Fr. Nelson Medina OP
Tema 1: El Santo Deseo. Qué es y en qué consiste.
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El Papa Francisco ha hablado varias veces sobre la Iglesia “en salida,” es
decir, sobre una característica muy profunda de la fe cristiana: no puede
limitarse a embellecer o asegurar la propia vida, ni tampoco contenerse en una
comunidad específica, por ejemplo, un grupo de personas que se consideren a sí
mismas como “los perfectos.”
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En los escritos de Santa Catalina hay una expresión que apunta en la misma
dirección: el Santo Deseo. Muy en conformidad con su manera de verse a sí misma
cuando dijo: “Mi naturaleza es fuego,” el santo deseo es una fuerza, un dinamismo
que lleva a buscar el bien mayor; a no contentarse con lo ya logrado; a crecer
en la fe, el amor y las demás virtudes; y a buscar con perseverancia la
extensión del reinado de Cristo.
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A ojos de Catalina, no cabe que un cristiano simplemente se resigne ante el mal
circundante, sea por cobardía, pereza, orgullo u otra razón. En esto hay
también una profunda concordancia con la enseñanza del Papa Francisco, el cual
ha denunciado vigorosamente el “egoísmo triste” como mal típico de nuestra
tiempo, dentro y fuera de la Iglesia.
* El Santo Deseo es una expresión o fruto del amor
de Dios en nosotros, y en ese sentido tiene su fuente en el Espíritu Santo.
Pero no se limita al amor. Catalina habla de un cuchillo de doble hoja, que
tiene amor y también odio. No basta querer el bien si no se odia lo que lo
destruye, es decir, si no se toman medidas coherentes, sabias y sostenidas de
vigilancia para que las “raposas” no arruinen los viñedos.
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El Santo Deseo tiene así dos dimensiones, que podemos llamar “femenina” (en el
anhelo de entregarse al amor y reposar en él), y “masculina” (en la resolución
de vencer los obstáculos y proteger con celo los bienes recibidos.
Tema 2: El Santo Deseo y su relación con la acción
del Espíritu Santo.
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El Santo Deseo es fruto de la presencia y la acción del Espíritu Santo en
nosotros. Iluminando nuestra inteligencia, el Espíritu nos deja percibir la
distancia entre lo que el mundo es y lo que Dios querría que fuese. Haciendo
arder nuestra voluntad, el Espíritu nos permite experimentar como dolor la
manera como el mundo a menudo da la espalda al plan de Dios. Centrando todo nuestro
ser en Cristo, el Espíritu nos deja ver el camino que va del ser al deber-ser.
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Esa conciencia llena de luz y esa voluntad que com-padece tienen ya un mérito
en sí mismas: son vínculo de unión de caridad con el sufrimiento de Cristo,
especialmente en su intercesión ferviente en Getsemaní.
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Mas hay ocasiones en que el Espíritu nos habla, recordando y grabando
profundamente en nuestro ser la voz de Cristo. En tales ocasiones el Espíritu
nos da “consejos de Evangelio,” o “consejos evangélicos,” que de un modo
intenso y en completa consonancia con las circunstancias concretas que nos
rodean, indican qué hacer, incluso si ello puede parecer difícil o ridículo a
nuestra propia conciencia. No se trata de cometer pecados sino de dar pasos
audaces, que pueden parecer improbables pero que resultan inmensamente útiles
con una eficacia que va mucho más allá de nuestras previsiones. Es algo así
como entregar el timón al Espíritu en una acción específica.
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Hay testimonios de acciones semejantes en las vidas de los santos, cuando sus
acciones podían parecer extrañas, y sin embargo, en retrospectiva se ve que no
fueron hechas por búsqueda de algo exótico, incorrecto o excéntrico sino bajo
la guía del Espíritu. Cuanto más se crece en fidelidad al Espíritu, mayor certeza
en reconocer su paso y ser capaz de seguir su voz.
Tema 3: El Santo Deseo como impulso para la
evangelización y la misión.
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Uno de los aspectos más hermosos del “santo deseo” es que unifica el amor a
Dios y al prójimo. Esta es, por lo demás, una consigna muy clara en el Nuevo
Testamento. 1 Juan 4,20: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su
hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto,
no puede amar a Dios a quien no ha visto.” Santiago 2,18: “Muéstrame tu fe sin
las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.” (La fe apunta hacia Dios; las
“obras” apuntan hacia las necesidades del prójimo. Son inseparables). Mateo
22,35-40: “Uno de ellos, intérprete de la ley, para ponerle a prueba le
preguntó: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Y Jesús le dijo:
Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a
éste: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen
toda la ley y los profetas.”
