Carta abierta para los
argentinos enojados con Francisco
DESPUÉS DE LA CARTA A LEUCO
Luego
de la respuesta del Papa al periodista Alfredo Leuco, un periodista de Clarín
-y biógrafo de Bergoglio- da su punto de vista sobre el debate que se abrió.
El enojo,
aunque es muy humano, no suele ser buen consejero. Es el sentimiento que
invadió a no pocos argentinos cuando se conoció que el Papa había decidido
recibir por cuarta vez -el 7 de junio- en el Vaticano a la presidenta Cristina
Kirchner, en medio de la campaña electoral. En rigor, si se suma el saludo en
Río de Janeiro, en 2013, será la quinta vez que ambos se encuentren. En una
sociedad como la Argentina, profundamente dividida políticamente -división
fomentada por la Casa Rosada-, muchos críticos del kirchnerismo consideraron
que Francisco se estaba excediendo en sus gestos hacia la mandataria, sobre
todo luego de que dijo semanas atrás que se había sentido “usado políticamente”
por ciertos argentinos que lo visitaron en Roma en estos dos años de papado. Un
sayo que le cabe principalmente, sin lugar a dudas, al Gobierno.
De poco le valieron a los muy molestos las aclaraciones de fuentes eclesiásticas, que deslizaron que un pontífice no puede negarse a concederle una audiencia a un presidente, máxime si es del décimo país católico -por la cantidad de fieles- y de su tierra natal. Ni que esta vez la cita no se realizará en Santa Marta -con almuerzo incluido-, sino en una sala contigua al auditorio Pablo VI, y que sería más breve que las anterior. Tampoco, que el pedido de audiencia de la Casa Rosada había sido insistente y que el pontífice demoró varios meses en concederla. No. Nada alcanzó para calmar los ánimos. Los críticos creían que estaba amparando a una mandataria sectaria, sospechada de corrupción y que no trepida en embestir contra las instituciones -sobre todo la Justicia- y la libertad de prensa con tal de lograr sus propósitos.
De poco le valieron a los muy molestos las aclaraciones de fuentes eclesiásticas, que deslizaron que un pontífice no puede negarse a concederle una audiencia a un presidente, máxime si es del décimo país católico -por la cantidad de fieles- y de su tierra natal. Ni que esta vez la cita no se realizará en Santa Marta -con almuerzo incluido-, sino en una sala contigua al auditorio Pablo VI, y que sería más breve que las anterior. Tampoco, que el pedido de audiencia de la Casa Rosada había sido insistente y que el pontífice demoró varios meses en concederla. No. Nada alcanzó para calmar los ánimos. Los críticos creían que estaba amparando a una mandataria sectaria, sospechada de corrupción y que no trepida en embestir contra las instituciones -sobre todo la Justicia- y la libertad de prensa con tal de lograr sus propósitos.
¿Qué pasó?
¿Acaso el Papa se volvió kirchnerista o cristinista después de haber sido
despreciado por el gobierno cuando era arzobispo de Buenos Aires, y hasta lo
sometió a una infame campaña de desprestigio bajo la acusación de ser cómplice
de la dictadura que lo llevó a tener que declarar ante la Justicia? ¿Por
qué razón ahora es tan condescendiente con sus otrora verdugos? No faltó alguno
que dijo que la recibe otra vez porque le otorgó a la Iglesia más frecuencias
de radio y TV. ¿Se “vendió” por un plato de lentejas? Pero esas presunciones
son inverosímiles. Solo pueden entenderse desde la bronca -seguramente
entendible-, pero -de nuevo- no son razonables. Sin contar aquellos que
directamente se mueven por el odio político, que tanto mal le hizo al país.
La lectura que debe hacerse de la actitud del Papa es otra. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco se mostró receptivo con la Presidenta, que –en una voltereta sorprendente- de recibir fríamente su elección pasó a declararse su admiradora. Bergoglio olvidó el ninguneo y hasta las agresiones y miró hacia delante. Evangelio puro.
La lectura que debe hacerse de la actitud del Papa es otra. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco se mostró receptivo con la Presidenta, que –en una voltereta sorprendente- de recibir fríamente su elección pasó a declararse su admiradora. Bergoglio olvidó el ninguneo y hasta las agresiones y miró hacia delante. Evangelio puro.
Inmediatamente,
buscó ayudar a que el gobierno completara su mandato y sin que estallara una
crisis, por la calidad institucional y el bien de todos, especialmente de los
que menos tienen, que son los que más sufren los problemas económicos y
sociales. Así, acuñó una frase que se volvió archiconocida: “Hay que cuidar a
Cristina”, que no era otra cosa que evitar que su país se “incendiara”. Ello,
además, lo habría dañado como líder de la paz y la convivencia en el mundo.
Sin embargo,
al concederle a la presidenta la cuarta entrevista, seguramente la preocupación
del Papa mutó. Con un calendario electoral en marcha y una economía que no
parece que vaya a colapsar, al menos hasta la transferencia del poder, la
preocupación de Francisco sería ahora otra: ayudar a que la transición sea lo
más normal posible y que el nuevo gobierno no asuma en medio de un tembladeral.
La nueva consigna papal sería “hay que cuidar la transición”, “hay que ayudar a
las nuevas autoridades y fomentar grandes acuerdos para afrontar los tremendos
desafíos que tiene el país”. Eso es, precisamente, lo que viene alentando la
Iglesia argentina a través de la Pastoral Social con su ronda de contactos con
los candidatos.
El último
aporte a la convivencia en su país el Papa lo hizo con su gesto de llamar al
periodista Alfredo Leuco, que -en tono respetuoso como el propio Bergoglio
valoró- había criticado su decisión de recibir otra vez a la Presidenta. Y lo que
le dijo. Ello conllevó dos mensajes: el dialogar con altura con quien piensa
distinto, en este caso en un aspecto puntual. Fue un tiro por elevación
especialmente al Gobierno (y a sus medios oficiales y blogueros K que
descalificaron a Leuco). Y que no es ingenuo ante quienes buscan
usarlo políticamente, al señalar “la mansedumbre, esa actitud tan ligada a la
paciencia, a la escucha, a la ponderación y que, a veces, en el imaginario
colectivo se la confunde con la pusilanimidad”.
Habrá que ver si la siembra de Francisco arroja sus frutos. Los
argentinos estamos demasiado crispados. Y el Gobierno es el principal culpable.
Pero lo peor que nos puede pasar es que nos inocule su propio veneno.
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