Anunciación
/ Imagen de dominio público_Wikipedia_240315
Evangelio: Lucas
1,26-38
A
los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su
presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.” Ella se
turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le
dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en
tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande,
se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.”
Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?” El ángel le
contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un
hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada
hay imposible.” María contestó: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra”. Y la dejó el ángel.
Reflexión:
Como el
ángel Gabriel le dice que va a concebir en su seno y dará a luz a un hijo, a
quien pondrá por nombre Jesús que salvará a su pueblo porque es el Hijo de
Dios. Se trata del anuncio de la concepción virginal de Cristo y del anuncio
también de cómo Él salvará a su pueblo.
Es pues un
relato en donde se nos nuevamente narra el compromiso de Dios con los seres
humanos. De cómo se compromete tanto con ellos que es capaz de compartir su
propia carne, que es capaz de compartir su propio destino, que es capaz de
involucrarse de tal manera con la raza humana que está dispuesto a convertirse
en un mortal como nosotros, asumiendo carne en el seno virginal de Virgen
María.
Y la
respuesta del hombre no puede ser distinta, primero a la de la gratitud, pero
también a la de la generosidad. El amor se paga con amor y si recibimos tanto
amor de Dios. Tanto que ha entregado a su propio Hijo para salvación de
nuestros pecados, evidentemente nuestra respuesta no puede ser distinta.
Y por eso la
respuesta de María es ejemplar y es emblemática y nosotros tenemos que
imitarla. “Aquí está sierva del Señor – dice ella – que se haga en mí según tu
palabra”. Es decir, nos mostramos disponibles al plan de Dios dejando que Él
actúe en nosotros. No por nuestros méritos, no por nuestro medios, o por
nuestras capacidades o recursos, sino por su gracia. Es la gracia de Dios la
que nos salva.
Fíjense que
María dice: “Hágase”. No, “voy a hacer”. No es ella la de la iniciativa, sino
que dice: “que se haga, que se haga en mí, que Dios obre en mí como Él cree
porque yo no voy a poner ningún obstáculo”.
Nuestra
cooperación empieza de esta manera, dejando que el Señor obre en nosotros.
Entonces que María sea para nosotros, pues, un ejemplo, una inspiración para
cooperar fielmente con el plan dede Dios que sale a nuestro encuentro, con Dios
mismo que viene a buscarnos para reconciliarnos, para redimirnos, para
llevarnos al Padre.
Que en estos
días que aún faltan para el nacimiento de Jesús, en la Navidad, podamos
preparar nuestro corazón de esa manera
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