Manos/ Crédito: Richard Asia
(CC-BY-NC-SA-2.0)_Flickr_100315
Evangelio: Mateo
18,21-35
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a
Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se
parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a
ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con
qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y
todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo
lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al
salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.”
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia
conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta
que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron
consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor
lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque
me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo
tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta
que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si
cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
Reflexión:
Hoy
Jesús nos habla de una virtud muy importante en la vida cristiana: el perdón. Y
como siempre el Señor no nos pide algo que Él primero no haya dado y no lo haya
dado en abundancia. Por eso en esta parábola es Dios el primero que perdona y
lo hace en una proporción descomunalmente mayor incluso a la que nos pide-
Por
eso decía San Agustín: “Señor, pídeme lo que quieras, pero primero dame lo que
me pides”. Dame tu perdón, Señor, para que yo también pueda ser capaz de perdonar
porque nadie da lo que no tiene, porque solo somos capaces de hacer este acto
heroico de perdonar cuando nos hemos encontrado verdaderamente con el amor de
Dios, cuando nos hemos encontrado primero con su perdón abundante, con su
misericordia infinita,
Porque
el perdón no es algo que se pueda improvisar, sino que es algo que se ha tenido
que ir cultivando con el tiempo, que se ha hecho crecer poco a poco, para así
poder compartirlo con los demás. Por eso, perdonar no es fácil.
Cuántas
veces ha habido gente que nos ha ofendido con tanta dureza. Cuántas veces
incluso hemos dicho: “Ese no se merece el perdón. Nunca lo perdonaría”. Y
es que en realidad el perdón nunca se merece porque si el perdón se mereciera
ya dejaría de ser perdón y se convertiría en justicia e incluso el otro podría
reclamarlo, podría decirme: “tienes que perdonarme porque me lo merezco,
merezco que me perdonen”.
El
perdón nunca se merece, el perdón es gratuito. ¿A quién hay que perdonar,
entonces? Justamente a ese, al que no se lo merece porque el perdón es
consecuencia del amor. Por lo tanto, perdonar de corazón, como Jesús nos dice,
significa mirar al que nos ha ofendido de una manera nueva, como alguien que ha
renacido-
Por
eso el auténtico perdón va unido al amor. Perdonar significa querer el bien del
que nos ha hecho daño y desear que pueda empezar de nuevo y hacer las cosas
bien. El perdón va unido al deseo sincero de que la persona que nos ha ofendido
sea feliz.
No
seamos entonces como este siervo malvado que cerró sus entrañas a la
misericordia con el hermano. Tanto nos ha perdonado Dios. ¿No será momento que
empecemos también a vivir el perdón auténtico? Aunque nos duela, aunque nos
cueste. No es fácil, pero qué grande nos hace, qué libre nos hace.
Pidámosle
al Señor que nos dé un corazón grande y que así podamos ser generosos con
nuestros hermanos
Manos/ Crédito: Richard
Asia (CC-BY-NC-SA-2.0)_Flickr_100315
Evangelio: Mateo 18,21-35
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a
Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?
¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se
parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a
ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con
qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas
sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo
lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al
salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien
denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.”
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia
conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta
que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron
consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor
lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me
lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve
compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que
pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada
cual no perdona de corazón a su hermano”.
Reflexión:
Hoy
Jesús nos habla de una virtud muy importante en la vida cristiana: el perdón. Y
como siempre el Señor no nos pide algo que Él primero no haya dado y no lo haya
dado en abundancia. Por eso en esta parábola es Dios el primero que perdona y
lo hace en una proporción descomunalmente mayor incluso a la que nos pide-
Por
eso decía San Agustín: “Señor, pídeme lo que quieras, pero primero dame lo que
me pides”. Dame tu perdón, Señor, para que yo también pueda ser capaz de
perdonar porque nadie da lo que no tiene, porque solo somos capaces de hacer
este acto heroico de perdonar cuando nos hemos encontrado verdaderamente con el
amor de Dios, cuando nos hemos encontrado primero con su perdón abundante, con
su misericordia infinita,
Porque
el perdón no es algo que se pueda improvisar, sino que es algo que se ha tenido
que ir cultivando con el tiempo, que se ha hecho crecer poco a poco, para así
poder compartirlo con los demás. Por eso, perdonar no es fácil.
Cuántas
veces ha habido gente que nos ha ofendido con tanta dureza. Cuántas veces
incluso hemos dicho: “Ese no se merece el perdón. Nunca lo perdonaría”. Y
es que en realidad el perdón nunca se merece porque si el perdón se mereciera
ya dejaría de ser perdón y se convertiría en justicia e incluso el otro podría
reclamarlo, podría decirme: “tienes que perdonarme porque me lo merezco, merezco
que me perdonen”.
El
perdón nunca se merece, el perdón es gratuito. ¿A quién hay que perdonar,
entonces? Justamente a ese, al que no se lo merece porque el perdón es
consecuencia del amor. Por lo tanto, perdonar de corazón, como Jesús nos dice,
significa mirar al que nos ha ofendido de una manera nueva, como alguien que ha
renacido-
Por
eso el auténtico perdón va unido al amor. Perdonar significa querer el bien del
que nos ha hecho daño y desear que pueda empezar de nuevo y hacer las cosas
bien. El perdón va unido al deseo sincero de que la persona que nos ha ofendido
sea feliz.
No
seamos entonces como este siervo malvado que cerró sus entrañas a la
misericordia con el hermano. Tanto nos ha perdonado Dios. ¿No será momento que
empecemos también a vivir el perdón auténtico? Aunque nos duela, aunque nos
cueste. No es fácil, pero qué grande nos hace, qué libre nos hace.
Pidámosle
al Señor que nos dé un corazón grande y que así podamos ser generosos con
nuestros hermanos
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