Por qué calla el Papa ante la muerte de Nisman
Por: Sergio Rubin
Si
un líder exitoso es -ante todo- aquel que sabe cuándo debe ser audaz y cuándo
debe ser prudente, está claro que el Papa Francisco optó por la segunda virtud
política tras la impactante muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, al
preferir el silencio. Y precisamente por ser Jorge Bergoglio un hombre de
indudable talento político es que su prudencia invita a saber interpretarla. En
otras palabras, a saber leer su silencio. A “escuchar” que dice cuando no dice.
Al fin de cuentas, la Iglesia suele decir muchas cosas con sus palabras, pero
también con sus silencios.
En principio, el silencio papal tiene una explicación formal: su protagonista
es el principal líder espiritual mundial y, a la vez, un jefe de Estado. Ello
implica que no debe opinar en todo momento de todo lo que sucede en el mundo, a
no ser que tenga una razón (humanitaria o religiosa) fundada y abrigue una
cuota de esperanza de que su palabra pueda contribuir al bien común, y sin que
ello implique una intromisión indebida en la vida de un país, aunque sea el
suyo. En todo caso, hay quienes interpretan esta premisa de modo más
restrictivo y otros, no.
Francisco -que se cuenta, sin dudas, en el segundo grupo- fue en los últimos
tiempos pasible de críticas con sordina de algunos de sus compatriotas
–críticos del Gobierno-, que consideran que es demasiado benévolo con Cristina.
Pero es evidente que el Papa arriesgó su prestigio en aras de que la presidenta
termine de la mejor manera su mandato para bien de todos los argentinos, en
especial de los que menos tienen que son los que más sufren las crisis. Al fin
de cuentas, no puede permitir que su país se “incendie”.
Otra cosa es que el Papa opine sobre un hecho tan poco claro como la muerte del
fiscal. Porque, más allá de su condición de líder espiritual y jefe de Estado,
y de su preocupación por el bien común, está frente a un caso que constituye
-al menos en su faz inicial- un gran enigma. Y el hecho de que muchos
argentinos crean que Nisman fue víctima de un asesinato o un “suicidio
inducido” no cambia las cosas. Obviamente, no puede asentarse en conjeturas,
como irresponsablemente lo hizo la presidenta.
En definitiva, esto es lo que -palabras más, palabras menos- explicó una fuente
cercana al pontífice. Es obvio: la palabra del Papa no puede ser un aporte a la
confusión general. Acaso lo único que puede caber son las condolencias a los
deudos y una demanda de esclarecimiento, que ya fueron hechas por los obispos
argentinos, como también recordó la fuente. De paso, el Papa respetó a la
Iglesia argentina que, en definitiva, tiene la responsabilidad primaria de
hablar si lo considera prudente.
Sin embargo, no faltaron especulaciones sobre una supuesta intervención del
Papa. Se dijo que Francisco había llamado al presidente de la Corte Suprema,
Ricardo Lorenzetti; que le había enviado una carta a la presidenta; que había
redactado un mensaje para la opinión pública… Todo eso fue desmentido, sea en
las cercanías del pontífice, sea por el embajador argentino ante la Santa Sede,
Eduardo Valdés. ¿Ansiedad periodística? ¿Operación política?
Para colmo, el oficialismo no pierde ocasión de intentar usar políticamente al
Papa. Recientemente hizo correr que la nominación de Roberto Carlés para ocupar
una vacante en la Corte era impulsada por Francisco, en base a unos encuentros
que el jurista tuvo con el pontífice en el Vaticano. Dicen que hasta el propio
Carlés -otrora crítico de Bergoglio- motorizó la mendaz versión. No merece
Francisco, que tanto apuntaló al Gobierno, esa actitud.
Finalmente, acaso hay en el silencio del Papa un intento de reservarse para los
meses que restan hasta el final del mandato de Cristina. Porque no faltan
quienes creen que la muerte de Nisman luego de haber acusado a Cristina de
encubrir a los autores del atentado la mutual judía, en 1994, que se cobró 85
vidas, es el comienzo de una serie de situaciones conmocionantes, con o sin
costo en vidas humanas.
Es que Francisco es la última esperanza de recambio de gobierno ordenado y de
paz social. Y él lo sabe.
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