EN LAS FUENTES DE LA ALEGRÍA (009)
SAN FRANCISCO DE SALES
(Recopilación y engarce de textos por el canónigo F. Vidal)
La sencillez en el estilo
Al
atardecer de un día de intenso trabajo, san Francisco de Sales escribía a la
Sra. de Chantal lo siguiente: «Mucho me consuela hablaros en este lenguaje mudo
después de un día en que tanto he hablado a mucha gente con lenguaje sonoro» El
lenguaje mudo -el que expresa la pluma sobre el papel o los caracteres de
imprenta sobre un libro-, el estilo, tendrá también su sencillez y realzará su
encanto si es ágil, agradable y afectuoso.
Uno de los
amigos del obispo, Dom Asseline, le remitió el proyecto de una Suma teológica,
solicitando su parecer. Era un tema delicado. Francisco de Sales no era amigo
de esos «infolios» escritos en latín, que asustan por su volumen y a los que de
buena gana se deja dormir bajo el polvo en las bibliotecas. Además, el indicado
trabajo era especialmente pesado, debido a sus muchas páginas inútiles que
avisan al lector de lo que a continuación se va a tratar o que vuelven sobre lo
ya expuesto. Con exquisita prudencia, no exenta de elogios, el obispo le hace
sus observaciones:
«He
visto con mucho gusto el proyecto de vuestra Suma Teológica que, a mi parecer,
está bien y juiciosamente hecha... Mi opinión sería que redujeseis al mínimo
las referencias metodológicas, pues si bien hay que emplearlas en la enseñanza,
al escribir resultan superfluas y, si no me equivoco, hasta inoportunas...
Claramente se ve que seguís un método, sin que haya necesidad de que
reiteradamente lo advirtáis... Tampoco es necesario que incluyáis un prefacio
si continúa la misma materia ... Eso sería preciso para quienes no siguen un
método, o tienen necesidad de explicarlo, por ser éste excepcional o muy complicado».
Así reducida
la obra, ¡quedará mucho más manejable y sustanciosa!:
«Haciendo
esto, vuestra Suma no será tan voluminosa; todo en ella será jugo y sustancia
y, a mi modo de ver, resultará más sabrosa y agradable» Y es que el estilo
elegante no daña a la sencillez; es como una cierta caridad hacia el lector,un
medio de atraer a las almas y ganarlas para Dios, sobre todo en una época en
que se han hecho tan delicadas. Así se lo escribía el obispo a uno de sus
sacerdotes, Pedro Jay:«El conocimiento que voy adquiriendo cada día del talante
del mundo me hace desear vivamente que la bondad divina inspire a alguno de sus
siervos para que escriba al gusto de este pobre mundo... Somos pescadores, y
pescadores de hombres; por tanto, tenemos que emplear en esta pesca no sólo
nuestro afán, nuestro trabajo y nuestras vigilias, sino también nuestro
encanto, nuestras habilidades, nuestro atractivo y, me atrevo a decir que,
incluso, una santa astucia. El mundo se ha vuelto tan delicado, que ya no se le
va a poder tocar más que con guantes perfumados y habrá que curarle sus llagas
con emplastos aromáticos. Pero, ¡qué más da!, lo que importa es que los hombres
se curen y al final se salven. Nuestra reina, la caridad, hace todo por sus
hijos».
A eso se había dedicado san Francisco de Sales; y el prodigioso
éxito de su Introducción a la vida devota era testimonio de que su autor había
escrito a gusto del mundo y se había empleado a fondo en la pesca de las almas.
