PAPA FRANCISCO: LA LIBERTAD QUE NOS HA DADO DIOS ES
LA DE SERVIRLO Y SERVIR A NUESTROS HERMANOS
VATICANO, 05 Jul. 14 / 11:41 am (ACI/EWTN Noticias).- En la homilía de laMisa celebrada
hoy, en el marco de su visita a la región italiana de Molise, el Papa Francisco
subrayó que la verdadera libertad es la que da el Señor, y consiste en
adorarlo, servirlo y servir a nuestro hermanos necesitados.
El Santo Padre señaló que “¡La
verdadera libertad siempre la da el Señor! La libertad, ante todo, del pecado,
del egoísmo en todas sus formas: la libertad de donarse y hacerlo con alegría,
como la Virgen de Nazaret que es libre de sí misma: no se repliega sobre su
estado - ¡y bien podría haber tenido el motivo! – sino que piensa en quien en
aquel momento tiene más necesidad”.
“Es libre en la libertad de Dios, que
se logra en el amor. Y esta es la libertad que nos ha donado Dios, y nosotros
no debemos perderla: la libertad de adorar a Dios, de servir a Dios y de
servirlo también en nuestros hermanos”.
A continuación presentamos el texto
completo de la homilía del Papa Francisco, en su visita a la región de Molise,
gracias a la traducción de Radio Vaticano:
“La Sabiduría, en cambio, libró de las
fatigas a sus servidores”. (Sb 10,9).
La primera lectura nos recordó las
características de la sabiduría divina, que libera del mal y la opresión a los
que se ponen al servicio del Señor. De hecho, Él no es neutral, sino que con su
sabiduría está del lado de las personas vulnerables, discriminadas y oprimidas
que se abandonan confiadas a Él.
Esta experiencia de Jacob y de José,
narrada en el Antiguo Testamento, revela dos aspectos esenciales de la vida de
la Iglesia: la Iglesia es un pueblo al servicio
de Dios y es un pueblo que vive en la libertad donada por Él.
Ante todo, somos un pueblo que sirve a
Dios. El servicio a Dios se realiza de diversas maneras, sobre todo en la
oración y en la adoración, en el anuncio del Evangelio y en el testimonio de la
caridad.
Y siempre el icono de la Iglesia es la
Virgen María, la “servidora del Señor” (Lc. 1,38; Cf 1,48). Inmediatamente
después de recibir el anuncio del Ángel y de haber concebido a Jesús, María
parte a toda prisa para ir a ayudar a su anciana prima Isabel. Y de este modo,
muestra que la mejor forma de servir a Dios es servir a nuestros hermanos que
tienen necesidad.
En la escuela de la Madre, la Iglesia
aprende a ser cada día “servidora del Señor”, a estar lista para ir al
encuentro de las situaciones de mayor necesidad, a prestar atención a los
pequeños y excluidos.
Pero al servicio de la caridad, todos
estamos llamados a vivirlo en la realidad ordinaria, es decir, en la familia,
en la parroquia, en el trabajo, con los vecinos... Es la caridad de todos los
días, la caridad ordinaria.
El testimonio de la caridad es la vía
maestra de la evangelización. En esto, la Iglesia siempre ha estado “a la
vanguardia”, presencia materna y fraterna que comparte las dificultades y
debilidades de las personas.
De esta manera, la comunidad cristiana
intenta inculcar en la sociedad aquel “suplemento de alma” que le permite ver
más allá y tener esperanza.
Es aquello que también ustedes,
queridos hermanos y hermanas de esta diócesis, están haciendo con generosidad,
sostenidos por el celo pastoral de su Obispo. Los animo a todos, sacerdotes,
personas consagradas y a los fieles laicos, a perseverar en este camino,
sirviendo a Dios en el servicio a los demás y difundiendo por todas partes la
cultura de la solidaridad.
Hay tanta necesidad de este compromiso,
de cara a las situaciones de precariedad material y espiritual, especialmente
frente a la desocupación, una plaga que requiere todo esfuerzo y mucho coraje
por parte de todos. El del trabajo es un desafío que interpela en modo
particular la responsabilidad de las instituciones, del mundo empresarial y
financiero.
Es necesario poner la dignidad de la
persona humana en el centro de toda perspectiva y de toda acción. Los otros
intereses, aunque legítimos, son secundarios. ¡En el centro está la dignidad de
la persona humana! ¿Por qué? Porque la persona humana es imagen de Dios, ha
sido creada a imagen de Dios y todos nosotros somos imagen de Dios.
Así que la Iglesia es el pueblo que
sirve al Señor. Por esto es el pueblo que experimenta su liberación y vive en
esta libertad que Él le dona. ¡La verdadera libertad siempre la da el Señor! La
libertad, ante todo, del pecado, del egoísmo en todas sus formas: la libertad
de donarse y hacerlo con alegría, como la Virgen de Nazaret que es libre de sí
misma: no se repliega sobre su estado - ¡y bien podría haber tenido el motivo!
– sino que piensa en quien en aquel momento tiene más necesidad. Es libre en la
libertad de Dios, que se logra en el amor.
Y esta es la libertad que nos ha donado
Dios, y nosotros no debemos perderla: la libertad de adorar a Dios, de servir a
Dios y de servirlo también en nuestros hermanos.
Esta es la libertad que, con la gracia
de Dios, experimentamos dentro de la comunidad cristiana, cuando nos ponemos al
servicio los unos de los otros. Sin celos, sin tomar partido, sin
habladurías.... Servirnos los unos a los otros. ¡Servirnos! Entonces el Señor
nos libera de ambiciones y rivalidades que socavan la unidad de la Comunión.
Nos libera de la desconfianza, de la tristeza
- esta tristeza es peligrosa, porque nos tira abajo; ¡es peligrosa, estén
atentos! Nos libera del miedo, del vacío interior, del aislamiento, del
arrepentimiento, de los lamentos. También en nuestras comunidades, de hecho, no
faltan actitudes negativas que vuelven a la gente autorreferencial, más
preocupados en defenderse que en donars
Pero Cristo nos libera de esta
monotonía existencial, como proclamamos en el salmo responsorial: “Tú eres mi
ayuda y mi liberación”. Por eso los discípulos, nosotros discípulos del Señor,
aun permaneciendo débiles y pecadores, estamos llamados a vivir con alegría y
valentía nuestra fe, la comunión con Dios y con los hermanos, la adoración a
Dios, y a afrontar con fortaleza las fatigas y pruebas de la vida.
Queridos hermanos y hermanas, la Virgen
Santa que veneran en particular con el título de “Madonna della Libera”, les
consiga la alegría de servir al Señor y de caminar en la libertad que Él nos ha
donado: en la libertad de la adoración, de la oración y del servicio a los
demás.
Que María los ayude a ser Iglesia
materna, Iglesia acogedora y atenta a todos. Que ella esté siempre junto a
ustedes, a sus enfermos, a sus ancianos que son la sabiduría del pueblo, a sus
jóvenes. Para todo su pueblo sea un signo de consuelo y de esperanza cierta.
Que la “Madonna della Libera” nos acompañe, nos ayude, nos consuele, nos dé paz
y nos dé alegría.
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