Papa Francisco: La esperanza cristiana no es
mero optimismo, sino luz para el mundo
El Papa Francisco en la Audiencia General
VATICANO, 15
Oct. 14 / 09:36 am (ACI/EWTN
Noticias).- Durante la Audiencia General celebrada
en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco recordó a los fieles que el destino
final de los cristianos es estar “siempre con el Señor” y por tanto los alentó
a mantenerse firmes en la esperanza cristiana, que no es un mero optimismo,
sino una luz para el mundo, la espera ferviente de quien está por llegar,
Cristo el Señor.
“La esperanza cristiana no es sólo un deseo, un auspicio, no es
optimismo: para un cristiano, la esperanza es espera, espera ferviente,
apasionada por el cumplimiento último y definitivo de un misterio, el misterio
del amor de Dios en el que hemos renacido y en el que ya vivimos. Y es espera
de alguien que está por llegar: es Cristo el Señor que se acerca siempre más a
nosotros”, aseguró el Papa a los miles de peregrinos reunidos.
A continuación, la catequesis completa gracias a la traducción de Radio Vaticano, que lleva por
título "La Iglesia esposa espera a su esposo":
La Iglesia esposa espera a su esposo
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Durante este tiempo hemos hablado sobre la Iglesia, sobre nuestra santa
madre Iglesia jerárquica, el pueblo de Dios en camino.
Hoy queremos preguntarnos: al final, ¿qué fin tendrá el pueblo de Dios?
¿Qué será de cada uno de nosotros? ¿Qué debemos esperarnos? El apóstol Pablo
consolaba a los cristianos de la comunidad de Tesalónica, que se hacían estas
mismas preguntas, y después de su argumentación decían estas palabras que son
entre las más bellas de Nuevo Testamento: “Y así estaremos siempre con el
Señor”.
Son palabras simples, ¡pero con una densidad de esperanza tan grande! “Y
así estaremos siempre con el Señor”. ¿Ustedes creen esto? ¡Me parece que no,
eh! ¿Creen? ¿Lo repetimos juntos tres veces? ¡Y así estaremos siempre con el
Señor! ¡Y así estaremos siempre con el Señor! ¡Y así estaremos siempre con el
Señor!
Es emblemático como Juan, en el libro del Apocalipsis, retomando la
intuición de los Profetas, describe la dimensión última, definitiva, en los
términos de la “Nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir
a su esposo”.
¡He aquí lo que nos espera! Y entonces, esto es la Iglesia: es el pueblo
de Dios que sigue al Señor Jesús y que se prepara día a día al encuentro con
él, como una esposa con su esposo. Y no es solamente un modo de decir: ¡serán
unas verdaderas nupcias! Sí, porque Cristo haciéndose hombre como nosotros y
haciendo de todos nosotros una sola cosa con Él, con su muerte y su
resurrección, nos ha desposado verdaderamente y ha hecho de nosotros como
pueblo, su esposa.
Y esto no es otra cosa que el cumplimiento del designio de comunión y de
amor tejido por Dios en el curso de toda la historia, la historia del pueblo de
Dios y también la propia historia de cada uno. Es el Señor el que lleva
adelante esto.
Hay otro elemento, sin embargo, que nos consuela ulteriormente y que
abre nuestro corazón: Juan nos dice que en la Iglesia, esposa de Cristo, se
hace visible la “nueva Jerusalén”. Esto significa que la Iglesia, además de
esposa, está llamada a convertirse en ciudad, símbolo por excelencia de la
convivencia y de ‘relacionalidad’ humana.
Qué bello, entonces, poder ya contemplar, según otra imagen muy
sugestiva del Apocalipsis, todas las gentes y todos los pueblos reunidos a la
vez en esta ciudad, como en una morada, será “la morada de Dios”. Y en este
marco glorioso no habrá más aislamientos, prevaricaciones, ni distinciones de
ningún género – de naturaleza social, étnica o religiosa – sino que seremos
todos una sola cosa en Cristo.
Ante la presencia de este escenario inaudito y maravilloso, nuestro
corazón no puede no sentirse confirmado en modo fuerte en la esperanza. Ven, la
esperanza cristiana no es sólo un deseo, un auspicio, no es optimismo: para un
cristiano, la esperanza es espera, espera ferviente, apasionada por el
cumplimiento último y definitivo de un misterio, el misterio del amor de Dios
en el que hemos renacido y en el que ya vivimos. Y es espera de alguien que
está por llegar: es Cristo el Señor que se acerca siempre más a nosotros, día
tras día, y que viene a introducirnos finalmente en la plenitud de su comunión
y de su paz.
La Iglesia tiene entonces la tarea de mantener encendida y claramente
visible la lámpara de la esperanza, para que pueda seguir brillando como un
signo seguro de salvación y pueda iluminar a toda la humanidad el sendero que
lleva al encuentro con el rostro misericordioso de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, esto es entonces lo que esperamos: ¡que
Jesús regrese! ¡La Iglesia esposa espera a su esposo! Debemos preguntarnos, sin
embargo, con gran sinceridad, ¿somos testigos realmente luminosos y creíbles de
esta espera, de esta esperanza? ¿Nuestras comunidades viven aún en el signo de
la presencia del Señor Jesús y en la espera ardiente de su venida, o aparecen
cansadas, entorpecidas, bajo el peso de la fatiga y la resignación? ¿Corremos
también nosotros el riesgo de agotar el aceite de la fe, de la alegría?
¡Estemos atentos!
Invoquemos a la Virgen María, Madre de la esperanza y reina del cielo,
para que siempre nos mantenga en una actitud de escucha y de espera, para poder
ser ya traspasados por el amor de Cristo y un día ser parte de la alegría sin
fin, en la plena comunión de Dios. Y no se olviden: jamás olvidar que así
estaremos siempre con el Señor. ¿Lo repetimos otras tres veces? Y así,
estaremos siempre con el Señor, y así, estaremos siempre con el Señor, y así,
estaremos siempre con el Señor. ¡Gracias!
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