Hoy la Iglesia celebra a San Francisco
Javier, el gigante de las misiones
ROMA, 03 Dic. 14 / 12:01 am (ACI).-
Hoy 03 de diciembre la Iglesia celebra a San Francisco Javier, sacerdote jesuita considerado
patrono de todos los misioneros y llamado “gigante de la historia de las
misiones”, por las muchas conversiones que logró en el lejano oriente en
tiempos muy difíciles.
San Francisco Javier nació en 1506, en el castillo de Javier de Navarra,
cerca de Pamplona (España). A los 18 años fue a estudiar a la Universidad de
París (Francia) y obtuvo el grado de licenciado. Tuvo como compañero de pensión
al Beato jesuita Pedro Favre y conoció al entonces estudiante San Ignacio de
Loyola, quien le solía repetir la frase de Cristo: “¿De qué le sirve a un
hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?”
Poco a poco estas palabras fueron calando en su corazón. Gracias a los
ejercicios espirituales de San Ignacio pudo comprender lo que su amigo le
decía: "Un corazón tan grande y un alma tan noble no pueden contentarse
con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que dura
eternamente".
Se consagró al servicio de Dios con los jesuitas en 1534. Años
después fue ordenado sacerdote en Venecia. Más adelante, estando en Roma, San
Francisco Javier ayudó a San Ignacio con la redacción de las Constituciones de
la Compañía de Jesús.
En la primera expedición misionera de la Compañía, parte el santo rumbo
a la India. Hizo escala en Lisboa (Portugal), para encontrarse con el P.
Rodríguez, quien también tenía la misión de acompañarlo. Pero el rey Juan III
les tomó mucha estima por las obras caritativas que hacían y el P. Rodríguez
tuvo que quedarse.
Antes de continuar su viaje a la India, el rey entrega al santo un
“breve” de parte del Papa que lo nombraba Nuncio Apostólico en el oriente.
Posteriormente, luego de una larga travesía, San Francisco Javier y otros dos
compañeros llegan a Goa, colonia portuguesa.
Lamentablemente los desórdenes morales de los cristianos portugueses
habían hecho que muchos se alejaran de la Fe. Una de estas contradicciones era
que se usaba el Rosario para contar el número de azotes a
los esclavos.
Entonces el santo emprendió una ardua tarea de catequesis. Atendía a los enfermos, celebraba la Misa con los leprosos, enseñaba a los esclavos y hasta adaptaba las
verdades del cristianismo a la música popular. Poco después sus canciones se
cantaban en las calles, casas, campos y talleres.
Comenzaron a darse tantas conversiones en la tribu de los paravas, que el
santo escribió a sus hermanos en Europa que algunas veces con las justa podía
mover los brazos, por lo fatigados que estaban al administrar un gran número de
bautizos.
Sin embargo también fue testigo de los abusos que los portugueses y
paganos cometían contra los nativos, algo que describió como “una espina que
llevo constantemente en el corazón”. Posteriormente San Francisco Javier
escribiría al rey de Portugal para denunciar el estado de la misión.
Luego continuó con su misión evangelizadora por diferentes ciudades,
pueblos e islas. En 1549 partió de la India al Japón con la ayuda de dos
hermanos de la Orden y dos japoneses que se habían convertido. Al cabo de
un año logró unas cien conversiones y las autoridades japonesas le prohibieron
que continuara con su labor pastoral.
Se trasladó a otros pueblos, convirtiendo a muchos, y hasta pudo
conseguir prestado un antiguo templo budista donde bautizó a un gran número de
personas. Retornó a visitar a la comunidades de la India y luego se trasladó a
Malaca, donde emprendería el viaje a la China, territorio inaccesible para los
extranjeros.
Parte con una expedición y llega a la isla desierta de Sancián
(Shang-Chawan), cerca a la costa y a cien kilómetros al sur de Hong Kong.
Sin embargo, San Francisco Javier cae enfermo y una fuerte fiebre lo va
consumiendo. El 3 de diciembre de 1552 partió a la Casa del Padre pronunciando
el nombre de Jesús.
Su féretro fue llenado de barro para que posteriormente pudiera ser
trasladado. Después de diez semanas quitaron el barro y vieron que su cuerpo
estaba incorrupto y que no había perdido el color.
El cuerpo del santo fue llevado a Malaca, donde todos salieron a
recibirlo con alegría y finalmente fue trasladado a Goa, donde los médicos
comprobaron su estado incorrupto. Ahí, en la Iglesia del Buen Jesús, reposan
sus restos hasta hoy.
San Francisco Javier fue canonizado en 1622 junto a otro grandes santos
como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Felipe Neri y San
Isidro Labrador.
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