Cómo no va a
dejarse prender por el encanto de ese estilo, una mujer de mundo que al abrir
ese «librito», de título poco seductor, lee en las primeras líneas de su
prefacio:
«Tenía tan delicado gusto la florista Glycéra
en variar la disposición y mezcla de las flores con que hacía sus ramilletes,
que con unas mismas los formaba de muchos modos, en tanto grado, que se quedó
corto Parrasio, célebre pintor, queriendo imitar tal diversidad, porque no pudo
variar de tantos modos su pintura como variaba Glycéra sus ramilletes. Así
también el Espíritu Santo ordena con tanta variedad las lecciones de devoción
que da por las palabras y escritos de sus siervos, que, siendo siempre una
misma la doctrina, son, sin embargo, muy diferentes los discursos, según los
diversos modos con que están compuestos. Yo, a la verdad, ni puedo, ni quiero,
ni debo escribir en esta Introducción otra cosa que lo que ya, sobre esta
materia, han publicado nuestros predecesores, y así, las flores que te
presento, lector, son las mismas, pero es muy diverso el ramillete que forman,
a causa de la diversidad con que van colocadas» Lejos estamos de la Suma
teológica, e incluso, ¿por qué no confesarlo?, del Tratado del amor de Dios. Es
que la materia expuesta en esta última obra es más abstracta, y, aunque san
Francisco de Sales la haya amenizado con imágenes y referencias concretas, él
mismo teme que su lectura no resulte tan fácil ni tan agradable como la de la
Introducción. Eso es lo que escribe a su amigo, Mons. Fenouillet, obispo de
Montpellier:
«En cuanto
al libro del Amor de Dios... os confieso, Monseñor, que esta obrita no me
disgusta del todo; pero tengo mucho miedo de que no alcance tanto éxito como la
anterior, por ser, a mi entender, algo más vigorosa y fuerte, aunque he tratado
de suavizarla y de evitar los términos difíciles».Al menos, el libro estará
lleno de unción, escrito en ese «estilo afectuoso», como le llama san Francisco
de Sales, que sale del corazón y que a él tanto le gustaba.
En una carta
dirigida a Mons. Andrés Frémyot, arzobispo de Bourges, le expone sus puntos de
vista sobre la predicación. Debe estar animada por la llama interior:
«El soberano
artificio es no tener artificio. Nuestras palabras han de estar inflamadas, no
con gritos o acciones desmesuradas, sino por el afecto interior; tienen que
salir del corazón más que de la boca. Por mucho que se diga, el corazón habla
al corazón, mientras que la lengua no habla más que a los oídos». Esta es la
pura verdad. El obispo la ha experimentado muchas veces, y, últimamente, al leer
una carta de la Sra. de Chantal. Le dice:
«He
recibido vuestra carta del día de santa Ana, escrita con un estilo particular y
que sale del corazón». Ese estilo que sale del corazón desea encontrarlo en la
pluma de Dom Asseline, en su Suma:
«Sé que cuando queréis, tenéis un estilo
afectuoso... Me gustaría que, siempre que buenamente se pueda, redactaseis
vuestros argumentos en ese estilo»
Él mismo, en
la obra que se proponía escribir sobre la predicación, pensaba tratar del
«método para convertir a los herejes» y destruir «sus más célebres
argumentos... utilizando un estilo, no sólo instructivo, sino cordial».
San
Francisco de Sales emplea constantemente ese estilo afectuoso y pone todo su
corazón en sus cartas. ¿Cómo iba a dudar esa «queridísima hija» en confiarse a
un director tan amable, al leer estas líneas que la invitaban a ello con una
ternura penetrada de espíritu sobrenatural?:
«Con todo, mi queridísima hija, tenemos motivos para vivir
contentos en el santo amor que Dios otorga a las almas unidas en el mismo
propósito de servirle, puesto que sus lazos son indisolubles, sin que nada, ni
siquiera la muerte, pueda romperlos, permaneciendo eternamente firmes en su
inmutable fundamento, que es el Corazón de Dios, por el cual y en el cual nos
amamos.
Creo
que ya veis, por mis palabras, el deseo que tengo de que os sirváis de mí con
toda confianza y sin reserva. Si, como me decís, os sirve de consuelo el
escribirme a menudo hablándome de vuestra alma, hacedlo con toda confianza,
porque os aseguro que el consuelo será recíproco».
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