No eres dueño de los sacramentos
pero, si los celebras con viva fe y amor, serán tu principal alimento
espiritual.
3. Si la Cruz de Cristo no está con la
debida frecuencia en tu predicación, ten la certeza de que te estás volviendo
irrelevante.
4. Serás instrumento de Cristo si tu voz
llama con igual fuerza al arrepentimiento sincero y a la confianza total en la
gracia divina.
5. El sacerdote que no predica con su
vida y palabra la conversión está predicando a gritos: “¡Yo sobro!”
6. Incluso los que estén en desacuerdo
contigo te agradecerán que seas claro en la doctrina; tienen derecho a saber a
qué atenerse.
7. Las conquistas pastorales que
violentan la doctrina de la Iglesia terminan en desengaños amargos para todos.
8. Busca en lo posible ser amigo de
familias y no sólo de personas.
9. Las preguntas más útiles para un
pastor de almas son: ¿A quiénes no estoy tomando en cuenta? ¿De quiénes me
estoy olvidando?
10.
Sé
muy prudente en política: cada vez que apoyas abiertamente un partido estás
declarando a la Iglesia enemiga de los demás partidos.
11.
Jamás
hagas publicidad ni permitas que los medios conviertan una oración de
liberación o un exorcismo en un espectáculo.
12.
Si
olvidas al hambriento no estás evangelizando; si el hambriento queda satisfecho
con solo pan tampoco estás evangelizando.
13.
La
manera de evitar el infierno no es evitar mencionarlo.
14.
No
mejores el Evangelio: si Cristo dijo que el camino era estrecho avanza por ahí
y muéstralo así con amor a los demás.
15.
No
vas a vencer siempre pero si puedes aprender a vencerte cada día un poco más,
por amor a Jesucristo.
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