Ángelus del Papa: La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús
Domingo 10
Ago 2014 | 10:42 am Ciudad del Vaticano (AICA):
“En la barca de Pedro, todos somos discípulos,
unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la poca fe.
Pero cuando en ese barco sube Jesús, el clima cambia rápidamente. Todos se
sienten unidos en la fe en Él”, dijo este domingo el papa Francisco en sus
palabras previas al rezo de la oración mariana del ángelus al explicar el texto
evangélico de hoy en el que narra el episodio de Jesús que camina sobre las
aguas mientras la tempestad azota la barca en donde se encuentran los
discípulos.
Este pasaje evangélico es un hermoso icono de la fe del apóstol Pedro, explicó el Papa, quien al escuchar la voz de Jesús que lo llama, dejando el barco va al Maestro y comienza a caminar sobre el agua. Pedro comienza a hundirse cuando deja de mirar a Jesús y se deja llevar por las adversidades que la rodean. Pero el Señor siempre está ahí, y cuando Pedro llama a Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus arrebatos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y sin embargo victoriosa, la fe del cristiano camina al encuentro del Señor Resucitado, en medio de las tormentas y los peligros del mundo.
También es muy importante la escena final, expresó el Papa, "En cuanto subió al barco, se calmó el viento”. La barca es una imagen eficaz de la Iglesia: que deben enfrentar las tormentas y, a veces parece a punto de hundirse. Pero lo que salva no son las cualidades y el coraje de sus hombres, sino la fe, que permite caminar en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre al lado, su mano nos agarra para escapar de los peligros”.
“Estamos seguros, finalizó el Pontífice, cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. Y a esto nos llama siempre nuestra madre, María. A ella nos dirigimos con confianza”.
Texto de las palabras del Santo Padre
“El evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago. Después de la multiplicación de los panes y de los peces, Él invita a los discípulos a su subir a la barca y a esperarle en la otra orilla, mientras se despide de la multitud y después se retira solo a rezar en el monte, hasta la noche tarde.
Y mientras tanto en el lago se levantó una fuerte tormenta, y justamente en medio de la tempestad Jesús va a la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando los discípulos lo ven se asustan, piensan que es un fantasma, pero Él los tranquiliza: “Ánimo, soy yo, no tengan miedo”.
Pedro con el arrojo que lo caracteriza le pide casi una prueba: “Señor si eres tú, hazme caminar hacia ti sobre las aguas”; y Jesús le dice “¡Ven!”. Pedro baja de la barca y pone a caminar sobre el agua, pero el viento fuerte azota y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo levanta.
Esta narración es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice “Ven”, él reconoce el eco del primer encuentro orillas de aquel mismo lago y en seguida, nuevamente, deja la barca y va hacia el Maestro. ¡Y camina sobre las aguas! La respuesta confiada y pronta al llamado del Señor hace cumplir siempre cosas extraordinarias.
Jesús ahora mismo nos decía que nosotros somos capaces de hacer milagros con nuestra fe: la fe en Él, en su palabra, la fe en su amor.
En cambio, Pedro comienza a hundirse cuando que quita la mirada de Jesús y se deja influenciar por las circunstancias que lo circundan.
Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio a las tormentas y peligros del mundo.
Es muy importante también la escena final: “Apenas subieron a la barca en viento cesó. Aquellos que estaban en la barca se postraron delante de Él diciéndole: '¡Realmente eres el Hijo de Dios!'”.
En la barca están todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la 'poca fe'. Pero cuando en esa barca sube Jesús, el clima inmediatamente cambia: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos pequeños y asustados se vuelven grandes en el momento en el cual se arrodillan y reconocen en su maestro al Hijo de Dios.
Cuantas veces también a nosotros nos sucede lo mismo: sin Jesús, lejos de Jesús nos sentimos miedosos e inadecuados, a tal punto que pensamos no poder lograr nada. Falta la fe, pero Jesús está siempre con nosotros y escondido quizás, pero presente y siempre pronto a sostenernos.
Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que tiene que enfrentar la tempestad y a veces parece estar a punto de ser embestida.
