EL PAPA PIDE
CONFESAR LOS PECADOS CONCRETOS
«Si
un cristiano no es capaz de sentirse verdaderamente pecador y salvado por la
sangre de Cristo Crucificado, es un cristiano tibio»
La fuerza de la vida cristiana está
en el encuentro entre nuestros pecados y Cristo que nos salva. Donde no existe
este encuentro, las iglesias son decadentes y los cristianos tibios. Es lo que
ha dicho Papa Francisco en la Misa de este jueves en Santa Marta. Pedro y Pablo
nos hacen entender que un cristiano se puede vanagloriar de dos cosas: «de los
propios pecados y de Cristo crucificado». La fuerza transformadora de la
Palabra de Dios, explica el Papa, parte de la conciencia de esto.
4/09/14
1:28 PM
La fuerza de la vida cristiana está en el encuentro
entre nuestros pecados y Cristo que nos salva. Donde no existe este encuentro,
las iglesias son decadentes y loscristianos tibios. Es lo que ha dicho Papa
Francisco en la Misa de esta mañana en Santa Marta.
Pedro y Pablo nos hacen entender que un cristiano
se puede vanagloriar de dos cosas: «de los propios pecados y de Cristo
crucificado». La fuerza transformadora de la Palabra de Dios, explica el Papa,
parte de la conciencia de esto. Así, Pablo, en la primera Carta a los
Corintios, invita a quien se cree sabio a «hacerse necio para tener sabiduría,
porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios».
«Pablo, nos dice que la fuerza de la Palabra de
Dios, la que cambia el corazón, que cambia el mundo, que nos da esperanza, que
nos da vida, no es la sabiduría humana. No. Esa es necedad, dice él. La fuerza
de la Palabra de Dios viene de otro lado. También la fuerza de la Palabra de
Dios pasa por el corazón del predicador y por esto dice a los que predican la
Palabra de Dios: ‘Haceos necios', es decir no pongáis vuestra seguridad en
vuestra sabiduría, en la sabiduría del mundo».
El apóstol Pablo no se envanecía de sus estudios y
«había estudiado con los profesores más importantes de su época», si no «solo
de dos cosas». «Él mismo dice: ‘solo me vanaglorio de mis pecados'. Esto
escandaliza. Y después en otra cita dice: ‘Solo me vanaglorio en Cristo y este
Crucificado'. La fuerza de la Palabra de Dios está en ese encuentro entre mis
pecados y la sangre de Cristo, que me salva. Y cuando no existe este encuentro,
no hay fuerza en el corazón. Cuando nos olvidamos de ese encuentro que tuvimos
en la vida, nos convertimos en mundanos, queremos hablar de las cosas de Dios
con lenguaje humano, y no sirve: no da vida».
También Pedro, en el Evangelio de la pesca
milagrosa, vive la experiencia de encontrarse con Cristo viendo su propio
pecado: va la fuerza de Jesús y se ve a sí mismo. Se lanza a sus pies diciendo:
«Señor, aléjate de mí porque soy un pecador». En este encuentro entre Cristo y
mis pecados está la salvación«
»El lugar privilegiado para el encuentro con
Jesucristo son los propios pecados. Si un cristiano no es capaz de sentirse
verdaderamente pecador y salvado por la sangre de Cristo Crucificado, es un
cristiano a mitad camino, es un cristiano tibio. Y cuando nos encontramos
iglesias decadentes, parroquias decadentes, instituciones decadentes,
seguramente allí hay cristianos que nunca se han encontrado con Jesucristo o se
han olvidado de su encuentro con Él
La fuerza de la vida cristiana y la fuerza de la
Palabra de Dios está en ese momento en el que yo, pecador, me encuentro con
Jesucristo y de ese encuentro la vida da un giro, cambia... Te da la fuerza
para anunciar la salvación a los demás«.
Papa Francisco invita a plantearnos algunas
preguntas: »¿Soy capaz de decir al Señor: ‘Soy pecador', no en teoría, si no
confesando ‘el pecado concreto?«. Y ¿soy capaz de creer que Él, con su Sangre,
me ha salvado del pecado y me ha dado una vida nueva? ¿Tengo confianza en Cristo?».
Por tanto concluye: «¿De qué se puede vanagloriar un cristiano? De dos cosas:
de los propios pecados y (RV/InfoCatólica) El Papa recuerda que san
Pablo, en la primera Carta a los Corintios, invita a quien se cree sabio a
«hacerse necio para tener sabiduría, porque la sabiduría de este mundo es
necedad ante Dios»:
«Pablo, nos dice que la fuerza de la Palabra de Dios, la que cambia el
corazón, que cambia el mundo, que nos da esperanza, que nos da vida, no es la
sabiduría humana. No. Esa es necedad, dice él. La fuerza de la Palabra de Dios
viene de otro lado. También la fuerza de la Palabra de Dios pasa por el
corazón del predicador y por esto dice a los que predican la Palabra
de Dios: ‘Haceos necios', es decir no pongáis vuestra seguridad en
vuestra sabiduría, en la sabiduría del mundo».
El
apóstol Pablo no se envanecía de sus estudios y «había estudiado con los
profesores más importantes de su época», si no «solo de dos cosas». «Él mismo
dice: ‘solo me vanaglorio de mis pecados'. Esto escandaliza. Y después en otra
cita dice: ‘Solo me vanaglorio en Cristo y este Crucificado'. La
fuerza de la Palabra de Dios está en ese encuentro entre mis pecados y la
sangre de Cristo, que me salva. Y cuando no existe este encuentro, no
hay fuerza en el corazón. Cuando nos olvidamos de ese encuentro que tuvimos
en la vida, nos convertimos en mundanos, queremos hablar de las cosas
de Dios con lenguaje humano, y no sirve: no da vida».
También
Pedro, en el Evangelio de la pesca milagrosa, vive la experiencia de
encontrarse con Cristo viendo su propio pecado: va la fuerza de Jesús y se ve a
sí mismo. Se lanza a sus pies diciendo: «Señor, aléjate de mí porque soy un
pecador». En este encuentro entre Cristo y mis pecados está la
salvación:
«El lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo son los propios
pecados. Si un cristiano no es capaz de sentirse verdaderamente pecador y
salvado por la sangre de Cristo Crucificado, es un cristiano a mitad camino, es
un cristiano tibio. Y cuando nos encontramos iglesias decadentes, parroquias
decadentes, instituciones decadentes, seguramente allí hay cristianos que nunca
se han encontrado con Jesucristo o se han olvidado de su encuentro con
Él
La fuerza de la vida cristiana y la fuerza de la Palabra de Dios está en
ese momento en el que yo, pecador, me encuentro con Jesucristo y de ese
encuentro la vida da un giro, cambia... Te da la fuerza para anunciar la
salvación a los demás».
El
Papa invita a plantearnos algunas preguntas: «¿Soy capaz de decir al Señor:
‘Soy pecador', no en teoría, si no confesando ‘el pecado concreto?. Y ¿soy
capaz de creer que Él, con su Sangre, me ha salvado del pecado y me ha dado una
vida nueva? ¿Tengo confianza en Cristo?». Por tanto concluye: «¿De qué se puede
vanagloriar un cristiano? De dos cosas: de los propios pecados y de Cristo
crucificado».
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