jueves, 16 de abril de 2015

CARTA ABIERTA A LOS ENOJADOS ARGENTINOS

Carta abierta para los argentinos enojados con Francisco

DESPUÉS DE LA CARTA A LEUCO
Luego de la respuesta del Papa al periodista Alfredo Leuco, un periodista de Clarín -y biógrafo de Bergoglio- da su punto de vista sobre el debate que se abrió.

Por Sergio Rubin
El enojo, aunque es muy humano, no suele ser buen consejero. Es el sentimiento que invadió a no pocos argentinos cuando se conoció que el Papa había decidido recibir por cuarta vez -el 7 de junio- en el Vaticano a la presidenta Cristina Kirchner, en medio de la campaña electoral. En rigor, si se suma el saludo en Río de Janeiro, en 2013, será la quinta vez que ambos se encuentren. En una sociedad como la Argentina, profundamente dividida políticamente -división fomentada por la Casa Rosada-, muchos críticos del kirchnerismo consideraron que Francisco se estaba excediendo en sus gestos hacia la mandataria, sobre todo luego de que dijo semanas atrás que se había sentido “usado políticamente” por ciertos argentinos que lo visitaron en Roma en estos dos años de papado. Un sayo que le cabe principalmente, sin lugar a dudas, al Gobierno.

De poco le valieron a los muy molestos las aclaraciones de fuentes eclesiásticas, que deslizaron que un pontífice no puede negarse a concederle una audiencia a un presidente, máxime si es del décimo país católico -por la cantidad de fieles- y de su tierra natal. Ni que esta vez la cita no se realizará en Santa Marta -con almuerzo incluido-, sino en una sala contigua al auditorio Pablo VI, y que sería más breve que las anterior. Tampoco, que el pedido de audiencia de la Casa Rosada había sido insistente y que el pontífice demoró varios meses en concederla. No. Nada alcanzó para calmar los ánimos. Los críticos creían que estaba amparando a una mandataria sectaria, sospechada de corrupción y que no trepida en embestir contra las instituciones -sobre todo la Justicia- y la libertad de prensa con tal de lograr sus propósitos.
¿Qué pasó? ¿Acaso el Papa se volvió kirchnerista o cristinista después de haber sido despreciado por el gobierno cuando era arzobispo de Buenos Aires, y hasta lo sometió a una infame campaña de desprestigio bajo la acusación de ser cómplice de la dictadura que lo llevó a tener que declarar ante la Justicia? ¿Por qué razón ahora es tan condescendiente con sus otrora verdugos? No faltó alguno que dijo que la recibe otra vez porque le otorgó a la Iglesia más frecuencias de radio y TV. ¿Se “vendió” por un plato de lentejas? Pero esas presunciones son inverosímiles. Solo pueden entenderse desde la bronca -seguramente entendible-, pero -de nuevo- no son razonables. Sin contar aquellos que directamente se mueven por el odio político, que tanto mal le hizo al país.

La lectura que debe hacerse de la actitud del Papa es otra. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco se mostró receptivo con la Presidenta, que –en una voltereta sorprendente- de recibir fríamente su elección pasó a declararse su admiradora. Bergoglio olvidó el ninguneo y hasta las agresiones y miró hacia delante. Evangelio puro.
Inmediatamente, buscó ayudar a que el gobierno completara su mandato y sin que estallara una crisis, por la calidad institucional y el bien de todos, especialmente de los que menos tienen, que son los que más sufren los problemas económicos y sociales. Así, acuñó una frase que se volvió archiconocida: “Hay que cuidar a Cristina”, que no era otra cosa que evitar que su país se “incendiara”. Ello, además, lo habría dañado como líder de la paz y la convivencia en el mundo.
Sin embargo, al concederle a la presidenta la cuarta entrevista, seguramente la preocupación del Papa mutó. Con un calendario electoral en marcha y una economía que no parece que vaya a colapsar, al menos hasta la transferencia del poder, la preocupación de Francisco sería ahora otra: ayudar a que la transición sea lo más normal posible y que el nuevo gobierno no asuma en medio de un tembladeral. La nueva consigna papal sería “hay que cuidar la transición”, “hay que ayudar a las nuevas autoridades y fomentar grandes acuerdos para afrontar los tremendos desafíos que tiene el país”. Eso es, precisamente, lo que viene alentando la Iglesia argentina a través de la Pastoral Social con su ronda de contactos con los candidatos.
El último aporte a la convivencia en su país el Papa lo hizo con su gesto de llamar al periodista Alfredo Leuco, que -en tono respetuoso como el propio Bergoglio valoró- había criticado su decisión de recibir otra vez a la Presidenta. Y lo que le dijo. Ello conllevó dos mensajes: el dialogar con altura con quien piensa distinto, en este caso en un aspecto puntual. Fue un tiro por elevación especialmente al Gobierno (y a sus medios oficiales y blogueros K que descalificaron a Leuco). Y que no es ingenuo ante quienes buscan usarlo políticamente, al señalar “la mansedumbre, esa actitud tan ligada a la paciencia, a la escucha, a la ponderación y que, a veces, en el imaginario colectivo se la confunde con la pusilanimidad”.  
Habrá que ver si la siembra de Francisco arroja sus frutos. Los argentinos estamos demasiado crispados. Y el Gobierno es el principal culpable. Pero lo peor que nos puede pasar es que nos inocule su propio veneno.


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