Sínodo: El Cardenal Erdo presentó la “Relación después de la discusión”
Lunes
13 Oct 2014 | 10:16 am Ciudad del Vaticano (AICA): La
Relación después de la discusión (Relatio post disceptationem) del Sínodo
extraordinario sobre la familia, presentada esta mañana en el Aula del Sínodo
por el relator general de la Asamblea, el cardenal Peter Erdo, recoge las
principales reflexiones de los Padres Sinodales surgidas en el Aula durante
estos días y sirve como base al documento final del Sínodo. La relación dicta
principalmente tres directrices: escuchar al contexto socio-cultural en el que
las familias viven hoy en día; discutir las perspectivas pastorales que deben
adoptarse y sobre todo mirar a Cristo, a su Evangelio de la familia.
La
Relación después de la discusión (Relatio post disceptationem) del Sínodo
extraordinario sobre la familia presentada esta mañana en el Aula del Sínodo
por el relator general de la Asamblea, el cardenal Peter Erdo, recoge las
principales reflexiones de los Padres Sinodales surgidas en el Aula durante
estos días y sirve como base al documento final del Sínodo. La relación dicta
principalmente tres directrices: escuchar al contexto socio-cultural en el que
las familias viven hoy en día; discutir las perspectivas pastorales que deben
adoptarse y sobre todo mirar a Cristo, a su Evangelio de la familia.
La familia -realidad “decisiva y valiosa”, “seno de alegrías y pruebas, de afectos profundos y de relaciones a veces heridas” “escuela de humanidad”- ante todo debe escucharse en su “complejidad”. El individualismo exasperado, “la gran prueba” de la soledad, “la afectividad narcisista”, unida a la “fragilidad” de los sentimientos, “la pesadilla” de la inseguridad en el empleo, junto con la guerra, el terrorismo, la migración, deterioran cada vez más las situaciones familiares. Y es aquí -se lee en la relación- donde la Iglesia debe dar “esperanza y sentido a la vida del ser humano contemporáneo, haciéndole conocer más “la doctrina de la fe”, pero proponiéndola “junto con la misericordia.”
A continuación, mirar a Cristo, que “reafirma la unión indisoluble entre el hombre y la mujer”, pero que también permite “leer en términos de continuidad y novedad la alianza nupcial”. El principio -explica el cardenal Erdo- debe ser “gradual” para los cónyuges de matrimonios rotos, en una “perspectiva inclusiva” de las “formas imperfectas” de la realidad nupcial.
Se hace por lo tanto necesario un discernimiento espiritual, acerca de las convivencias, de los matrimonios civiles y de los divorciados vueltos a casar. Compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales. Siguiendo la amplia mirada de Cristo, cuya luz ilumina a todo hombre la Iglesia se dirige con respeto a aquellos que participan en su vida de modo incompleto e imperfecto, apreciando más los valores positivos que custodian, en vez de los límites y las faltas
Por lo tanto, necesitamos una “nueva dimensión de la pastoral familiar,” que sepa nutrir las semillas en maduración, como los matrimonios civiles caracterizados por la estabilidad, el afecto profundo, la responsabilidad con los hijos y que pueden conducir a la unión sacramental. También porque a menudo las uniones de hecho o las convivencias no están dictadas por un “rechazo de los valores cristianos”, sino por necesidades prácticas, como a la espera de un trabajo fijo. Verdadera “casa paterna”, antorcha en medio de la gente” -continúa el purpurado- la Iglesia debe acompañar “con paciencia y delicadeza”, “con atención y cuidado a sus hijos más vulnerables, aquellos marcados por el amor herido y perdido”, dándoles “confianza y esperanza”.
En tercer lugar, la Relación después de la discusión, aborda las “instancias pastorales más urgentes” para confiarlas a su “concretización en las Iglesias locales particulares” siempre en comunión con el Papa. En primer lugar está “el anuncio del Evangelio de la familia “, actuado “no para condenar, sino para sanar la fragilidad humana “. Y este anuncio atañe a los fieles: Evangelizar es responsabilidad compartida de todo el pueblo de Dios, cada uno según su propio ministerio y carisma. Sin el testimonio alegre de los esposos y de las familias, el anuncio, aunque sea correcto, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras que caracteriza nuestra sociedad. Los Padres sinodales han subrayado varias veces que las familias católicas están llamadas a ser en sí mismas los sujetos activos de toda la pastoral familiar.