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San Ireneo de Lión nos enseña que “La gloria de Dios es que el hombre viva y la
vida del hombre es la visión de Dios.” Allí donde se rompen las cadenas que nos
deshumanizan, es decir, el pecado, la ignorancia, la muerte, la injusticia o la
miseria, allí se deja ver la gloria divina porque aparece en plenitud se plan,
su sabiduría, su poder y su compasión. Puesto que somos imagen y semejanza de
Dios, todo lo que empaña esa imagen es a la vez daño para nosotros y
ocultamiento de la gloria de nuestro Creador. por la misma razón, lo que limpia
nuestro ser y deja ver esa imagen bendita glorifica a Dios y constituye nuestro
más genuino bien.
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El Santo Deseo nos saca de nosotros mismos, es decir, de la comodidad y la
falsa seguridad, y nos pone, como quiere el Papa Francisco, “en salida” hacia
nuestros hermanos. No cabe aquí la pasividad, que sería complicidad, ni la
indiferencia, que sería crueldad.
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Como todo lo que es grande, el Santo Deseo puede ser deformado de varias formas
que le quitan su sentido y su eficacia. Es bueno saber de estas deformaciones y
peligros para evitarlos. Son cuatro principalmente:
(1) El
fanatismo y la imposición: cuando un supuesto exceso de “celo apostólico”
hace que agobiemos al prójimo para que se convierta según nuestro gusto o en
nuestros tiempos. Sucede también cuando se confunde evangelizar con imponer una
determinada cultura.
(2) La
delegación cómoda: cuando tranquilizamos con mentira nuestra conciencia
creyendo que basta con “no hacerle mal a nadie” y pensamos que si uno cumple
con sus deberes ya no se le puede pedir más como cristiano. A menudo esta forma
de egoísmo cómodo va unida a la idea de que en la Iglesia hay unos (curas y
monjas, por ejemplo) que serían los únicos encargados de la evangelización.
(3) La
falsa misericordia: cuando salimos de nosotros mismos y vamos al encuentro
del hermano en su necesidad pero, por una falsa compasión, lo dejamos en su
condición de pecado, quizás porque nos parece muy difícil que cambie a fondo su
comportamiento. En esto hay un engaño hacia el prójimo y una falta de fe en la
fuerza del Evangelio para realmente transformar la vida.
(4) El
activismo: cuando consideramos que en el mucho hacer está el mucho lograr.
La realidad es que cuando el Santo deseo es auténtico, primero “quema” el
corazón con un suave y profundo dolor que se convierte en anhelo incontenible
por la gloria divina y fortísima compasión por el prójimo, todo ello en oración
y penitencia. De ese horno saldrán las palabras encendidas y los gestos
verdaderamente elocuentes que alcanzarán frutos verdaderos.
Tema 4: El Santo Deseo como fuente de comunión.
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La evangelización es un movimiento de salida que conlleva el impulso y la
alegría de ir con la Buena Nueva en busca de los corazones de Dios tan amados.
Pero la evangelización también es “reunir a los hijos de Dios dispersos” (Juan
11,52). El Santo Deseo, que es obra del Espíritu en el alma humana, es motor
que nos empuja a “salir” pero es también acogedora hoguera que nos invita a
“reunir.”
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Reunir es también el verbo que hace posible la Iglesia, pues “ekklesía” quiere
decir “convocada.” La Palabra de salvación y el Espíritu que nos hace hijos
tienen por meta, no la dispersión de unos beneficiarios, sino la comunión entre
aquellos que se saben renacidos de un mismo Amor. Consecuentemente, el Santo
Deseo quiere constituir comunidad, aún más: familia espiritual en la que cada
uno es sostenido y a la vez ayuda a sostener a otros.
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Es importante ponderar la calidad de ese amor. No tiene su base en simpatías,
conveniencias o intereses. Es amor ante todo de admiración y de gratitud hacia
Dios, que hace obras preciosas en sus hijos. De ahí deriva un profundo respeto,
que no mira a las clases sociales o al nivel económico o educativo, sino
solamente a la conciencia de estar delante de una obra en la que Dios ha
invertido hasta su Sangre; obra en la que sigue trabajando.
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El Santo Deseo se convierte así en tierna, limpia y perseverante solicitud por
el bien del hermano, como única actitud lógica ante la historia de salvación
que cada uno es. Cuidamos y ayudamos a cultivar lo que Dios está haciendo, y
así se conjugan la delicadeza, la pureza y, allí donde es necesario, la
firmeza, de modo que cada uno alcance la plenitud a la que ha sido llamado
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