Mons. Arancedo: "Epifanía es el comienzo de 'una Iglesia en
salida"
Santa
Fe (AICA): Sabado 3 Ene 2015 | 10:38 am ¨La mirada
al Niño de Belén desde la Fiesta de la Epifanía, nos debe llevar a preguntarnos
sobre la apertura y el compromiso misionero de nuestra fe¨, aseguró el
arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo y advirtió:
¨Cuando la vida cristiana pierde el entusiasmo por la misión, por anunciar a
Jesucristo, termina haciendo de él un objeto privado y no la presencia para
todos¨. ¨Epifanía es el comienzo de ´una Iglesia en salida´, nos diría
Francisco¨, sostuvo.
El arzobispo
de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo, recordó que "la
Epifanía es la manifestación de Jesucristo al mundo. La Fiesta de Reyes no es
un agregado a Navidad, sino la celebración plena del sentido del nacimiento de
Jesús. No hay Epifanía sin Navidad".
"La mirada al Niño de Belén desde la Fiesta de la Epifanía, nos debe llevar a preguntarnos sobre la apertura y el compromiso misionero de nuestra fe", aseguró y advirtió: "Cuando la vida cristiana pierde el entusiasmo por la misión, por anunciar a Jesucristo, termina haciendo de él un objeto privado y no la presencia para todos".
"Epifanía es el comienzo de 'una Iglesia en salida', nos diría Francisco", sostuvo.
Texto de la reflexión
Celebramos la Epifanía del Señor, conocida como la Fiesta de Reyes. En ella seguimos contemplando al Niño de Belén, pero hoy la intimidad del pesebre se abre a toda la humanidad. La llegada de los Reyes Magos que vienen de lejos a saludarlo, reconocerlo y adorarlo, es el signo de la universalidad de la presencia y el mensaje de Jesucristo. Él es el Hijo de Dios que no pertenece sólo a un pueblo, es el enviado de Dios para todos los pueblos. Epifanía es la manifestación de Jesucristo al mundo. La Fiesta de Reyes no es un agregado a Navidad, sino la celebración plena del sentido del nacimiento de Jesús. No hay Epifanía sin Navidad. La mirada al Niño de Belén desde la Fiesta de la Epifanía, nos debe llevar a preguntarnos sobre la apertura y el compromiso misionero de nuestra fe. Cuando la vida cristiana pierde el entusiasmo por la misión, por anunciar a Jesucristo, termina haciendo de él un objeto privado y no la presencia para todos. Epifanía es el comienzo de “una Iglesia en salida”, nos diría Francisco.
En la tradición de la Iglesia las celebraciones de las Fiestas del Señor tenían un significado catequístico, que se hacía cultura en la vida del pueblo. Con algo de nostalgia recuerdo cuando era niño y esperábamos el día de Reyes para recibir los regalos. En Navidad no había regalos. El día de Reyes, podíamos decir, era el Día del Niño. Todo niño era visto y homenajeado en ese día desde el Niño de Belén. ¡Qué cálida imagen de amor con la que se veía a la niñez! Nuestros padres eran los Reyes que nos traían un regalo. No es el momento para lamentarnos ni hacer una reflexión sobre lo que se ha ganado o perdido con los cambios que se han producido. Tal vez se ha querido superar lo que se podía llamar una pequeña mentira de los padres que actuaban como Reyes Magos, a quienes escribíamos pidiendo un regalo, y se movían con la complicidad de la familia y de la misma sociedad. El niño era un don de Dios.