El evangelio de la familia es “alegría”, subraya el cardenal Erdö, y para esto se requiere “una conversión misionera,” con el fin de “no detenerse en un anuncio meramente teórico y desconectado de los problemas reales de las personas.” Al mismo tiempo, también es necesario actuar sobre el lenguaje: La conversión debe ser sobre todo aquella del lenguaje para que resulte efectivamente significativa. No se trata solamente de presentar una normativa sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad de estos, que se constata hoy también en los países más secularizados.
Por otra parte es esencial, “una adecuada preparación para el matrimonio cristiano”, porque éste no es sólo “una tradición cultural” o “una exigencia social”, sino “una decisión vocacional.” No se trata de “complicar los ciclos de formación”, sino de “ir en profundidad y de no contentarse con encuentros teóricos o con orientaciones generales”, renovando también “la formación de los presbíteros” sobre este argumento, gracias a la participación de las mismas familias cuyo testimonio debe ser “privilegiado”. Se sugiere el acompañamiento de la Iglesia también después del matrimonio, período “vital y delicado” en el que los cónyuges “crecen en la conciencia de los desafíos y del significado del matrimonio”.
Del mismo modo, la Iglesia - continúa la Relación - debe alentar y apoyar a los laicos comprometidos en la cultura, en la política y en la sociedad, para que no falte la denuncia de aquellos factores que impiden “la auténtica vida familiar determinando discriminaciones, pobreza, exclusiones, violencia”.
Por cuanto respecta a los separados, divorciados y a los divorciados que se han vuelto a casar, el cardenal Erdo hace hincapié en que “no es sabio pensar en soluciones únicas o inspiradas en la lógica del 'todo o nada'; el diálogo debe continuar, por lo tanto, en las iglesias locales “con respeto y amor” por cada familia herida, pensando en aquellos que han sido injustamente abandonados por el cónyuge, evitando actitudes discriminatorias y protegiendo a los niños.
Es indispensable hacerse cargo de manera leal y constructiva de las consecuencias de la separación o del divorcio, en los hijos: ellos no pueden convertirse en un 'objeto' de contienda y se deben buscar las formas mejores para que puedan superar el trauma de la división familiar y crecer en el modo más sereno posible.
En cuanto a la agilización de los procedimientos para el reconocimiento de la nulidad matrimonial, el Relator general del Sínodo recuerda las propuestas formuladas en el Aula: la superación de la necesidad de la doble sentencia conforme; la posibilidad de determinar una vía administrativa bajo la responsabilidad del obispo diocesano; un proceso sumario para realizar en los casos de nulidad notoria. Considerar la posibilidad de dar relevancia a la fe de los novios. Todo ello requiere -dice el prelado- personal del clero y laicos adecuadamente preparados, y una mayor responsabilidad de los obispos locales.
En cuanto al acceso al sacramento de la Eucaristía para los divorciados que se han vuelto a casar la Relación enumera las principales recomendaciones surgidas durante el Sínodo: mantener la disciplina actual; mayor apertura en condiciones bien precisas cuando se trata de situaciones que no pueden ser disueltas sin determinar nuevas injusticias y sufrimientos; o bien optar por el camino “penitencial”: Para algunos, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un camino penitencial -bajo la responsabilidad del obispo diocesano-, y con un compromiso claro a favor de los hijos.
Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y circunstancias atenuantes.
Queda todavía abierta, la cuestión de la “comunión espiritual”, para la que se ha solicitado una mayor profundización teológica así como una reflexión más profunda sobre los matrimonios mixtos y los “graves problemas” relacionados con la diversa disciplina matrimonial de las Iglesias ortodoxas.
En cuanto a las personas homosexuales, se hace hincapié en que cuentan con “dones y talentos que ofrecer a la comunidad cristiana”. La Iglesia sea, por lo tanto, para ellos, “casa acogedora”, afirmando siempre que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer y que tampoco es aceptable que organismos internacionales condicionen ayudas financieras a la introducción de normas inspiradas a la ideología genero.
Sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas. Además, la Iglesia tiene atención especial hacia los niños que viven con parejas del mismo sexo, reiterando que en primer lugar se deben poner siempre las exigencias y derechos de los pequeños.
En la última parte, la Relación retoma los argumentos de la encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI y se centra en el tema de la apertura calificándola como “una exigencia intrínseca del amor conyugal”. De ahí, la necesidad de un “lenguaje realista” que sepa explicar “la belleza y la verdad” de abrirse al don de un hijo, gracias también a una “educación adecuada sobre los métodos naturales de regulación de la fertilidad” y una “comunicación armoniosa y consciente de los cónyuges, en todas sus dimensiones”. Asimismo es clave el desafío educativo, en el que la Iglesia juega “un papel importante de apoyo a las familias, sosteniéndolas en las decisiones y responsabilidades.
