Catequesis del Papa sobre las heridas en la
familia
VATICANO, 24 Jun. 15 / 11:13 am (ACI).- El Papa Francisco dedicó su reflexión de hoy en la
audiencia general a las heridas en las familias y su repercusión en el alma de
los hijos que los pueden acompañar el resto de su vida.
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
las últimas catequesis hemos hablado de la familia que vive las fragilidades de la condición
humana, la pobreza, la enfermedad, la muerte. Hoy, en cambio, reflexionamos
sobre las heridas que se abren precisamente en el interior de la convivencia
familiar. Es decir, cuando en la misma familia, nos hacemos mal. ¡Es la cosa
más fea!
Sabemos
bien que en ninguna historia familiar faltan los momentos en los cuales la
intimidad de los afectos más queridos es ofendida por el comportamiento de sus
miembros. Palabras y acciones ¡y omisiones! que en vez de expresar amor, lo
quitan o, peor todavía, lo mortifican. Cuando estas heridas, que son todavía
remediables se descuidan, se agravan: se transforman en prepotencia,
hostilidad, desprecio. Y a este punto pueden transformarse en laceraciones
profundas, que dividen a marido y mujer e inducen a buscar en otro lado
comprensión, apoyo y consuelo. ¡Pero a menudo estos “apoyos” no piensan en el
bien de la familia!
El
vaciamiento del amor conyugal difunde resentimiento en las relaciones. Y a
menudo la desunión “cae” encima de los hijos.
Los
hijos. Quisiera detenerme un poco sobre este punto. No obstante nuestra
sensibilidad aparentemente evolucionada, y todos nuestros refinados análisis
psicológicos, me pregunto si no nos hemos anestesiado también con respecto a
las heridas del alma de los niños. Cuanto más se trata de compensar con regalos
y dulces, más se pierde el sentido de las heridas – más dolorosas y profundas –
del alma. Hablamos mucho de trastornos comportamentales, de salud psíquica, de
bienestar del niño, de ansia de los padres y de los hijos. ¿Pero sabemos
todavía qué es una herida del alma? ¿Sentimos el peso de la montaña que aplasta
el alma del niño, en las familias en las cuales se tratan mal y se hacen mal,
hasta romper el vínculo de fidelidad conyugal? ¿Qué peso tiene, en nuestras
elecciones –elecciones equivocadas, por ejemplo– qué peso tiene el alma de los
niños? Cuando los adultos pierden la cabeza, cuando cada uno piensa sólo en sí
mismo, cuando papá y mamá se hacen mal, el alma de los niños sufre mucho,
prueba una sensación de desesperación. Y son heridas que dejan una marca para
toda la vida.
En
la familia, todo está relacionado junto: cuando su alma está herida en algún
punto, la infección contagia a todos. Y cuando un hombre y una mujer, que se
han comprometido a ser “una sola carne” y a formar una familia, piensan obsesivamente
en las propias exigencias de libertad y de gratificación, esta distorsión
carcome la vida de los hijos. Tantas veces los niños se esconden para llorar
solos… Debemos entender bien todo esto. Marido y mujer son una sola carne. Pero
sus criaturas son carne de su carne. Si pensamos a la dureza con la cual Jesús
exhorta a los adultos a no escandalizar a los pequeños – hemos escuchado el
pasaje del Evangelio (cfr. Mt 18,6), podemos comprender mejor también su
palabra sobre la grave responsabilidad de custodiar el vínculo conyugal que da
comienzo a la familia humana (cfr. Mt 19,6-9).
Cuando
el hombre y la mujer se transformaron en una sola carne, todas las heridas y
todos los abandonos del papá y de la mamá inciden en la carne viva de los
hijos.
Por
otra parte, es verdad que hay casos en los cuales la separación es inevitable.
A veces puede volverse incluso moralmente necesaria, cuando precisamente se
trata de sustraer al cónyuge más débil o a los hijos pequeños, a las heridas
más graves causadas por la prepotencia y por la violencia, por el desaliento y
por la explotación, por la ajenidad y la indiferencia.
No
faltan, gracias a Dios, aquellos que sostenidos por la fe y por el amor a los
hijos, dan testimonio de su fidelidad a un vínculo en el cual han creído,
aunque parezca imposible hacerlo revivir. Pero no todos los separados sienten
esta vocación. No todos reconocen, en la soledad, un llamado del Señor dirigido
a ellos.
A
nuestro alrededor encontramos diversas familias en situaciones así llamadas
irregulares – no me gusta esta palabra - y nos hacemos tantas preguntas. ¿Cómo
ayudarlas? ¿Cómo acompañarlas? ¿Cómo acompañarlas para que los niños no se
vuelvan rehenes del papá o de la mamá?
Pidamos
al Señor una fe grande, para mirar la realidad con la mirada de Dios; y una
gran caridad, para acercarnos a las personas con su corazón misericordioso.
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