miércoles, 10 de junio de 2015

LA IGLESIA NO PUEDE CAMBIAR DOCTRINA

Cardenal explica por qué la Iglesia no puede cambiar doctrina sobre Eucaristía y divorcio

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Cardenal Ennio Antonelli. Foto Wikipedia Presidenza Della Repubblica
 ROMA, 10 Jun. 15 / 01:40 pm (ACI).- El Cardenal Ennio Antonelli, Presidente Emérito del Pontificio Consejo para la Familia en el Vaticano, ha publicado unfolleto titulado “Crisis del matrimonio y Eucaristía” en el que ofrece su contribución de cara al próximo Sínodo de los Obispos que se realizará en el mes de octubre y en el que analiza diversos temas como la comunión a los divorciados en nueva unión.
El Purpurado responde así a la propuesta de algunos cardenales como el alemán Walter Kasper, a quien no menciona en el texto, que desde hace un tiempo atrás promueven esta postura.
El texto lleva la presentación del Cardenal Elio Sgreccia, Presidente Emérito de la Pontificia Academia para la Vida, quien considera que estas reflexiones logran “confirmar y conjugar la eximia dignidad del matrimonio cristiano, tal como ha sido vivido en la Iglesia Católica” y evidencia “que el tesoro de dignidad y de gracia que ha sido consignado a la Iglesia exige ser reforzado e ilustrado, incluso para beneficio de quien se encuentra en situaciones críticas o de fragilidad”.
En el texto dividido en nueve puntos, el Cardenal Antonelli recuerda primeramente que “el matrimonio sacramental, rato y consumado, es indisoluble por voluntad de Jesucristo. La separación de los cónyuges es contraria a su voluntad”.
“La nueva unión de un cónyuge separado es ilegítima y constituye un grave desorden moral permanente; crea una situación que contradice objetivamente la alianza nupcial de Cristo con la Iglesia, que se significa y actúa en la Eucaristía. Por ello las personas divorciadas que se han vuelto a casar civilmente no pueden ser admitidas a la comunión eucarística, ante todo por un motivo teológico y después por un motivo de orden pastoral”.
El Purpurado italiano recuerda luego que “la exclusión de la comunión eucarística permanece todo el tiempo que dura la convivencia conyugal ilegítima” y explica que “esta exclusión no discrimina a los divorciados vueltos a casar civilmente respecto a otras situaciones de grave desorden objetivo y de escándalo público”.
“Quien tiene el hábito de blasfemar debe empeñarse seriamente en corregirse; quien ha cometido un robo debe restituir; quien ha dañado al prójimo material o moralmente, debe reparar. Sin un empeño concreto de conversión, no hay absolución sacramental y admisión a la Eucaristía. No deben ser admitidos todos los que ‘perseveran con obstinación en un pecado grave manifesto’ (CIC, 915). No parece que sea posible hacer una excepción para las personas divorciadas y vueltas a casar civilmente que no se comprometen a cambiar su forma de vida, bien sea separándose o renunciando a las relaciones sexuales”.
El Cardenal precisa luego que “la admisión a la mesa eucarística de los divorciados vueltos a casar civilmente y de los convivientes comporta una separación entre misericordia y conversión, que no parece en sintonía con el Evangelio”.
“Este sería el único caso de perdón sin conversión. La misericordia de Dios opera la conversión de los pecadores, no sólo los libera de la pena, sino que los sana de la culpa; no tiene nada que ver con la tolerancia. Dios siempre concede el perdón; pero sólo lo recibe quien es humilde, se reconoce pecador y se empeña en cambiar de vida”.
Por el contrario, prosigue, “el clima de relativismo y de subjetivismo ético-religioso, que hoy se respira, favorece la autojustificación, particularmente en el ámbito afectivo y sexual. El bien es aquello que se siente como gratificante y que responde a los propios deseos instintivos. Honestidad y rectitud de ánimo se consideran como autenticidad, entendiéndola como espontaneidad. Además se tiende a disminuir la responsabilidad personal, atribuyendo los eventuales fracasos a los condicionamientos sociales”.
“Se difunde –continúa el Cardenal– la opinión de que si los matrimonios fallan la responsabilidad principal no es de los mismos cónyuges, sino de las condiciones económicas y de trabajo, de la movilidad profesional, de las exigencias de la carrera, en síntesis de la sociedad”.
Sin mencionar al Cardenal Kasper o a otros con una postura similar, el Cardenal Antonelli afirma que “quienes son favorables a la comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar y de los convivientes, normalmente afirman que no se pone en discusión la indisolubilidad del matrimonio. Pero, más allá de sus intenciones, teniendo en cuenta la incoherencia doctrinal entre la admisión de estas personas a la Comunión eucarística y la indisolubilidad del matrimonio, se terminará por negar en la práctica concreta lo que se continuará afirmando teóricamente en línea de principio, con el riesgo de reducir el matrimonio indisoluble a un ideal, quizás hermoso, pero realizable solo para algunos afortunados”.
El Purpurado recuerda luego el importante aporte del Concilio Vaticano II, en cuya perspectiva el “matrimonio no se puede reducir a un contrato jurídico; pero tampoco a una sintonía afectiva espontánea sin vínculos. El matrimonio claramente se delinea como una forma de vida común, plasmada por el amor conyugal, que por su naturaleza está ordenado a la procreación y a la educación de la prole, y por ello comporta la intimidad sexual y la donación recíproca totalizante, fiel e indisoluble”.
“La apertura a los hijos y la intimidad sexual caracterizan el amor conyugal respecto a otro tipo de amor. Este incluye la amistad, la colaboración y la convivencia con sus múltiples dimensiones, pero todo orientado y organizado con relación a la generación y educación de la prole. Sin la común donación a los hijos la relación recíproca entre los cónyuges degenera fácilmente en búsqueda de una precaria coincidencia de intereses y gratificaciones egoístas”.
El Presidente Emérito del Pontificio Consejo para la Familia resalta asimismo que “en todo caso, el vínculo conyugal indisoluble, que ningún divorcio puede disolver, está personificado en los hijos. En vista de ello surge el vínculo moral y jurídico de la indisolubilidad. Precisamente porque están llamados a estar unidos para siempre en la persona del hijo como padre y madre, los cónyuges son llamados a permanecer unidos ante todo como marido y mujer”.
En esta perspectiva, subraya, “se intuye porqué la alianza conyugal que se establece con el consentimiento, se perfecciona definitivamente con la relación sexual”.
El Cardenal se refiere luego a los retos de la secularización, que ha alejado de la fe a muchos, y destaca que “la Iglesia está llamada por Jesucristo, único salvador de todos los hombres, a cooperar con él para la salvación tanto de los cristianos que están en plena comunión espiritual y visible, como de los cristianos que están en comunión parcial, tanto de los creyentes que pertenecen a las religiones no cristianas, como a los no creyentes que tienen solamente una orientación implícita hacia Dios”.
“Para desarrollar eficazmente tal misión salvífica, si bien el número de fieles tiene su importancia, sin duda es más importante y necesaria la autenticidad de la comunión eclesial en la verdad y en el amor”.
El Cardenal refiere luego que “es necesario acoger a todos e ir a todos, pero de modo específico; es necesario valorar con convicción y perseverancia la religiosidad popular, pero es todavía más urgente formar cristianos y familias cristianas ejemplares, como ya he afirmado al inicio de mi escrito. Para iluminar y dar calor, lo primero que hay que hacer es encender el fuego”.
Para leer el texto completo, ingrese a:https://www.aciprensa.com/Docum/documento.php?id=549


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