Por último, el cardenal Erdö subraya que el diálogo sínodal se llevó a cabo “en gran libertad y en un estilo de escucha recíproca,”, y recuerda que las ideas propuestas hasta ahora no son decisiones ya tomadas. El camino, efectivamente, continuará con el Sínodo general ordinario, siempre sobre el tema de la familia, previsto para octubre de 2015.
La familia -realidad “decisiva y valiosa”, “seno de alegrías y pruebas, de afectos profundos y de relaciones a veces heridas” “escuela de humanidad”- ante todo debe escucharse en su “complejidad”. El individualismo exasperado, “la gran prueba” de la soledad, “la afectividad narcisista”, unida a la “fragilidad” de los sentimientos, “la pesadilla” de la inseguridad en el empleo, junto con la guerra, el terrorismo, la migración, deterioran cada vez más las situaciones familiares. Y es aquí -se lee en la relación- donde la Iglesia debe dar “esperanza y sentido a la vida del ser humano contemporáneo, haciéndole conocer más “la doctrina de la fe”, pero proponiéndola “junto con la misericordia.”
A continuación, mirar a Cristo, que “reafirma la unión indisoluble entre el hombre y la mujer”, pero que también permite “leer en términos de continuidad y novedad la alianza nupcial”. El principio -explica el cardenal Erdo- debe ser “gradual” para los cónyuges de matrimonios rotos, en una “perspectiva inclusiva” de las “formas imperfectas” de la realidad nupcial.
Se hace por lo tanto necesario un discernimiento espiritual, acerca de las convivencias, de los matrimonios civiles y de los divorciados vueltos a casar. Compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales. Siguiendo la amplia mirada de Cristo, cuya luz ilumina a todo hombre la Iglesia se dirige con respeto a aquellos que participan en su vida de modo incompleto e imperfecto, apreciando más los valores positivos que custodian, en vez de los límites y las faltas
Por lo tanto, necesitamos una “nueva dimensión de la pastoral familiar,” que sepa nutrir las semillas en maduración, como los matrimonios civiles caracterizados por la estabilidad, el afecto profundo, la responsabilidad con los hijos y que pueden conducir a la unión sacramental. También porque a menudo las uniones de hecho o las convivencias no están dictadas por un “rechazo de los valores cristianos”, sino por necesidades prácticas, como a la espera de un trabajo fijo. Verdadera “casa paterna”, antorcha en medio de la gente” -continúa el purpurado- la Iglesia debe acompañar “con paciencia y delicadeza”, “con atención y cuidado a sus hijos más vulnerables, aquellos marcados por el amor herido y perdido”, dándoles “confianza y esperanza”.
En tercer lugar, la Relación después de la discusión, aborda las “instancias pastorales más urgentes” para confiarlas a su “concretización en las Iglesias locales particulares” siempre en comunión con el Papa. En primer lugar está “el anuncio del Evangelio de la familia “, actuado “no para condenar, sino para sanar la fragilidad humana “. Y este anuncio atañe a los fieles: Evangelizar es responsabilidad compartida de todo el pueblo de Dios, cada uno según su propio ministerio y carisma. Sin el testimonio alegre de los esposos y de las familias, el anuncio, aunque sea correcto, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras que caracteriza nuestra sociedad. Los Padres sinodales han subrayado varias veces que las familias católicas están llamadas a ser en sí mismas los sujetos activos de toda la pastoral familiar.
El evangelio de la familia es “alegría”, subraya el cardenal Erdö, y para esto se requiere “una conversión misionera,” con el fin de “no detenerse en un anuncio meramente teórico y desconectado de los problemas reales de las personas.” Al mismo tiempo, también es necesario actuar sobre el lenguaje: La conversión debe ser sobre todo aquella del lenguaje para que resulte efectivamente significativa. No se trata solamente de presentar una normativa sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad de estos, que se constata hoy también en los países más secularizados.
Por otra parte es esencial, “una adecuada preparación para el matrimonio cristiano”, porque éste no es sólo “una tradición cultural” o “una exigencia social”, sino “una decisión vocacional.” No se trata de “complicar los ciclos de formación”, sino de “ir en profundidad y de no contentarse con encuentros teóricos o con orientaciones generales”, renovando también “la formación de los presbíteros” sobre este argumento, gracias a la participación de las mismas familias cuyo testimonio debe ser “privilegiado”. Se sugiere el acompañamiento de la Iglesia también después del matrimonio, período “vital y delicado” en el que los cónyuges “crecen en la conciencia de los desafíos y del significado del matrimonio”.
