Cardenal explica por qué la Iglesia no puede
cambiar doctrina sobre Eucaristía y divorcio
Cardenal Ennio Antonelli. Foto
Wikipedia Presidenza Della Repubblica
ROMA, 10 Jun. 15 / 01:40 pm (ACI).- El Cardenal Ennio Antonelli, Presidente Emérito del
Pontificio Consejo para la Familia en el Vaticano, ha publicado unfolleto titulado “Crisis
del matrimonio y
Eucaristía” en el que ofrece su contribución de cara al
próximo Sínodo de los Obispos que se realizará en el mes de octubre y en el que
analiza diversos temas como la comunión a los divorciados en nueva unión.
El
Purpurado responde así a la propuesta de algunos cardenales como el alemán Walter Kasper, a quien no
menciona en el texto, que desde hace un tiempo atrás promueven esta postura.
El
texto lleva la presentación del Cardenal Elio Sgreccia, Presidente Emérito de
la Pontificia Academia para la Vida, quien considera que estas reflexiones logran
“confirmar y conjugar la eximia dignidad del matrimonio cristiano, tal como ha
sido vivido en la Iglesia Católica” y evidencia “que el tesoro de dignidad
y de gracia que ha sido consignado a la Iglesia exige ser reforzado e
ilustrado, incluso para beneficio de quien se encuentra en situaciones críticas
o de fragilidad”.
En
el texto dividido en nueve puntos, el Cardenal Antonelli recuerda primeramente
que “el matrimonio sacramental, rato y consumado, es indisoluble por voluntad
de Jesucristo. La separación de los cónyuges es contraria a su voluntad”.
“La
nueva unión de un cónyuge separado es ilegítima y constituye un grave
desorden moral permanente;
crea una situación que contradice objetivamente la alianza nupcial de Cristo
con la Iglesia, que se significa y actúa en la Eucaristía. Por ello las
personas divorciadas que se han vuelto a casar civilmente no pueden ser
admitidas a la comunión eucarística, ante todo por un motivo teológico y
después por un motivo de orden pastoral”.
El
Purpurado italiano recuerda luego que “la exclusión de la comunión eucarística
permanece todo el tiempo que dura la convivencia conyugal ilegítima” y explica
que “esta exclusión no discrimina a los divorciados vueltos a casar civilmente
respecto a otras situaciones de grave desorden objetivo y de escándalo
público”.
“Quien
tiene el hábito de blasfemar debe empeñarse seriamente en corregirse; quien ha
cometido un robo debe restituir; quien ha dañado al prójimo material o
moralmente, debe reparar. Sin un empeño concreto de conversión, no hay
absolución sacramental y admisión a la Eucaristía. No deben ser admitidos todos
los que ‘perseveran con obstinación en un pecado grave manifesto’ (CIC, 915).
No parece que sea posible hacer una excepción para las personas divorciadas y
vueltas a casar civilmente que no se comprometen a cambiar su forma de vida,
bien sea separándose o renunciando a las relaciones sexuales”.
El
Cardenal precisa luego que “la admisión a la mesa eucarística de los
divorciados vueltos a casar civilmente y de los convivientes comporta una
separación entre misericordia y conversión, que no parece en sintonía con el
Evangelio”.
“Este
sería el único caso de perdón sin conversión. La misericordia de Dios opera la
conversión de los pecadores, no sólo los libera de la pena, sino que los sana
de la culpa; no tiene nada que ver con la tolerancia. Dios siempre concede el perdón;
pero sólo lo recibe quien es humilde, se reconoce pecador y se empeña en
cambiar de vida”.
Por
el contrario, prosigue, “el clima de relativismo y de subjetivismo
ético-religioso, que hoy se respira, favorece la autojustificación,
particularmente en el ámbito afectivo y sexual. El bien es aquello que se
siente como gratificante y que responde a los propios deseos instintivos.
