EL PRIMER DIA
La Conformidad
Perfecta de San Francisco con la Voluntad de Dios
San Francisco de Sales solo deseaba honrar a Dios y el
cumplir perfectamente con la Voluntad Divina de Dios. El solía decir que la
voluntad de Dios era la ley suprema de su corazón y que en esta vida, aún
cuando debemos ofrecer nuestro esfuerzo y labor como parte de nuestra oración a
Dios, la mejor oración que podemos hacer consiste en nuestra sumisión completa
a la Voluntad de Dios.
M. Favre, su confesor, nos asegura que él creía
firmemente que San Francisco de Sales, en el fondo de su alma, permanecía en
constante e íntima comunicación con nuestro Señor y Salvador, y que él tenía un
conocimiento particularmente iluminado de los misterios de Dios. Así pues,
Francisco nunca se vio perturbado o molesto a raíz de los eventos inesperados,
aún cuando estos llegaran uno seguidamente después del otro; él los aceptaba
como llegaban de la mano de un Dios amoroso y no los juzgaba desde un punto de
vista meramente humano, o incluso de acuerdo a su importancia intrínseca, sino
que simplemente los entendía como parte del diseño de la voluntad de Dios. Así
pues, Francisco fue constante en la oración; siempre gobernando su corazón de
acuerdo con el buen placer de Dios, entregándose, con una confianza como la de
un niño, a la Divina Providencia.
La fuente de todas las acciones de Francisco era la
Voluntad de Dios. El principal ejercicio espiritual de nuestro Francisco de
Sales consistía en hacer todo por Dios y en aceptar todo de la mano de Dios,
tal y como le era presentado por la Providencia, y esto significaba que el preservaba
su alma en una paz y una unión constante con Dios (Santa Chantal.)
Un Ramillete
Espiritual
Consideremos el gran número de beneficios, exteriores e
interiores, y también todos los sufrimientos exteriores e interiores que Dios
en Su justicia y misericordia ha dispuesto para nosotros. Acojámoslos
amorosamente con los brazos abiertos, resignándonos enteramente a su Santísima
Voluntad, y en esta inmolación de nosotros mismos cantemos un canto eterno de
alabanza, ‘Tu voluntad sea hecha en la tierra como en el cielo.’ (Sobre el
Amor de Dios, Libro IX., cap. 1)
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