viernes, 26 de diciembre de 2014

Las apariencias engañan también en Navidad
Monseñor Jorge Lozano (*)
 El Litoral DyN
La sociedad en la cual vivimos está marcada por las apariencias más que por las realidades. Es común confundir maquillaje con belleza, ideas con realidades, limosna con solidaridad, preocupación con compromiso, discurso con verdad.

La Navidad es evocación y celebración de un acontecimiento único e irrepetible: Dios se hace uno de nosotros, se "hace carne", y habita humano entre la humanidad. Es un hecho tan único como irrepetible. Se puede no tener fe cristiana y no dar crédito al acontecimiento. Pero si somos creyentes en el Evangelio, eso es lo que celebramos.

No hay Navidad sin encarnación. No hay Navidad sin Jesús. No hay Navidad sin hermanos. No hay Navidad sin compromiso por la Justicia y la Paz. No hay Navidad sin oración. No hay Navidad sin buenas noticias para los pobres. 

¿Y en concreto, qué? Te invito a pasar de la Navidad del "¿qué me pongo?" a la del "¿qué puedo dar?". De la Navidad del "¿qué comemos?" a la del "¿quiénes tienen hambre cerca de aquí?".

A Dios lo encontramos en los pobres, los que sufren, los excluidos. Entre ellos anduvo Jesús. ¿Dónde pensás que debemos estar sus discípulos? El Papa Francisco nos impulsa a ir con la buena noticia del amor de Dios a las periferias geográficas y existenciales. Las geográficas son las distancias a las cuales no llega el agua potable, la cloaca, el gas. Tampoco se acerca el colectivo o el tren. Muchas veces tampoco hay parroquia o capilla. Allí no llegan los servicios y avances que sí hay en otros barrios.

Las periferias existenciales están relacionadas con experiencias de 'otras distancias', cuando no llega el consuelo, el trabajo digno, el sentido de la vida. Antes llega la droga, el alcoholismo, la violencia doméstica, la prostitución para la sobrevivencia o la aberración de la trata.

Muchos están allí sea porque se hayan ido o los haya expulsado la sociedad. No son tiempos para cuidar los zapatos; hay que meterse en el barro sin miedo a mancharse. No es tiempo de cristianos tilingos o petiteros que quieran estar de punta en blanco sin que les roce siquiera el dolor ajeno.

El Papa nos está dando ejemplos de compromisos con la paz. Los llamados permanentes que realiza a tener en cuenta a los pobres y excluidos son una muestra de ello.

El reinicio de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos ha encontrado en Francisco un facilitador comprometido con la cultura del encuentro, un artesano en tender puentes. No se hace el distraído. No busca excusas en la cantidad de cosas que tiene que hacer, que son muchas. Señala con claridad la globalización de la indiferencia y la idolatría del dinero.

A veces vemos en el subte o colectivo gente que se hace que duerme para no dar el asiento a una mujer embarazada o alguna persona mayor. Son como caracoles guardados o tortugas de invierno.

La Navidad quiere despabilarnos, despertarnos del letargo letal de la comodidad individualista para hacernos (transformarnos/convertirnos) cercanos y solidarios con todos.

San Juan de la Cruz nos dice: "En el atardecer de la vida seremos juzgados en el amor". Una vez quitadas las cosas que sobran, queda como valor fundante el amor y todo lo que en el amor 
 fecunda: la justicia, la solidaridad, la paz la ternura, la oración.

(*) El autor es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. 


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