Del mismo modo, la Iglesia - continúa la Relación - debe alentar y apoyar a los laicos comprometidos en la cultura, en la política y en la sociedad, para que no falte la denuncia de aquellos factores que impiden “la auténtica vida familiar determinando discriminaciones, pobreza, exclusiones, violencia”.
Por cuanto respecta a los separados, divorciados y a los divorciados que se han vuelto a casar, el cardenal Erdo hace hincapié en que “no es sabio pensar en soluciones únicas o inspiradas en la lógica del 'todo o nada'; el diálogo debe continuar, por lo tanto, en las iglesias locales “con respeto y amor” por cada familia herida, pensando en aquellos que han sido injustamente abandonados por el cónyuge, evitando actitudes discriminatorias y protegiendo a los niños.
Es indispensable hacerse cargo de manera leal y constructiva de las consecuencias de la separación o del divorcio, en los hijos: ellos no pueden convertirse en un 'objeto' de contienda y se deben buscar las formas mejores para que puedan superar el trauma de la división familiar y crecer en el modo más sereno posible.
En cuanto a la agilización de los procedimientos para el reconocimiento de la nulidad matrimonial, el Relator general del Sínodo recuerda las propuestas formuladas en el Aula: la superación de la necesidad de la doble sentencia conforme; la posibilidad de determinar una vía administrativa bajo la responsabilidad del obispo diocesano; un proceso sumario para realizar en los casos de nulidad notoria. Considerar la posibilidad de dar relevancia a la fe de los novios. Todo ello requiere -dice el prelado- personal del clero y laicos adecuadamente preparados, y una mayor responsabilidad de los obispos locales.
En cuanto al acceso al sacramento de la Eucaristía para los divorciados que se han vuelto a casar la Relación enumera las principales recomendaciones surgidas durante el Sínodo: mantener la disciplina actual; mayor apertura en condiciones bien precisas cuando se trata de situaciones que no pueden ser disueltas sin determinar nuevas injusticias y sufrimientos; o bien optar por el camino “penitencial”: Para algunos, el eventual acceso a los sacramentos debe ir precedido de un camino penitencial -bajo la responsabilidad del obispo diocesano-, y con un compromiso claro a favor de los hijos.
Se trataría de una posibilidad no generalizada, fruto de un discernimiento actuado caso por caso, según una ley de la gradualidad, que tenga presente la distinción entre el estado de pecado, estado de gracia y circunstancias atenuantes.
Queda todavía abierta, la cuestión de la “comunión espiritual”, para la que se ha solicitado una mayor profundización teológica así como una reflexión más profunda sobre los matrimonios mixtos y los “graves problemas” relacionados con la diversa disciplina matrimonial de las Iglesias ortodoxas.
En cuanto a las personas homosexuales, se hace hincapié en que cuentan con “dones y talentos que ofrecer a la comunidad cristiana”. La Iglesia sea, por lo tanto, para ellos, “casa acogedora”, afirmando siempre que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer y que tampoco es aceptable que organismos internacionales condicionen ayudas financieras a la introducción de normas inspiradas a la ideología genero.
Sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas. Además, la Iglesia tiene atención especial hacia los niños que viven con parejas del mismo sexo, reiterando que en primer lugar se deben poner siempre las exigencias y derechos de los pequeños.
En la última parte, la Relación retoma los argumentos de la encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI y se centra en el tema de la apertura calificándola como “una exigencia intrínseca del amor conyugal”. De ahí, la necesidad de un “lenguaje realista” que sepa explicar “la belleza y la verdad” de abrirse al don de un hijo, gracias también a una “educación adecuada sobre los métodos naturales de regulación de la fertilidad” y una “comunicación armoniosa y consciente de los cónyuges, en todas sus dimensiones”. Asimismo es clave el desafío educativo, en el que la Iglesia juega “un papel importante de apoyo a las familias, sosteniéndolas en las decisiones y responsabilidades.
Por último, el cardenal Erdö subraya que el diálogo sínodal se llevó a cabo “en gran libertad y en un estilo de escucha recíproca,”, y recuerda que las ideas propuestas hasta ahora no son decisiones ya tomadas. El camino, efectivamente, continuará con el Sínodo general ordinario, siempre sobre el tema de la familia, previsto para octubre de 2015.
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