Cobró fuerza, luego, la imagen de Papá Noel en Navidad y se eligió otro día para celebrar el Día del Niño. Comprendo la dificultad que tiene celebrar las fiestas navideñas en verano con todo lo que implica de dispersión durante el tiempo de vacaciones, pero pienso que aquellas tradiciones tenían un profundo sentido humano, familiar y espiritual. Creo que mirar a la niñez en el contexto del nacimiento del Niño de Belén y en el marco de amor de la Sagrada Familia con la riqueza de sus virtudes nos enriquecía, y a los adultos les hacía bien, porque los introducía y comprometía con los valores y el mensaje de paz y fraternidad que nos comunica Navidad. Tal vez hay algo de nostalgia en esta apreciación, pero pienso que es importante no perder de vista el contenido y el mensaje que dan sentido a una Fiesta, y no perdernos en lo exterior que pasa y deja poco. La fe necesita celebrarse y hacerse cultura para orientar la vida, las relaciones y la conducta de las personas. Fe y cultura se necesitan y enriquecen.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.+
"La mirada al Niño de Belén desde la Fiesta de la Epifanía, nos debe llevar a preguntarnos sobre la apertura y el compromiso misionero de nuestra fe", aseguró y advirtió: "Cuando la vida cristiana pierde el entusiasmo por la misión, por anunciar a Jesucristo, termina haciendo de él un objeto privado y no la presencia para todos".
"Epifanía es el comienzo de 'una Iglesia en salida', nos diría Francisco", sostuvo.
Texto de la reflexión
Celebramos la Epifanía del Señor, conocida como la Fiesta de Reyes. En ella seguimos contemplando al Niño de Belén, pero hoy la intimidad del pesebre se abre a toda la humanidad. La llegada de los Reyes Magos que vienen de lejos a saludarlo, reconocerlo y adorarlo, es el signo de la universalidad de la presencia y el mensaje de Jesucristo. Él es el Hijo de Dios que no pertenece sólo a un pueblo, es el enviado de Dios para todos los pueblos. Epifanía es la manifestación de Jesucristo al mundo. La Fiesta de Reyes no es un agregado a Navidad, sino la celebración plena del sentido del nacimiento de Jesús. No hay Epifanía sin Navidad. La mirada al Niño de Belén desde la Fiesta de la Epifanía, nos debe llevar a preguntarnos sobre la apertura y el compromiso misionero de nuestra fe. Cuando la vida cristiana pierde el entusiasmo por la misión, por anunciar a Jesucristo, termina haciendo de él un objeto privado y no la presencia para todos. Epifanía es el comienzo de “una Iglesia en salida”, nos diría Francisco.
En la tradición de la Iglesia las celebraciones de las Fiestas del Señor tenían un significado catequístico, que se hacía cultura en la vida del pueblo. Con algo de nostalgia recuerdo cuando era niño y esperábamos el día de Reyes para recibir los regalos. En Navidad no había regalos. El día de Reyes, podíamos decir, era el Día del Niño. Todo niño era visto y homenajeado en ese día desde el Niño de Belén. ¡Qué cálida imagen de amor con la que se veía a la niñez! Nuestros padres eran los Reyes que nos traían un regalo. No es el momento para lamentarnos ni hacer una reflexión sobre lo que se ha ganado o perdido con los cambios que se han producido. Tal vez se ha querido superar lo que se podía llamar una pequeña mentira de los padres que actuaban como Reyes Magos, a quienes escribíamos pidiendo un regalo, y se movían con la complicidad de la familia y de la misma sociedad. El niño era un don de Dios.
Cobró fuerza, luego, la imagen de Papá Noel en Navidad y se eligió otro día para celebrar el Día del Niño. Comprendo la dificultad que tiene celebrar las fiestas navideñas en verano con todo lo que implica de dispersión durante el tiempo de vacaciones, pero pienso que aquellas tradiciones tenían un profundo sentido humano, familiar y espiritual. Creo que mirar a la niñez en el contexto del nacimiento del Niño de Belén y en el marco de amor de la Sagrada Familia con la riqueza de sus virtudes nos enriquecía, y a los adultos les hacía bien, porque los introducía y comprometía con los valores y el mensaje de paz y fraternidad que nos comunica Navidad. Tal vez hay algo de nostalgia en esta apreciación, pero pienso que es importante no perder de vista el contenido y el mensaje que dan sentido a una Fiesta, y no perdernos en lo exterior que pasa y deja poco. La fe necesita celebrarse y hacerse cultura para orientar la vida, las relaciones y la conducta de las personas. Fe y cultura se necesitan y enriquecen.
Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.+
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