EL DECIMO DIA
Su carga dignificada en
las ceremonias de la Iglesia
Su imagen mientras
oficiaba pontificalmente, bien sea en la noche en Plegaria de la Noche o en el
Oficio en la Sagrada Misa durante los festivales solemnes, era algo que
sobrepasaba cualquier cosa que estuviera calculada para inspirar a las personas
con felicidad; porque en ese momento se le veía aparecer no tanto como un
hombre de la tierra sino como un ángel del cielo. Durante estas solemnidades él
se sentaba, se levantaba y se presentaba con una humildad ennoblecida por la
más grandiosa dignidad, una dignidad controlada por la más profunda humildad. Y
aun cuando a causa de su profunda reverencia por los Sagrados Misterios él se
veía recogido y absorbido, él nunca permitió ningún error o confusión; así de
atento era exterior e interiormente. Él tenía una voz poderosa y cantaba las
alabanzas a Dios clara y melodiosamente. En su atrio él parecía una estatua en
su nicho, permanecía inmóvil, nunca caminando sin rumbo o moviendo sus ojos de
un lado para otro. El no sucumbía a las distracciones, porque por una gracia
especial él era el perfecto amo de su mente, y cuando la aplicaba a la oración
él no pensaba en nada más sino en hacer bien esa oración. (Pere de la
Riviere.)
Francisco de Sales
permanecía penetrado por la plenitud de la Presencia de Dios, y esto hacia que
él se viera luminoso y resplandeciente, especialmente durante las grandes
fiestas. (Deposición de la Hermana M. A. Fichet.)
Un Ramillete Espiritual
Es cierto que la
esencia de la oración está en el alma, pero la voz, acciones y otros signos
externos son los adornos más nobles y los acompañamientos más útiles para la
misma. (Controversias.)
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