domingo, 12 de octubre de 2014


Francisco: El amor de Dios no discrimina a nadie
Domingo 12 Oct 2014 | 09:36 am Ciudad del Vaticano (AICA): “La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por ello el banquete de los dones del Señor es universal. ¡Es universal para todos! A todos es dada la posibilidad de responder a su invitación, a su llamada; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de reivindicar la exclusividad”, dijo este mediodía el papa Francisco en sus palabras previas al rezo mariano del Angelus. Desde la ventana de su despacho se dirigió a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro a los que les pidió, al final de sus palabras, que recen por los trabajos del Sínodo de los Obispos.

El Santo Padre presidió este domingo por la mañana en la basílica de San Pedro, la misa en agradecimiento por la canonización de los santos canadienses san Francisco de Laval, obispo (1623-1708) y santa María de la Encarnación, Guyart Martin, religiosa y fundadora de la congregación de las Ursulinas de la Unión Canadiense. (1599-1672).

Concelebraron con el Papa, diversos obispos y sacerdotes de la arquidiócesis canadiensde de Québec.

Concluida la misa se dirigió hacia la plaza de San Pedro donde lo aguardaban miles de peregrinos para rezar con el Pontífice la oración mariana del Ángelus.

Desde la ventana de su despacho, en el palacio apostólico, el papa Francisco, reflexionando sobre el Evangelio de este domingo, expresó: “La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por ello el banquete de los dones del Señor es universal. ¡Es universal para todos! A todos es dada la posibilidad de responder a su invitación, a su llamada; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de reivindicar la exclusividad”.

El Pontífice llamó a la caridad especialmente hacia los más débiles y los perseguidos. No quedarnos dentro de los límites de nuestra 'iglesita pequeñita' sino que debemos dilatar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios


Palabras del papa Francisco antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, en el Evangelio de este domingo, Jesús nos habla de la respuesta que se da a la invitación de Dios -representado por un rey– a participar en un banquete de bodas (cf. Mt 22,1-14).

La invitación tiene tres características: la gratuidad, la extensión, la universalidad. Los invitados son tantos, pero sucede algo sorprendente: ninguno de los elegidos acepta participar de la fiesta, dicen que tienen otras cosas que hacer; es más, algunos muestran indiferencia, extrañeza, incluso fastidio.

Dios es bueno con nosotros, nos ofrece gratuitamente su amistad, nos ofrece gratuitamente su alegría, la salvación, pero muchas veces no recibimos sus dones, ponemos en primer lugar nuestras preocupaciones materiales, nuestros intereses, y también cuando el Señor nos llama, a nuestro corazón, tantas veces parece que nos molestara.

Algunos invitados incluso maltratan y matan a los servidores que les entregan las invitaciones. Pero, a pesar de las adhesiones que faltan por parte de quienes fueron llamados, el plan de Dios no se interrumpe.

Frente a la negativa de los primeros invitados, Él no pierde el ánimo, no suspende la fiesta, sino que vuelve a proponer la invitación extendiéndola; extendiéndola más allá de todo límite razonable y envía a sus siervos a las plazas y a los cruces de las calles a reunir a todos aquellos que encuentran.

Se trata de gente común, pobres, abandonados y desheredados, incluso buenos y malos, -¡también los malos son invitados!- sin distinción. Y el salón se llena de “excluidos”. El Evangelio, rechazado por alguno, encuentra una acogida inesperada en muchos otros corazones.

La bondad de Dios no tiene fronteras y no discrimina a nadie: por ello el banquete de los dones del Señor es universal. ¡Es universal para todos! A todos es dada la posibilidad de responder a su invitación, a su llamada; nadie tiene el derecho de sentirse privilegiado o de reivindicar la exclusividad.

Todo esto nos lleva a vencer la costumbre de posicionarnos cómodamente en el centro, como hacían los jefes de los sacerdotes y los fariseos. Esto no se debe hacer: nosotros debemos abrirnos a las periferias, reconociendo que también quien está en los márgenes, incluso aquél que es rechazado y despreciado por la sociedad, es objeto de la generosidad de Dios.

Todos estamos llamados a no reducir el Reino de Dios a los confines de la “iglesita”, de nuestra iglesia pequeñita. Esto no sirve. Estamos llamados ampliar la Iglesia a las dimensiones del Reino de Dios.

Sólo hay una condición: ponerse el traje de fiesta. Es decir testimoniar la caridad concreta a Dios y al prójimo.

Confiamos a la intercesión de María Santísima, los dramas y las esperanzas de tantos hermanos y hermanas nuestros, excluidos, débiles, rechazados, despreciados, también aquellos que son perseguidos por causa de su fe. Invocamos su protección también sobre los trabajos del Sínodo de los Obispos reunido en el Vaticano en estos días.+ 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario