martes, 16 de septiembre de 2014

La esperanza en la otra vida
 Por: P. Guillermo Marcó
Cada vez en forma más frecuente me encuentro con personas que tienen temor a morir. No es un tema que se hable fácilmente entre amigos, pero es visible nuestra incomodidad en un velorio. Cuando todas las palabras callan, sólo la palabra de Dios puede suscitar en nuestro corazón un mensaje de esperanza. Sin embargo,  cabe preguntarse: ¿De verdad creemos que lo que ella nos dice es así? Porque el mensaje del Evangelio esta dirigido esencialmente a contestarnos preguntas que se vinculan no sólo con el paso por este mundo, sino
sobre el después de la muerte: ¿Existe el cielo? ¿Nos volveremos a encontrar con las personas que hemos querido? ¿No será que todo esto es un lindo cuento -como una fábula- para calmar nuestra inquietud y angustia ante la finitud de la vida? Claro que la satisfacción a nuestra natural inquietud depende de nuestro grado de fe.
¿Y qué es creer? Una vez conversando con un amigo que no creía en la vida eterna, aunque era ya mayor, le  comenté: “Eduardo, si vos y yo nos morimos y del otro lado no hay nada, yo no tendré a quién reclamar”. Pero él me decía: “La lógica de la muerte es tan concreta, la persona que conociste yace ahí sin vida y se  descompone, ya no puede hablar, ni sentir, ni pensar ¿Cómo imaginas que sigue viviendo?”. A lo que yo le respondía que no imagino, sino que mi fe se basa en creer que Dios no miente. Entiendo que el universo es más complejo y existe antes que yo, que la vida que poseo tiene un componente químico, que no explica en
sí la permanencia de mi yo porque el “quién soy” es más profundo que lo que se ve, es lo que da la vida, la armoniza y la sostiene.
Aquello que los poetas llaman alma no pertenece a la esfera de lo material y, por tanto, no está llamada a extinguirse con el cuerpo, le señalaba a mi amigo. Y para los cristianos esa continuidad es sostenida por la fe en la palabra de Jesús, que afirmó: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar a donde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”.
Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me  conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto” (Jn 14,1-7).
Para llegar a alguna parte es importante saber por dónde. Yo quieParo llegar al Cielo y sé que el camino no está preestablecido, hay que seguir a Jesús en las mil vueltas que la vida tiene. Lo más interesante de este camino de fe es ir descubriéndolo día a día. Sé que Jesús no me miente. Le creo cuando me dice que me va a preparar un lugar en el más allá. No sé cómo será, pero es la promesa del mejor y el más apasionante de los viajes. Santo Tomás de Aquino pone entre los gozos del Cielo el reencuentro con los familiares y amigos. Siempre pienso que la familia que se va deshaciendo aquí en la tierra es la que se va armando allá en el Cielo.
Cada día es una oportunidad para acercarse más a Dios, para amar más a los demás. “No se hagan tesoros
en la Tierra, donde la polilla y el óxido corrompen, y donde ladrones minan y roban; sino háganse tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni el óxido corrompen, y donde ladrones no minan ni roban. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mt 6, 19-21). Por eso, pensar que voy a morir no me hace más triste, todo lo contrario.


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