Honestidad y rectitud de ánimo se consideran como autenticidad, entendiéndola
como espontaneidad. Además se tiende a disminuir la responsabilidad personal,
atribuyendo los eventuales fracasos a los condicionamientos sociales”.
“Se
difunde –continúa el Cardenal– la opinión de que si los matrimonios fallan la
responsabilidad principal no es de los mismos cónyuges, sino de las condiciones
económicas y de trabajo, de la movilidad profesional, de las exigencias de la
carrera, en síntesis de la sociedad”.
Sin
mencionar al Cardenal Kasper o a otros con una postura similar, el Cardenal
Antonelli afirma que “quienes son favorables a la comunión eucarística de los
divorciados vueltos a casar y de los convivientes, normalmente afirman que no
se pone en discusión la indisolubilidad del matrimonio. Pero, más allá de sus
intenciones, teniendo en cuenta la incoherencia doctrinal entre la admisión de
estas personas a la Comunión eucarística y la indisolubilidad del matrimonio,
se terminará por negar en la práctica concreta lo que se continuará afirmando
teóricamente en línea de principio, con el riesgo de reducir el matrimonio
indisoluble a un ideal, quizás hermoso, pero realizable solo para algunos
afortunados”.
El
Purpurado recuerda luego el importante aporte del Concilio Vaticano II,
en cuya perspectiva el “matrimonio no se puede reducir a un contrato jurídico;
pero tampoco a una sintonía afectiva espontánea sin vínculos. El matrimonio
claramente se delinea como una forma de vida común, plasmada por el amor
conyugal, que por su naturaleza está ordenado a la procreación y a la educación
de la prole, y por ello comporta la intimidad sexual y la donación recíproca
totalizante, fiel e indisoluble”.
“La
apertura a los hijos y la intimidad sexual caracterizan el amor conyugal
respecto a otro tipo de amor. Este incluye la amistad, la colaboración y la
convivencia con sus múltiples dimensiones, pero todo orientado y organizado con
relación a la generación y educación de la prole. Sin la común donación a los
hijos la relación recíproca entre los cónyuges degenera fácilmente en búsqueda
de una precaria coincidencia de intereses y gratificaciones egoístas”.
El
Presidente Emérito del Pontificio Consejo para la Familia resalta asimismo que
“en todo caso, el vínculo conyugal indisoluble, que ningún divorcio puede
disolver, está personificado en los hijos. En vista de ello surge el vínculo
moral y jurídico de la indisolubilidad. Precisamente porque están llamados a
estar unidos para siempre en la persona del hijo como padre y madre, los
cónyuges son llamados a permanecer unidos ante todo como marido y mujer”.
En
esta perspectiva, subraya, “se intuye porqué la alianza conyugal que se
establece con el consentimiento, se perfecciona definitivamente con la relación
sexual”.
El
Cardenal se refiere luego a los retos de la secularización, que ha alejado de
la fe a muchos, y destaca que “la Iglesia está llamada por Jesucristo, único
salvador de todos los hombres, a cooperar con él para la salvación tanto de los
cristianos que están en plena comunión espiritual y visible, como de los
cristianos que están en comunión parcial, tanto de los creyentes que pertenecen
a las religiones no cristianas, como a los no creyentes que tienen solamente
una orientación implícita hacia Dios”.
“Para
desarrollar eficazmente tal misión salvífica, si bien el número de fieles tiene
su importancia, sin duda es más importante y necesaria la autenticidad de la
comunión eclesial en la verdad y en el amor”.
El
Cardenal refiere luego que “es necesario acoger a todos e ir a todos, pero de
modo específico; es necesario valorar con convicción y perseverancia la
religiosidad popular, pero es todavía más urgente formar cristianos y familias
cristianas ejemplares, como ya he afirmado al inicio de mi escrito. Para
iluminar y dar calor, lo primero que hay que hacer es encender el fuego”.
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