sábado, 24 de enero de 2015

1ra, CONSIDERACION VIRTUDES INTERIORES sFs


EL PRIMER DIA

La Conformidad Perfecta de San Francisco con la Voluntad de Dios

San Francisco de Sales solo deseaba honrar a Dios y el cumplir perfectamente con la Voluntad Divina de Dios. El solía decir que la voluntad de Dios era la ley suprema de su corazón y que en esta vida, aún cuando debemos ofrecer nuestro esfuerzo y labor como parte de nuestra oración a Dios, la mejor oración que podemos hacer consiste en nuestra sumisión completa a la Voluntad de Dios.

M. Favre, su confesor, nos asegura que él creía firmemente que San Francisco de Sales, en el fondo de su alma, permanecía en constante e íntima comunicación con nuestro Señor y Salvador, y que él tenía un conocimiento particularmente iluminado de los misterios de Dios. Así pues, Francisco nunca se vio perturbado o molesto a raíz de los eventos inesperados, aún cuando estos llegaran uno seguidamente después del otro; él los aceptaba como llegaban de la mano de un Dios amoroso y no los juzgaba desde un punto de vista meramente humano, o incluso de acuerdo a su importancia intrínseca, sino que simplemente los entendía como parte del diseño de la voluntad de Dios. Así pues, Francisco fue constante en la oración; siempre gobernando su corazón de acuerdo con el buen placer de Dios, entregándose, con una confianza como la de un niño, a la Divina Providencia.

La fuente de todas las acciones de Francisco era la Voluntad de Dios. El principal ejercicio espiritual de nuestro Francisco de Sales consistía en hacer todo por Dios y en aceptar todo de la mano de Dios, tal y como le era presentado por la Providencia, y esto significaba que el preservaba su alma en una paz y una unión constante con Dios (Santa Chantal.)

Un Ramillete Espiritual


Consideremos el gran número de beneficios, exteriores e interiores, y también todos los sufrimientos exteriores e interiores que Dios en Su justicia y misericordia ha dispuesto para nosotros. Acojámoslos amorosamente con los brazos abiertos, resignándonos enteramente a su Santísima Voluntad, y en esta inmolación de nosotros mismos cantemos un canto eterno de alabanza, ‘Tu voluntad sea hecha en la tierra como en el cielo.’ (Sobre el Amor de Dios, Libro IX., cap. 1)

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