La soledad de Francisco, y el silencio de la
izquierda sobre los cristianos
Lucia Annunziata Hazte fan. Directora, L'Huffington Post
Publicado: 17/04/2015 07:07 CEST Actualizado: 17/04/2015 11:12 CES ¿Dónde estás, Izquierda? No, no pretendo hablar sobre la polémica que ha causado la reforma electoral introducida por Renzi, ni tampoco estoy pidiendo que se escuchen los argumentos a favor y en contra del primer ministro italiano.
Me pregunto dónde está la Izquierda con mayúscula,
ese amplio colectivo social que se nutre de una historia y de unos principios,
que no se entretiene en las disputas cotidianas, que se quiere a sí misma
porque ama su sentido de la justicia. ¿Y dónde está ahora que se ha cometido
uno de los crímenes más terribles contra personas indefensas?
Sí,
hablo de las masacres de cristianos que
han empapado de sangre tantos lugares en el mundo. ¿Por qué no recibo
manifiestos para adherirme a ellos (y eso que me mandan muchos sobre tantos
asuntos)? ¿Por qué no convoca alguien, no ya una manifestación, sino una simple
sentada o una concentración? No digo en el Auditorio Parco Della Musica o en el
teatro Ambra Jovinelli, pero sí al menos en un pabellón situado a las afueras o
en una de esas plazas que antes ocupaban la Confederación General Italiana del
Trabajo o la Federación de Empleados y Obreros Metalúrgicos. Nada. No oigo las
protestas, no llegan los panfletos, ni las convocatorias, ni las muestras de
apoyo o de adhesión.
La
televisión está en algún otro sitio, lo sabemos, sobre todo los que trabajamos
en ella. Ni siquiera en esta redacción del HuffPost existe
un grupo de periodistas jóvenes y ambiciosos que quieran dar voz a estos nuevos débiles e indefensos.
Si
releo las noticias de los últimos meses, compruebo que la izquierda ha asumido
como suyas gran cantidad de causas: la de las mujeres, la de la violencia de
género, la de los trabajadores, la de los jóvenes desempleados, la de los
matrimonios entre personas del mismo sexo, la de frenar los excesos de la
política, la de la reforma de las instituciones, la de la reorganización del
Partido Democrático, la de la libertad en Internet, la de que Google pague
impuestos, la de la ley de protección de datos, la del desarrollo de la
investigación, la de la renovación de todo aquello que debe reformarse, la de
la lucha contra la pobreza, la de la propagación de la idea de austeridad.
Incluso la del kilómetro cero (que los productos se vendan y comercialicen en
las zonas donde se producen), la de las dietas equilibradas, la de los desnudos
artísticos, la del derecho a tatuarse, la del Estado Islámico y sus guerras, la
de Europa y las suyas, la de Putin, la de Obama, la de Charlie Hebdo, y la del Museo del Bardo de Túnez.
Pero, salvo alguna excepción suelta, no se ha
mostrado públicamente pena u horror por la muerte de hombres y mujeres que han
perecido a causa de su fe. La muerte como violación final del derecho más
importante de la libertad personal. Una fe que, por cierto, es aquella que
tiene la mayoría de las personas en Italia, y es también la base de la
definición (se quiera o no) de la historia y de la cultura del continente en el
que vivimos.
Ni he sido católica ni lo soy. Soy atea y pretendo
seguir siéndolo. Y no, no he escrito ni una sola palabra sobre el papa actual,
no he ido a una misa de las nuevas jerarquías religiosas y todavía menos estoy
obligada a decir que este papa está haciendo una revolución y que él es el
verdadero líder de la izquierda.
Solo
soy una periodista y creo que todavía comprendo lo que es una noticia. Y
últimamente la noticia es la soledad en la que ha sido abandonado
este papa tan popular, que desde hace meses es el único que denuncia las
masacres de los fieles y hoy en día es el único jefe de Estado capaz de apuntar
con el dedo a la pasividad de los países occidentales por estas muertes. De
hecho, justo lo contrario de lo que ocurrió con Charlie
Hebdo.
Las
razones del silencio y la vergüenza de los países occidentales se conocen muy
bien. Se pueden leer entre líneas en las explicaciones que el secretario de la
iglesia católica italiana (Cei), monseñor Nunzio Galantino,
ha dado sobre la intervención del papa Francisco. "El llamamiento del papa
no pretende incitar al 'choque entre civilizaciones'", se ha visto en la
obligación de explicar Galantino. Incluso ha aclarado lo obvio, diciendo que
Francisco no pretende incitar a la "guerra santa".
Este es el punto en el que todo se paraliza: el
miedo de que la defensa de los cristianos pueda significar la creación de
nuevos problemas dentro del problema y termine desatando una reacción contraria
a la que se persigue. Ese miedo consiste, en fin, en legitimar a una derecha,
ya existente en Europa, que pueda aprovechar la ocasión para reforzar sus
intereses y su discurso político a la vez que añade leña al fuego del racismo y
del choque entre religiones.
Pero si bien sabemos que el respeto de los derechos humanos es en general la primera víctima del sacrificio de las razones de Estado, ¿podemos también nosotros, los ciudadanos, la opinión pública, defender estos temores y estos oportunismos?
Pero si bien sabemos que el respeto de los derechos humanos es en general la primera víctima del sacrificio de las razones de Estado, ¿podemos también nosotros, los ciudadanos, la opinión pública, defender estos temores y estos oportunismos?
Vuelvo con esto a hablar de la izquierda. Izquierda
porque esta es la parte política que siempre ha reivindicado tener la fuerza y
la convicción necesarias para afrontar los temas sobre la defensa de los
débiles. Y porque la izquierda en este momento tiene gran poder en importantes
países de Occidente. Especialmente en Italia.
Hay que actuar con celeridad. Los gobiernos pueden
y deben trazar un plan para poner a salvo a los miles de refugiados, no solo
con la asistencia básica (medicina, escuela y vivienda), sino también
ofreciendo de forma generosa y amplia la nacionalidad a todas las familias que
huyan de sus propios países.
Con especial atención a todos los jóvenes que
quieren venir a Italia a estudiar o a trabajar. Es parecido a lo que hicieron
los países occidentales antes de la segunda guerra mundial acogiendo a los
judíos y otros perseguidos del nazismo incipiente. No es mucho, pero es el
principio y también es un mensaje eficaz de fuerza moral y solidaridad para
aquellos que desafían y se oponen a la violencia del Estado Islámico.
La izquierda no puede quedarse callada, repito. Al
contrario, su silencio, su miedo pusilánime a provocar críticas de unos y de
otros, su falta de coraje para asumir riesgos es, en esta encrucijada, también
la mejor forma para declarar su propia disolución moral.
Este post fue
publicado originalmente en la edición italiana de 'El Huffington Post' y
ha sido traducido del italiano por Lucía Bueno López.
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