Papa Francisco: La Iglesia en Corea del Sur
testimonia la importancia de los laicos
VATICANO, 20 Ago. 14 /
10:34 am (ACI/EWTN Noticias).- Ante unos
ocho mil fieles reunidos en el Aula Pablo VI, el Papa Francisco retomó
las catequesis de los miércoles en la que recordó su reciente viaje Corea
del Sur, donde –destacó- existe una Iglesia que
nació gracias a la evangelización realizada por laicos coreanos, muchos de los
cuales llegaron al martirio.
En la
Audiencia General, el Papa también invitó a los fieles a permanecer en el amor
de Cristo –que combate y derrota al maligno-, pues “si nos quedamos con Él, en
su amor, también nosotros como los mártires, podemos vivir y dar testimonio de
su victoria”.
A
continuación la catequesis completa gracias a la traducción de Radio Vaticana:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En los días
pasados he realizado un viaje apostólico a Corea y hoy junto a ustedes,
agradezco al Señor por este gran don. He podido visitar una Iglesia joven y
dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por El Espíritu
misionero, en un País donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la
perenne novedad del Evangelio: te las encuentras a ambas.
Deseo
nuevamente expresar mi gratitud a los queridos hermanos Obispos de Corea, a la
Señora Presidenta de la República, a las otras Autoridades y a todos los que
han colaborado para mi visita.
El
significado de este viaje apostólico se puede condensar en tres palabras:
memoria, esperanza, testimonio.
La República
de Corea es un País que ha tenido un notable y rápido desarrollo económico. Sus
habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados y deben mantener
la fuerza heredada de sus antepasados.
En esta
situación, la Iglesia es custodia de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual
en la cual los adultos transmiten a los jóvenes la llama de la fe recibida de
los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se transforma en nuevo
testimonio en el presente y esperanza de futuro. En esta perspectiva se pueden
leer los dos eventos principales de este viaje: la beatificación de 124
mártires coreanos, que se agregan a aquellos ya canonizados 30 años atrás por
san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, en ocasión de la
sexta Jornada de la Juventud Asiática.
El joven
siempre es una persona en búsqueda de algo por lo cual valga la pena vivir, y
el mártir da testimonio de algo, es más, de Alguien por el cual vale la pena
dar la vida. Esta realidad es el Amor de Dios, que se ha hecho
carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a
los jóvenes, el Espíritu del Señor resucitado nos ha llenado de alegría y de
esperanza, que los jóvenes llevarán a sus diversos países, ¡y que harán tanto
bien!
La Iglesia
en Corea custodia también la memoria del rol primario que tuvieron los laicos
ya sea en los albores de la fe como en la obra de evangelización. En aquella
tierra, de hecho, la comunidad cristiana no fue fundada por misioneros sino por
un grupo de jóvenes coreanos de la segundad mitad del 1.700, los cuales
quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y los
eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el
Bautismo y luego este laico bautizó a los compañeros. De aquel primer núcleo se
desarrolló una gran comunidad, que desde el comienzo y por cerca de un siglo
sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Por lo tanto, la Iglesia
en Corea está fundada sobre la fe, sobre el compromiso misionero y sobre el
martirio de los fieles laicos.
Los primeros
cristianos coreanos se propusieron como modelo la comunidad apostólica de
Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera toda diferencia social. Por
eso he alentado a los cristianos de hoy a que sean generosos en el compartir
con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo
25: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, lo hicieron conmigo".
Queridos
hermanos, en la historia de la fe en Corea se ve cómo Cristo no anula las
culturas, no suprime el camino de los pueblos que a través de los siglos y los
milenios buscan la verdad y practican el amor por Dios y el prójimo. Cristo no abroga
lo que es bueno, sino que lo lleva adelante, lo lleva a cumplimiento.
En cambio,
lo que Cristo combate y derrota es el maligno, que siembra cizaña entre hombre
y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría
del dinero: que siembra el veneno de la nada en los corazones de los jóvenes.
Esto sí, Jesucristo lo ha combatido y lo ha vencido con su Sacrificio de amor.
Y si nos quedamos con Él, en su amor, también nosotros como los mártires,
podemos vivir y dar testimonio de su victoria.
Con esta fe
hemos rezado y también ahora rezamos para que todos los hijos de la tierra
coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan cumplir
un camino de fraternidad y de reconciliación.
Este viaje
ha sido iluminado por la fiesta de María Asunta al Cielo. Desde lo
alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del
pueblo de Dios, sostiene los pasos más arduos, consuela a cuántos están en la
prueba y tiene abierto el horizonte de la esperanza. Por su maternal
intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, le done paz y
prosperidad; y bendiga la Iglesia que vive en aquella tierra, para que sea
siempre fecunda y llena de la alegría del Evangelio.
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