Jesús
predicando
Evangelio: Juan
8,21-30
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: “Yo me voy y me buscaréis, y moriréis
por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.” Y los judíos
comentaban: “¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis
venir vosotros”?” Y él continuaba: “Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá
arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he
dicho que moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis que yo soy,
moriréis por vuestros pecados.” Ellos le decían: “¿Quién eres tú?” Jesús les
contestó: “Ante todo, eso mismo que os estoy diciendo. Podría decir y condenar
muchas cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y yo comunico al mundo
lo que he aprendido de él.” Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y
entonces dijo Jesús: “Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis que yo soy,
y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado.
El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo
que le agrada.” Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
Reflexión:
El pueblo de
Israel, como bien sabemos, estuvo esclavo en la tierra de Egipto, pero para
salir de la esclavitud de Egipto y llegar a la libertad de la tierra prometida,
tuvo que pasar, en medio, por la prueba del desierto.
Cuarenta
años fueron probados en las exigencias del desierto guiados por Moisés y en la
Primera Lectura de hoy escuchamos que Israel se quejaba.
Y en el
colmo de su ceguera dice: “¿Para qué nos trajiste Moisés este desierto?
Estábamos mejor como esclavos en Egipto, regresemos a la esclavitud”. Se habían
cansado de caminar hacia la tierra prometida, ya no querían más lucha, ya no
querían esfuerzo, sacrificio, ni renuncia.
Ya estamos
viviendo los últimos días de la cuaresma, esta cuaresma que también es nuestro
desierto. No son cuarenta años, pero sí cuarenta días y para llegar a la pascua
de la resurrección, hemos tenido que pasar por nuestro desierto cuaresmal y en
este momento el Señor nos da ánimos para no desfallecer, para no quedar atrás
en nuestro camino recorrido.
No nos
cansemos, no miremos atrás para retornar a la tierra de la esclavitud de
nuestro pecado, convirtámonos en serio.
Y para ello
el Señor nos pide hoy que lo miremos a Él. Esa serpiente de bronce que
levantaron los judíos, que al mirarla quedaban curados de las picaduras es
figura de Cristo. Él mismo nos lo ha dicho hoy en el Evangelio: “Cuando
levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que yo soy”.
Hoy Jesús
nos invita a mirarlo a Él, a verlo en la cruz. El Señor nos invita a no
rechazar nuestra cruz en este desierto cuaresmal, si no a asumirla y cargarla
con amor, besarla ya abrazarnos a ella.
Carguemos
con firmeza la cruz de nuestros compromisos cuaresmales, asumamos también
nuestras flaquezas, debilidades, dificultades, problemas, con amor, como un
verdadero tiempo de conversión y así llegaremos a celebrar esta Pascua
renovados con un corazón distinto.
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