EL VIGESIMOCUARTO DIA
Su prudencia
La prudencia con
la que Francisco de Sales procedía en todas sus acciones era muy admirable.
Nada era más deliberado, más cuidadosamente considerado, o más circunspecto que
su conducta. El nunca hizo nada apurado, sin pensar ni afanado. El
voluntariamente aceptó consejos, y nunca antepuso sus juicios a los de los
demás. Él nunca se precipitaba a la hora de hacer las cosas sino que las hacia
paso a paso y esperaba paciente. Así pues, si él no podía terminar una cosa un
día, la terminaba el día siguiente.
Su prudencia en el
manejo de los asuntos era grandioso porque él nunca fue indulgente en sus
demostraciones; a menos que Dios no fuera ofendido él se acomodaba al tiempo,
el lugar y que las personas pudieran ser fácilmente persuadidas cuando se
alegaban buenas razones.
Esta prudencia era
una prueba de los regalos que el Espíritu Santo había comunicado a su alma, y
esto lo llevó a hacer todo calladamente y simplemente sin buscarse a sí mismo,
y a darlo todo por nada y a hacer todo por todos. Su prudencia no tenía nada en
común con la prudencia del mundo que no presta atención a su consciencia, que
nunca piensa en la eternidad y es enemigo de Jesucristo. (Pere de la Riviere.)
Un Ramillete Espiritual
La virtud de la prudencia
debe ser practicada verdaderamente, más que nada porque se parece a la sal
espiritual y le da sabor y gusto a las otras virtudes; pero debería ser
practicada de tal forma que la virtud de la simple confidencia pueda predominar
en ella. (Discursos XII.)
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