Lo que la salva no es el coraje ni la calidad de sus hombres, pero la fe, que permite caminar también en la oscuridad, en medio a las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús, siempre a nuestro lado, de su mano que nos aferra para sustraernos a los peligros. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Nos encontramos seguros especialmente cuando nos ponemos de rodillas y adoramos a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A esto nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos con confianza” (Trad. H. Sergio Mora).
Este pasaje evangélico es un hermoso icono de la fe del apóstol Pedro, explicó el Papa, quien al escuchar la voz de Jesús que lo llama, dejando el barco va al Maestro y comienza a caminar sobre el agua. Pedro comienza a hundirse cuando deja de mirar a Jesús y se deja llevar por las adversidades que la rodean. Pero el Señor siempre está ahí, y cuando Pedro llama a Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus arrebatos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y sin embargo victoriosa, la fe del cristiano camina al encuentro del Señor Resucitado, en medio de las tormentas y los peligros del mundo.
También es muy importante la escena final, expresó el Papa, "En cuanto subió al barco, se calmó el viento”. La barca es una imagen eficaz de la Iglesia: que deben enfrentar las tormentas y, a veces parece a punto de hundirse. Pero lo que salva no son las cualidades y el coraje de sus hombres, sino la fe, que permite caminar en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre al lado, su mano nos agarra para escapar de los peligros”.
“Estamos seguros, finalizó el Pontífice, cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. Y a esto nos llama siempre nuestra madre, María. A ella nos dirigimos con confianza”.
Texto de las palabras del Santo Padre
“El evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago. Después de la multiplicación de los panes y de los peces, Él invita a los discípulos a su subir a la barca y a esperarle en la otra orilla, mientras se despide de la multitud y después se retira solo a rezar en el monte, hasta la noche tarde.
Y mientras tanto en el lago se levantó una fuerte tormenta, y justamente en medio de la tempestad Jesús va a la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando los discípulos lo ven se asustan, piensan que es un fantasma, pero Él los tranquiliza: “Ánimo, soy yo, no tengan miedo”.
Pedro con el arrojo que lo caracteriza le pide casi una prueba: “Señor si eres tú, hazme caminar hacia ti sobre las aguas”; y Jesús le dice “¡Ven!”. Pedro baja de la barca y pone a caminar sobre el agua, pero el viento fuerte azota y comienza a hundirse. Entonces grita: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús le tiende la mano y lo levanta.
Esta narración es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice “Ven”, él reconoce el eco del primer encuentro orillas de aquel mismo lago y en seguida, nuevamente, deja la barca y va hacia el Maestro. ¡Y camina sobre las aguas! La respuesta confiada y pronta al llamado del Señor hace cumplir siempre cosas extraordinarias.
Jesús ahora mismo nos decía que nosotros somos capaces de hacer milagros con nuestra fe: la fe en Él, en su palabra, la fe en su amor.
En cambio, Pedro comienza a hundirse cuando que quita la mirada de Jesús y se deja influenciar por las circunstancias que lo circundan.
Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio a las tormentas y peligros del mundo.
Es muy importante también la escena final: “Apenas subieron a la barca en viento cesó. Aquellos que estaban en la barca se postraron delante de Él diciéndole: '¡Realmente eres el Hijo de Dios!'”.
En la barca están todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la 'poca fe'. Pero cuando en esa barca sube Jesús, el clima inmediatamente cambia: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos pequeños y asustados se vuelven grandes en el momento en el cual se arrodillan y reconocen en su maestro al Hijo de Dios.
Cuantas veces también a nosotros nos sucede lo mismo: sin Jesús, lejos de Jesús nos sentimos miedosos e inadecuados, a tal punto que pensamos no poder lograr nada. Falta la fe, pero Jesús está siempre con nosotros y escondido quizás, pero presente y siempre pronto a sostenernos.
Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que tiene que enfrentar la tempestad y a veces parece estar a punto de ser embestida.
Lo que la salva no es el coraje ni la calidad de sus hombres, pero la fe, que permite caminar también en la oscuridad, en medio a las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús, siempre a nuestro lado, de su mano que nos aferra para sustraernos a los peligros. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Nos encontramos seguros especialmente cuando nos ponemos de rodillas y adoramos a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A esto nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos con confianza” (Trad. H. Sergio Mora).
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